
Seguía maldiciendo, cuando por fin dos borrachos pidieron mis servicios. Iban ambos al centro y el trato era dejar al uno en la Guaragua y luego al otro en la Tola Alta. Los tipos parecían tranquilos y no regatearon el valor que les pedí por la carrera, sin embargo, no me gustaba ese sector, que puede volverse peligroso por las noches, por lo que tomé de nuevo hacia a la zona rosa por la Avenida Pichincha.
Cuando ya divisaba la Pl
Cinco minutos después llegó con dos tipos y les ubicó en el asiento posterior. Se ubicó junto a ellos y apenas cerró la puerta me dijo: Vamos para el penal. El policía evidentemente enojado les imprecaba y mientras uno de ellos argumentó algo que no alcancé a entender, el otro replicó en un tono lloroso: No fue culpa mi subte, el sargento nos pidió que le diéramos la plata, nos pidió también las cadenas...
-!Mentira,-replicaba el policía- aquí no me van a ver la cara de cojudo, se van al tarro carajo!
-No sea malo mi subte, dénos un chance... musitaban a coro.

Yo avanzaba lentamente hacia la dirección solicitada, escuchando un diálogo que no era de mi incumbencia, pero que no dejaba de sorprenderme.
-Ya pues mierdas, vamos a ver que hacen. Chofer, vamos para la Mariscal, dijo de nuevo el policía. Un segundo de silencio y en un tono casi suplicante, alguien dijo: Un ratito mi jefe, primero tenemos que coger fuerzas, préstenos unos 3 dolaritos.
La respuesta del gendarme vino acompañanda de una fuerte palmada contra la cabeza de quien habló: Encima me pides plata, que te has creído pues cabrón. !Siga nomás chofer al penal!
-No!!, jefe, vamos a hacer un buen trabajo, pero tenemos que coger coraje, 3 dolaritos y listo..., de ahí si es de una...
- A ver par de huevones, a donde vamos...
- Ya que estamos por acá, dígale que salga a Toctiuco, dijo otra voz.
Miré por el retrovisor al policía y este movió su cabeza afrimativamente. Tomé hacia el noroccidente, por unas callejas pequeñas y empinadas, siguiendo las indicaciones, hasta parquearnos frente a un zaguán. Se bajaron, soltaron dos chiflidos y desde una ventana salió una mujer que minutos después abrió una puerta de latón, les entregó una botella y unos paquetes pequeños. Los dos hombres en la esquina armaron el basuco y bebieron un trago de aguardiente. Fumaban apresurados, ansiosos y de la misma manera apuraban el trago, hasta que regresaron al auto, envueltos en el olor dulzón del químico.
- Ahora si mi jefe vamos, dijo uno de ellos.
Ante la orden de mi cliente nos dirigimos otra vez hacia La Mariscal. En una calle alterna a la Plaza de los bares, me solicitó detenerme y les preguntó a los tipos cuánto tiempo tenía que esperar. Ellos respondieron que un cuarto de hora.
- En veinte minutos estoy de nuevo por acá, dijo el policía, mientras ellos salían como ateltas iniciando los 100 metro planos. Fuimos por unas cervezas en una tienda de noche y con ellas regresamos a la calle oscura. Veinte y cinco minutos después los tipos sudorosos entregaron una cartera de mujer y dos relojes por la ventanilla.
- ¡¿Qué les pasa pues pendejos?!, les gritó y ellos de inmediato le dieron dos celulares y una billetera. Retiró el dinero de la misma y también el de la cartera. Estos celulares tan chimbos..., dijo entre dientes y los metió en la bolsa femenina, la cual devolvió al dúo que esperaba fuera del auto.
Dio a cada uno una lata de cerveza y 10 dólares, a los dos tipos ordenó largarse y a mi avanzar hasta la Plaza de los bares. Allí me pidió la licencia y la matrícula, las cuales me las devolvió de inmediato, junto con un billete de 20 dólares.
