para SS y CL recordando los días lindos de enero
- Mi tío Elías…
- Mi tío Elías…
-
¡Elías!,
así se llamaba mi marido, me interrumpe emocionada la anciana que parecía
dormirse, y carga a sus ojos aun hermosos con una vivacidad que se dirige al
infinito.
Entonces Connie, la hija, va al estudio y trae
unos recortes de periódico. Los titulares cuentan los eventos ocurridos en diciembre del
60, en Chilpancingo - Guerrero. En las imágenes se ve a la multitud corriendo ante las
balas de los militares, a unos cuantos valientes enfrentándolos, a los caídos…
La madre mira de reojo las fotos y la vivacidad
de sus ojos se diluye.
- Elías era tan guapo..., dice.
Luego de un silencio dulce, se incorpora lentamente y se dirige a su habitación dejando su halo de sublime lentitud.
- Este es Elías, mi padre, acota Connie, una vez que la madre ha entrado en su cuarto. Mientras acerca otro recorte de periódico donde se aprecia a una joven pareja. En la foto resalta la tristeza que la joven entrega a la cámara del reportero gráfico.
Se
conocieron un año atrás, cuando paseaba por el parque. Ella era una flamante
monja ranclada y él se ganaba unos pesos como fotógrafo aficionado. Era la
pareja más dispareja. Marta, era rica y él pobre. Ella, educada, hija de un
médico famoso de largo apellido, y él, un plebeyo fotógrafo autodidacta, que apenas había terminado la primaria.
Ella tenía 35 y él 21. Católica y protestante. Pero Marta siguió
visitando el parque donde Elías tomaba fotos a las parejas de enamorados y a
los niños con sombrero de charro a quiénes montaba en un caballito de madera.
Les nació el amor y se casaron, sin el beneplácito familiar.
Les nació el amor y se casaron, sin el beneplácito familiar.
Pocos
meses después, empezó la ciudad a convulsionarse. Los universitarios pedían
autonomía para su centro de enseñanza, y vino una huelga general, mítines y la
gran manifestación de noviembre.
La joven
pareja había instalado su casa modesta. Ella trabajaba de maestra primaria y él comenzaba el bachillerato nocturno, mientras
seguía tomando fotos en el parque, en bautizos, primeras comuniones, matrimonios
y “todo evento social”, como rezaba su cartel escrito con hermosa caligrafía.
El
movimiento estudiantil ganaba más adeptos y a sus demandas se sumaron amplios
sectores ciudadanos. El 30 de diciembre, un electricista colgaba, en un poste, una manta con consignas de los autonomistas, cuando un militar le disparó, dándole muerte instantánea. El hecho
enervó a todos. Estudiantes, obreros, amas de casa, en nutrido grupo se concentraron en la alameda Granados, avanzando hasta la calle Galeana, donde
fueron interceptados por un batallón de infantería.
Mientras la
multitud se acercaba a Galeana, donde vivían Marta y Elías, éste preparaba
su Kodak junior I, se acomodaba en la terraza y comenzaba las primeras fotos de
la resistencia civil. Al pueblo desobedeciendo al General que les ordenaba abrir paso a los soldados.
La
multitud se rebelaba al poder y el jefe uniformado ordenó disparar.
Elías hizo lo mismo con su cámara; varias veces, en todas las direcciones y
plasmó para la historia la enceguecida carga de los milicos contra sus
compatriotas. La cajita de luz capturó la esencia de una mujer combatiendo
cuerpo a cuerpo contra un cabo, los movimientos simiescos de la soldadesca
avanzando sobre los cadáveres, la atropellada carrera de los que buscaban salvar
la vida...
Hasta que para Elías todo se ennegreció.
Luego del
sonido seco, sintió un golpe en la cara, como dado por un mazo y una quemazón bajó rauda de la mejilla a la
mandíbula. Una sola bala le destrozó el rostro y a su Kodak junior. No se supo si
fue uno de los francotiradores apostados en las otras terrazas, con órdenes de
disparar a civiles y soldados para crear confusión, o si la bala vino desde la calle.
Marta, a
su lado, luego del grito, lo tomó en sus brazos. La sangre brotaba a borbotones
empapándola y ella la secaba con el pañuelito de seda que se sacó del
cuello.
No estaba
escrito que quedara viuda. La Kodak junior salvó la vida de su dueño.
La jornada
dejó 20 muertos y decenas de heridos. Las fotos de Elías fueron el registro de
la alevosía y desde los periódicos, mostraron a todo México, los eventos ignominiosos del día
30. Mostraron también a la pareja: Elías posando con un paño, que le cubre la
quijada deforme, pero que no oculta la gran porción de gasa que cura la mejilla.
La bella Marta mostrando su dolor al cronista.
La Universidad
se acercó al matrimonio y Elías al conocimiento. Allí conoció más sobre la sociología rural, inició su militancia política y se convirtió en pionero de la ecología. El fotógrafo aficionado se transformó en un maestro respetado y querido. Recibió
un homenaje del Estado poco antes de morir en su pequeño
rancho, donde practicaba lo que predicaba.
La hija continúa
evocando al padre y me muestra sus últimas fotos con la blanca barba crecida, que
no logra cubrir la cicatriz de la mejilla. El hueco profundo que permaneció en la faz, quizás para
recordarle desde el espejo, el giro del destino. A pesar de la marca y de los
años, se aprecia la belleza del hombre. Marta tiene razón, Elías era guapo y esto me lo repite la expresión orgullosa que ella tiene en la foto junto a su marido. La mirada y la sonrisa de la esposa me cuentan que el maestro era además valiente y sensible, amoroso, apasionado, sabio….