La tía Mirta entra al cuarto, mientras ella plancha su guardapolvo.
-Esta es la última bombacha que tenés en esta casa, o
te la llevás de una vez o traés todas las otras de vuelta.
Martina Zanetti toma su ropa interior, no dice nada.
En la merienda del viernes agradece a la tía por todo y le dice que se mudará
dónde Goldberg. Cuando habla con su tía Mirta, del hombre con quien duerme cinco noches por semana, lo llama por su apellido. Desde el domingo dormirá allá los siete
días, hace seis meses eran tres y hace once meses eran los viernes,
piensa la tía Mirta.
Ese domingo Martina deja la casa que la acogió por nueve
años. Ella abraza a su tía Mirta y Goldberg acomoda las dos valijas, en la
cajuela del Peugeot 504. Mientras reposa la cabeza de la tía en su hombro, mira
la casa pequeña del barrio Caballito a la que llegó cuando acabó de cumplir 13,
al día siguiente del entierro de su madre, casi al año de la muerte de su padre.
Ambos de cáncer. Mientras escucha las palabras cariñosas de despedida, Martina
recuerda la primera vez que pisó la casa que deja. ¿Tendría cinco? ¿cuatro?, Suelta
la mano de su padre, para recibir de Mirta, la hermana menor de la mamá, una muñeca.
La única que ahora reposa en la cajuela del Peugeot.
- Vos te vas, ¡sho no te mando, eh!
- ¡Te quiero mucho, tía Mirta!
Marcelo Goldberg es un tipo tranquilo, diseñador gráfico,
amante del Jazz, divorciado, con dos hijas adolescentes. Le lleva a Martina 25.
Pronto, ella descubre su pequeño defecto, el edipismo propio de los hijos yiddish
mama, que Martina solventa llamando a Raquel semanalmente para que le cocine
recetas kosher. No se mete en un concurso de sazón, perdido desde el inicio. Los
goldbergzanetti son felices en Buenos Aires, hasta que llega esa crisis
económica que, como huracán, azota cada década a la Argentina, pero que la
capean con una invitación a Ecuador, que una multinacional le hace a
Marcelo. Con sueldo en dólares en un país barato, él la convence de no trabajar.
La joven Martina treintañera, usa su tiempo asistiendo al grupo de tejido de unas
abuelitas, a las reuniones de parejas de la empresa de márketing, a las
sesiones del pequeño círculo dirigente de la asociación argentina. Va al Estadio
Olímpico a ver los partidos del Aucas con el viejo conserje del edificio... Entre
el no hacer nada y no ejercer su profesión, entre los viajes laborales de
Marcelo a Guayaquil y las salidas con una coterránea y su marido, inicia un
affaire con este.
La crisis en Latinoamérica es como los piojos entre
los escolares y cuando eso ocurre, las multinacionales vuelan como golondrinas.
Y esta llega al país andino. La pareja, ahora vive del modesto sueldo de
Martina. Entre el retomado oficio de maestra jardinera y el affaire prohibido
va ella. En el trabajo de buscar trabajo y esperando que las cosas mejoren para
el retorno, va él. Y así se alejan. Ella encuentra una escuela que paga más. Las posibilidades para él en la Argentina no cristalizan. El silencio sereno de
Goldberg llegando a los 60 contrasta con la intensidad de Martina en sus 35. Marcelo hace un programa radial de Jazz, lee, hace trabajos eventuales, se acerca a la comunidad judía de
Quito. Ella goza de sus alumos, se hace amiga de sus colegas, entre ellas Lala,
con quien viaja y descubre el Ecuador de verdad. Marcelo y Martina, dejan
de ser los goldbergzanetti, para volverse coarrendatarios que se tratan con
amabilidad, paisanos que se acompañan, se apoyan en las cuentas y en los temas
legales, que toman mate juntos recordando Buenos Aires.
Y una tarde aparece él. No llega a los 30, largo de
porte y de cabello, colega de Lala en un trabajo extra. En los quince días siguientes se
ven unas cuatro veces. Martina les da ideas para mejorar su tarea. Llega el
gran día y ella asiste al curso de matemática inicial que dictan los otros dos.
Celebran los tres con un café, pero solo dos quedan en ir al cine al día
siguiente.
Apenas se apagan las luces, él toma su mano. Viene luego
un beso que se extiende largamente. Entre una escena y otra vienen más. Salen
en silencio y a pocos metros de la puerta, con toda la franqueza porteña, ella
lo encara:
-¿Vos que querés conmigo?
-Quiero todo.
-¿Lala te dijo que soy casada y que vivo con mi marido?
-Y me dijo que no tienen nada, que solo comparten la
casa.
-¿Y vos le creés a Lala?
-Le creo.
-¿Hasta dónde quéres llegar?
-Hasta tu corazón
-Ja, que romántico... ¡Hablo en serio!
-Yo también.
-Vamos pibe, ¿que querés?
-Quiero que seas mi novia, estar en tus pensamientos, que estés conmigo muchos años, luego vivir juntos, tener un hijo… Quiero todo de ti, quiero todo contigo, quiero darte todo de mí. Ahora mismo, Martina Zanetti, te entrego mi corazón, mi memoria, mi acto y mi palabra, mi día, mi luna y mi sol...
Lo dice con una seriedad que la conmueve.
Esa noche duermen juntos en casa de Lala. Entran a la cama a las 9 y salen a las 4 de la tarde.
Se ven el lunes en un hotelito del centro, pues él
vive con sus padres.
Un mes después, Martina casi siempre lleva consigo una pequeña maleta con ropa. El rostro de Martina se ilumina el ver acercarse al muchacho largo, a su bichito de luz, como ella lo llama.
-¿Qué hacés, bichito?
-¿Cómo estás mi amor?
Se encuentran apenas salen del trabajo, van por un chocolate y un sánduche, a sentarse en el parque, a caminar de la mano. Y antes de que el sol se oculte se encierran en su hotelito del centro hasta el día siguiente.
Apasionados, eternos, animales, ansiosos, dándose con todo, van necesitándose como adictos.
- Hola…
- Hola mi amor
- ¿Por qué llamás a casa?
- Porque dijiste que en esa casa, tú contestas siempre el
teléfono.
- Pero puedes llamar al celular.
- ¿Qué tiene que te llame a casa? ¿No tienes nada que
ocultar, no?
- No, pero puede ser incómodo para Goldberg…
- ¿Y? Nunca es triste la verdad…
El inmaduro bicho se pone celoso y a pesar de ello, o
por ello, Martina se enamora cada vez más.
Viene la primera bronca. Pasan algunos días sin hablarse, que para el bicho de luz son una eternidad. Martina no sale de su cabeza, el bicho da vueltas alrededor del teléfono como felino encerrado, pero no quiere soltar esa tonta dignidad de macho. Pero el amor es más fuerte, le repite canchero Tanguito y el bicho la llama sin obtener respuesta. Dos horas después con el diafragma apretado insiste y suena la voz metálica del buzón de mensaje. Elucubra: Volvió con Goldberg…, no, no puede ser… Regresó el amante… ¡sí, eso es!, se martiriza. Se tira a la cama y se enconcha como gusano, como un bicho que recibió una dosis de insecticida. Va a comenzar la noche. Llama al teléfono fijo.
-Buenas noches, responde amable Goldberg.
-Por favor, con Martina.
-Ella no vive acá más, llamála al celular ¿Tenés el
número?
-Sí, gracias.
Cuelga. La felicidad genera un eco: “no vive acá más”,
“vive acá más”, “acá más”... De inmediato, el bicho sale a la calle, el extraño
de pelo largo, sin preocupaciones va. Busca una cabina y marca.
-Hola…
-Hola mi amor.
-Bichito…
-Te llamé todo el día.
-Sí, estuve fuera con los chicos y me dejé el celu en
el aula.
- ¿Nos vemos?
-Dale, venite donde Lala. Alquilé el departamento contiguo.
-Te amo Martina…
-Y sho a vos, bichito..., sho a vos…