Después
de casi quince años sin aumentar la familia, les vino a la pareja una niña. A los
diez días de nacida, sus padres creyeron conveniente ponerla bajo la protección
de un Dios. Una noche duró la deliberación conyugal y finalmente se decidieron
por aquel que tenía más clientela en este lado del mundo.
Al
mes siguiente, la pequeña fue bautizada como Rosario Michelle Auxiliadora, este
último nombre, por el día en que nació y que según el Almanaque Bristol,
correspondía a esta virgen madre del dios católico. Sería
la primera de la familia que no usaría los nombres rusos con que fueron llamados
sus ancestros, pueblerinos recios, acérrimos ateos y comunistas. Sus dos
hermanas mayores eran Kalinka e Ivanova, y los hermanos Lenin y Trotsky. Las
tías se llamaban Nadezhda y Svetlana, en honor a las esposas de los primeros
patriarcas de la patria roja y los tíos Grushenko e Igor. Lo cierto es que
todos los familiares tenían los nombres de un clan de las orillas del Volga o
del Ural y no los de una ciudad a orillas del Zamora. Los apellidos de la
pequeña Rosario eran Jaramillo Armijos.
Rosario
Michelle era un nombre acorde con los tiempos. La discontinuidad de la
tradición era comprensible ante las nuevas relaciones comerciales que la
familia establecía con clanes adinerados del sector. El nombre de la niña era
perfecto para los días que vendrían, puesto que Vasili, el flamante padre,
consiguió la representación exclusiva de
una empresa eslovaca y el primer negocio se había pactado con el católico
monopolio ecuatoriano libanés de Juan Eljuri, a quien pedirían además ser
padrino de Charito. El nombre del nuevo miembro de la familia estaba totalmente
justificado por la geopolítica y el declive ideológico del socialismo
real, materia de furibunda discusión en las reuniones familiares. Reuniones que
en su fogosidad se parecían en mucho a los congresos ampliados del rojo
partido, del cual Don Floro Jaramillo, el abuelo, fuera secretario provincial.
El
bautizo de Charito, aunque desaprobado por el patriarca, se realizó con un cura
de la capital y en la posterior comilona, la polémica hizo su infaltable aparición.
Primos y tías, tíos y cuñados y la abuela ponían en el tapete sus posiciones
encontradas, que iban desde la tibia socialdemocracia al anarquismo más
violento defendido por los primos más jóvenes, pasando por el trotskismo y el
castrismo, de papá Vasili y del tío Igor, respectivamente; la radicalidad de
Grushenko a quién cariñosamente llamaban "el Chino" y el terrorismo
ecológico de Nadezhda. El debate se ponía candente, mientras Svetlana soltaba
mantras de shamanismo amazónico y Tania calmaba a su asustada hija Rosario,
quien como única católica lloraba entre los herejes.
Marxistas
andinos ensartados en feroz discusión política, se callaban un rato para dar
paso a las reflexiones de doña Rosario Efigenia, la abuela, quien profética,
vaticinaba desde la cocina el corto tiempo de vida que le quedaba al
imperialismo yanky. De a poco los Jaramillo volvían a defender sus posiciones
con enjundia, hasta callarse ante el grito destemplado de Don Floro. La firme
exclamación del raquítico patriarca desde la cabecera, dejaba en el comedor por
pocos minutos el aire de una iglesia en comunión. Don Floro dejaba su apacible
sueño, levantaba su nariz, que hasta entonces estaba a escasos centímetros de
su guiso, se ponía ágilmente de pie y con los ojos coléricos golpeaba su
bastón de chota contra la pared más cercana. La quietud se imponía y el viejo
gritaba a voz en cuello: ¡Lo que hace falta en este puto mundo es otro Stalin,
carajo!
El patriarca se sentaba lentamente y luego
se adormilaba. Los murmullos se transformaban otra vez en gritos, para entonces Rosario
Michelle ya dormía plácidamente…

Julio
20 1999