Con la misma soga
Recuerdo aquel recreo,
cuando mi hermana mayor las presentó. Todas vivíamos en la misma calle y por
ello vi como se hicieron inseparables. En poco tiempo, cada una llegó a ser parte
de la familia de la otra; en verano iban de paseo con los Pérez y en primavera
con los Andrade.
Como la mayoría de las
chicas, ellas salían del colegio tomadas de la mano o abrazadas y como la mayoría se decían
palabras cariñosas. Pero en un pueblo pequeño como el mío eso no puede durar
por siempre y a medida que ellas crecían, también crecía un sórdido comentario.
Después de la
graduación, la más grande se hizo de un novio de verano, con quien se dejaba
ver en el cine y en el único bar; mas terminaron cuando llegó el fresco y las
primeras ventiscas. En el otoño, lucieron otra vez su compañía e incluso se
dejaron ver en el parque central del brazo, como en los días del secundario. Como
yerba mala¸ que no deja de crecer a pesar de la hoz, surgieron otra vez las habladurías que el verano silenció. Punzantes y envenenadas, brotaron desde los implícitos
códigos que traducen ese halo rancio y pacato que sobrevuela mi pueblo. Caminar del brazo son cosas de chiquillas o de viejos que
buscan apoyo a su humanidad. Una chica que empieza la adultez, camina del brazo
de su padre o del novio que después será su marido. Si no tiene uno, debe buscarlo
con prisa antes que las lenguas maledicentes empiecen a señalarla. La excepción
se da con las feas como yo. Siendo candidatas ganadoras de la soltería eterna, tenemos la suerte de monopolizar la indiferencia. Nadie
se ocupa si caminamos con alguno, junto a nuestas madres o entre nosotras. La tribu de apestadas que ocupa un rincón del parque, después de la misa dominical, es por ello intocada por la murmuración.
Un sábado por la
tarde, ya bien entrado el invierno, la mayor acordó almorzar con su padre,
y la más chica pidió en su casa permiso para acompañarlos. Ninguna de las dos
llegó al restaurante y horas después comenzó la búsqueda. Las encontraron
colgadas de un árbol en un bosque cercano; ambas pendiendo de la misma soga, un
cuerpo en cada uno de sus extremos, formando una especie de contrapeso imperfecto,
con una de ellas más cerca del suelo.
Una de las madres aseveró que su hija le quiso decir algo pero que luego se desanimó y este comentario condujo a las familias a sospechar que el asesino doble era el ex novio. Como no hay peor ciego que el que no quiere ver, familiares y vecinos, ahora mismo van enfurecidos hasta la casa del chico. El único hijo de los García, quizás pague con la vida su corto enamoramiento de verano. Sin embargo, yo sé que ese pacto de muerte fue un producto del amor y de ese rancio y pacato halo de intolerancia que sobrevuela este pueblo que nos vio nacer.
Una de las madres aseveró que su hija le quiso decir algo pero que luego se desanimó y este comentario condujo a las familias a sospechar que el asesino doble era el ex novio. Como no hay peor ciego que el que no quiere ver, familiares y vecinos, ahora mismo van enfurecidos hasta la casa del chico. El único hijo de los García, quizás pague con la vida su corto enamoramiento de verano. Sin embargo, yo sé que ese pacto de muerte fue un producto del amor y de ese rancio y pacato halo de intolerancia que sobrevuela este pueblo que nos vio nacer.