Alexis Oviedo
Al fondo, la plana montaña,
y atrás de la montaña el mar.
A un costado, la ciudad,
y sus hombres y mujeres.
Ni la brisa salobre
ni el paso en el asfalto,
llegan a ellas.
Solo la caricia de un viento
que no sabe silbar.
y el mutuo reflejo en la planicie.
Ahí están, mirándose,
discretas, de reojo.
Ellas, las únicas habitantes,
acunadas hoy por el silencio.
Solas y solemnes,
testigas del desamor,
sufren el vacío
del paisaje medroso,
y olvidan su histórica oposición.
El tiempo sobra,
por ello se empeñan en recordar…
las huellas en sus pasillos
y las marcas en sus muros,
su madera barnizada
por el toque de miles de manos,
y el eco de los pasos.
Las voces potentes
y los cánticos dulces .
Reviven las sagradas lecturas
y el colectivo susurro,
las espaldas apoyadas,
y las frentes orantes
Las rodillas hincadas,
y la devoción.
Juntas regresan al colorido pasado,
a la bulla de sus respectivos fieles,
a la algarabía de aquellos
que no fueron de ninguna de las dos.
El viento que no silba
les trae desde el ayer,
la ceremonia y su aroma,
y el perfume de las flores que ya no vienen,
que no arriban de mano de las mujeres
para el amoroso atavío
del devoto ritual.
¿Dónde están los que las visitaban?
Esos seres bellos, elegantes y simples.
¿Dónde su música, y los juegos de sus chiquillos?
Los fieles y los infieles.
Los sombreros levantados en el saludo,
los turbantes y los fez.
Los faldas de colores, la chalinas y las kofiyas.
¿A dónde fueron las calles
que encubrían el amor?
Y las barberías,
y el golpe del latón,
y el olor a samosa.
Perdidos todos en 15 años de odio.
Ellas siguen allí,
en medio de la nada.
Ambas llorando a sus negros,
a sus "coloured", a sus blancos,
dúo de hermanas mudas mirándose,
sin saber las razones del destierro.
Entre la montaña plana
y el resto de la ciudad,
la mezquita y la iglesia cristiana
son las lánguidas sobrevivientes
del que fuera el distrito seis.