Llego al hotel todavía temprano luego de haber volado toda la noche y con una larga escala en Lima. Aprovechándose de mi cansancio, el taxista me birla cinco dólares, pero en la recepción escucho a dos compatriotas, a los que pregunto sobre la final del campeonato nacional de fútbol. Ganó el Deportivo Quito, me dicen, con ello el Emelec es el campeón sin haber jugado la final. Esta una noticia que me anima luego de haberme pasado todo el vuelo pensando en Martina, con quien debíamos venir, pero finalmente no me acompañó.
Me baño, me cambio y mientras desayuno, sigo cantando en voz baja estrofas sueltas de “Con la frente marchita” de Joaquín Sabina, canción que vino a mi cabeza casi desde que me embarqué en el avión en Quito. Pregunto al recepcionista si hay algo que hacer por ahí cerca y este me dice que hay una pequeña exposición de arte moderno a pocas cuadras. Tiene tres salas, casi no hay nadie, todo el mundo está trabajando excepto los pocos turistas que damos vueltas en su interior. Es una muestra pequeña y aunque no soy un fanático del Arte Moderno, no me desagrada el trabajo que se presenta, pues devela precisamente aquello: trabajo. No son instalaciones simplonas o trabajos conceptuales que gustan a sus autores o a los mentecatos. Estoy mirando la expo y veo que a mi izquierda, a dos cuadros de distancia está una esbelta mujer de estatura mediana, con negro y ensortijado cabello corto. Cuando se acerca para ver el cuadro que acabo de contemplar, me doy cuenta que es muy blanca y que tiene unos grandes ojos negros. Paso por detrás suyo para ver ese otro cuadro y seguimos girando en sentido contrario, para encontrarnos finalmente al final de ese circuito que culmina en la puerta de la sala.
Le pregunto qué le pareció la exposición y cuando me responde, me doy cuenta de su acento español. Es de Barcelona, se llama Marta, llegó a Buenos Aires hace dos días y me cuenta que hace tiempo hasta juntarse a un tour que recorrerá la Avenida Corrientes. Le cuento que acabo de llegar y le propongo encontrarnos a la noche en un espectáculo de tango, sobre el que me contó un amigo. Tango de verdad, tango sin maromas de danza, nada de esos espectáculos para turistas. Tango en un viejo local frente al parque Lezama, ese que menciona Sábato en su libro "Sobre Héroes y Tumbas".
Mientras Marta está en su tour por Corrientes estoy en la calle Florida donde la gente enfurecida muestra letreros donde se lee “chorros, devuelvan los ahorros” mientras gritan y golpean las latas de los locales bancarios. Después de esa triste impresión sigo maravillándome con mi caminata sin rumbo por las calles planas, amplias, con hermosos edificios y parques. Repito con Sabina: “Buenos Aires es como contabas, hoy fui a pasear y al llegar a la Plaza de Mayo me dio por llorar, y me puse a gritar ¿Dónde estás?"
Esa noche en el Torquato Tasso, estará La Beba Pugliese en el piano y Mederos en el Bandoneón. Podestá cantando y los bailarines de San Telmo, entre otros virtuosos que se solidarizan con sus compatriotas. La entrada a ese espectáculo cuesta tres latas de conservas que irán a las Villas, donde los más jodidos por la crisis. Es diciembre del 2002, ha pasado exactamente un año de la caída del radical Fernando De la Rúa y la crisis sigue pegando duro. A las siete y media salgo del hotel con una camisa bonita y en la puerta del Torquato Tasso espero a Marta, mientras se forma una pequeña cola, un par de jóvenes acomodan los cartones donde irán a parar las latas de conserva que entregamos. A los diez minutos, me río de mi propia ingenuidad y estaba dispuesto a entrar cuando la veo llegar moviendo su mano nerviosa, viene agitada y disculpándose por el retraso, para después decirme que no se ubicó bien en las estaciones de metro.
El Torquato Tasso parece ser un local de tango que tiene muchos años de vida, tiene un escenario amplio. Alrededor están las mesas y en el centro una larga pista de baile. En pocos minutos el local está lleno y en el escenario, el presentador lanza un pequeño discurso conmovedor sobre la solidaridad y sobre la grandeza de los artistas que se presentan aquella noche. Luego de cada nombre retumban los aplausos. Con Marta, comenzamos a hilar esas preguntas iniciales sobre lo que hacemos en la vida, nuestras impresiones de Buenos Aires y a sugerirnos sitios para visitar. Comentamos sobre el ambiente que hay en la ciudad, sobre las personas que tratan de no ser adustas o no parecer tristes y que sin lograrlo por completo, aprietan las mandíbulas ante la crisis, comentamos acerca de los grandes grupos de piqueteros buscando algo para tomar en los basureros públicos y sobre los abogados e ingenieros que, en medio del desempleo, se buscan la vida manejando un taxi.
Suena el bandoneón y antes de comenzar, el cantante hace una referencia ligeramente política al momento de crisis. Luego descarga “Naranjo en flor” con una voz muy parecida a la del gran polaco Goyeneche. El mesero nos pasa las picadas y sirve la primera copa de vino. Nuestro diálogo se acuna con las notas melancólicas del piano y los suspiros del violín. A medida que nos servimos el vino, los temas van haciéndose más íntimos. Marta me dice que vino a Buenos Aires para escapar.
- Vivía desde hace diez años con marido, fue mi tercer novio, al inicio de los veintes, esa edad en que las mujeres pensamos que el amor lo es todo y que el resto vendrá por añadidura, dice. Pensé que estábamos muy bien, cada uno en su trabajo, viernes de fiesta, sábados de descanso o viajes cortos, domingos con mi familia. Pensábamos hacer un préstamo conjunto para comprar un piso… Hasta que llego un día del trabajo, como siempre, y encuentro una nota en la mesa de la cocina que dice: Ya no te amo. Lo siento. Me parecía una broma de mal gusto y grité su nombre, sin tener respuesta. Fui hasta nuestra habitación y vi abierto su armario, solo colgando del tubo interior tres armadores vacíos. Abrí los cajones donde dejaba su ropa interior y vi que también estaban vacíos. En el estudio estaban todos los libros, solo se había llevado una gaveta con sus documentos.
La escucho con atención. A medida que habla se emociona y sus ojos brillan con más intensidad. Espero que no llore y le sirvo una copa.
- ¿Desapareció?, pregunto.
- Lo busqué con los amigos y lo esperé una par de semanas, no había rastros de él. Había cambiado su número de móvil. Ya no tenía padres y era hijo único. Si no fuera por la nota pensé que le pasó algo.
- La nota era de él ¿estás segura?
- Sí, lastimosamente… Entonces decidí que debía irme, viajar para olvidar, viajar para escapar y reservé el primer vuelo, que fue a esta ciudad. Minutos antes de venir, un amigo llamó para decirme que vio, a lo lejos, a mi marido en Valencia. Por un segundo pensé ir a buscarlo, pero le agradecí por la noticia y salí para el aeropuerto. ¿Y tú?
Mientras escucho a Marta recorre en mi cabeza mi propia historia. Ahora es mi turno, debo descargar mi desencuentro. Sirvo, para ambos, otra copa de vino, mientras Rita Cortese comienza a cantar el tango “Malevaje”.
- Inicialmente debíamos venir juntos, digo. Con mi novia planeamos desde hace meses venir a su ciudad, pero de pronto ella comenzó a molestarse por cualquier cosa y a exagerar sus enojos.
- ¿No hiciste nada para ello? ¿Frialdad, alejamiento...?
- No sé..., durante dos meses, casi desde que planeamos el viaje, me enviaron a trabajar en la provincia y venía cada viernes por la tarde, para irme el lunes en la mañana. Quizás influyó aquello… pero, luego regresé a mi ciudad e iba a verla cada día.
- No vivían juntos ¿Estaban juntos hace cuánto?
- Dos años y dos meses.
- ¿Y no se te ocurrió proponerle vivir juntos?
- La verdad, no… Y luego de pequeñas broncas, un día tuvimos una pelea en que se sulfuró mucho. Dejé reposar aquello hasta una semana antes del viaje, la llamé y me dijo que nos veamos. En la esquina de la Casa de la Cultura me dijo que ella no iba, me encargó unos juguetes y una caja de crayolas para su sobrina, en una despedida escueta.
Rita Cortese termina su repertorio, vamos por la mitad de nuestra segunda botella de vino y seco las lágrimas de Marta con un pañuelo descartable. Cuando la hija del virtuoso Osvaldo Pugliese maravilla a todo el Torquato Tasso con su piano, Marta y yo nos besamos. Salimos abrazados, caminamos bajo esa lluvia fina que es una caricia en medio del inicio del día en el verano porteño. Tomamos un taxi y vamos hasta mi hotel donde nos desvestimos con ansia. Una vez desnudos y entrelazados, ella rompe a llorar otra vez y me dice que no puede, que le disculpe, que no ha estado en más de diez años con otro que no fuera su marido. Que si no es mucho pedir, solamente la abrace.
La ventana muestra la claridad que se escapa entre las nubes y nos quedamos dormidos. No se después de cuanto, ella escapa despacio de mis brazos y me dice que se va y comienza a vestirse. Cierra la puerta suavemente y me la imagino caminando en medio de la lluvia mañanera. Unas cuantas horas después, yo me levanto con una sensación agridulce. Marta irá a la tarde a Bariloche, mientras yo seguiré conociendo Buenos Aires. Ella regresará tres días después, justo cuando yo partiré hacia Misiones.
Me levanto y repito, mirando hacia la larga ventana, ese verso de la canción de Joaquín Sabina: "no consigo olvidarte. Ojalá que estuvieras conmigo en el Río de la Plata".