Octubre 1997, llego a Portoviejo
en un lluvioso domingo de fin de tarde. Dolido, pido a un taxi que me lleve al
hotel más cercano.
-No quiero amor a distancia, me
dijo María Helena el día anterior. Te vas a Manabí y vendrás cada semana y
luego cada quince y eso no quiero…, quiero vivir bien mis días, salir, farrear
y si me enamoro, pues sin culpa.-
Accedo. Era lógico, ¿no?
El cuarto que me asignan no tiene
ventana y no me molesto en pedir cambio. Quizás es mejor, con el ánimo sería
mazoquista ver la lluvia en la ciudad costera que oscurece. El gran ventilador
de tres aspas, situado en el centro, que al girar se sacude como si fuera a
desprenderse del eje, comienza su trabajo. Saco el walkman que me ha prestado
mi hermano, me coloco los auriculares y enciendo el aparato, sin saber el cassette
que tiene dentro. Después del zumbidito que devela que no ha llegado la cinta
magnetofónica, comienzan los trombones eternos y luego la percusión menor.
Entonces Héctor me recuerda: Todo
tiene su final…
Lo recibo con dignidad, con la
mirada en el eje del ventilador. Luego viene “Ausencia”, “Periódico de ayer” y
la dignidad quiere dar a paso a un puchero que no termina de cuajar; y que no
cuaja gracias al cambio lírico dado por “Triste y Vacía”…
“Día de suerte” y “Todo poderoso”…,
siempre mirando el techo, o hacia la pared barnizada de amarillo, allí donde
debía estar una ventana. “El cantante” me saca del adormecimiento depresivo y
cuando Héctor comienza el tararero mágico que anuncia el inicio de “Mi gente” me
incorporo. Disfruto de la música y me pongo a bailar tan embalado como Johnny
Pacheco, a veces; y en otras variaciones
del ritmo, menenando la muñeca izquierda o pretendiendo que pongo el ritmo con
las maracas, tal como lo hiciera el flaco Lavoe. Disfruto la letra, le pongo
atención, y así, cantando y bailando me doy cuenta que por ellos estoy en
Portoviejo. Por mi gente.
Cuando el cassette me regala “Juanito
Alimaña”, repleto de ritmo voy caminando por la Pedro Gual, enfundado en camisa
amarilla, manga mocha. Es una noche fresca donde comienzan a asomar escasos
caminantes. El aroma del arroz con menestra del local que está junto a la
“Flota” y la bella “miquita” que me da el ticket de la comida, hacen el resto.
Estoy en órbita, entero y listo para empezar el lunes temprano mi viaje a
Pimpiguasí.