Monday, December 09, 2024

Narcisa

El infierno es la verdad vista demasiado tarde
Thomas Hobbes


Un amigo siciliano en el segundo negroni me dice que maldice el día en que conoció a su ex.

- ¡Maldigo ese día!, dice y reitera varias veces la abominación.

Mientras revuelvo el hielo gigantesco de mi vaso, pienso que sus palabras son las mías. También maldigo el día en que conocí a quien "me hizo la vida de cuadritos", como dicen los mexicanos. Los errores se pagan y la mayoría de ellos con creces. Doy un sorbo al negroni, recuerdo la frase de Hobbes y me digo que, en verdad, me di cuenta demasiado tarde de tantos aspectos que la caracterizaban, desde su inicialmente disimulada actitud ególatra, hasta su maquiavélico pragmatismo, pasando por su celopatía. ¿Cómo iba a darme cuenta si es que, como dice el Valerio, ando en las nubes?

Valerio, pintor y solterón empedernido añade:

- Mientras vos te pasas pensando en tus alegramas y en la nueva novela. Mientras yo sueño con mi nuevo óleo, tu compañera y la mía evalúan si aún somos los indicados, buscando a su alrededor nuestro reemplazo. 

Es un primero de mayo y dada la división de la izquierda (para variar) hay dos marchas. Salomónico, decido no ir a ninguna e invito a mi primo a jugar tenis. Voy con mi raqueta, mis shorts Roger Federer y una chompa deportiva de colores que me hace parecer a Río el pajarraco de la película infantil de Disney. Pocas cuadras, después recibo la llamada de mi primo diciendo que no llega, pues no hay transporte público. Tampoco lo hay por mi lado, pero sigo caminando para ver si con alguno puedo ensayar un partido. A media cuadra pasa una de las marchas, la de los pachamámicos y desde esta me llama un amigo a quien no veía hace años. A su lado hay una chica con sombrero.

- Narcisa, mucho gusto, dice.

Pasa medio año y luego de un tonteo espectacular, tenemos un primer susto que, no termina en embarazo, por lo que le digo que evitemos un accidente tan poco feliz. La doctora le dice que se ponga un parche, le recalca que es el método más efectivo. Ella se niega y dice que ha usado siempre la “T” e insiste terca. Tiempo después está embarazada. Estamos juntos casi dos meses, yo no quiero tener hijos y ella tampoco. Decidimos abortar y lo hacemos. Luego, me declarará como el único culpable de esa decisión pero en ese entonces, aquello nos acerca más y nos vamos al África de viaje.

Fruto de coincidencias estúpidas ella se queda a vivir en mi departamento y consolidamos una relación con matices que no me gustan, pero que los dejo pasar, ya que “vivo en las nubes” como dice Valerio. Narcisa sugiere estar celosa de mi jefa, una señora de 62 años, lo que me parece gracioso. Me pregunta constantemente por Sandra, mi colega con la que realizamos varias tareas y un día suelta su recelo. Sus celos, en principio, me causan gracia y dejo que comente sobre mis colegas casadas cuyos esposos son mis amigos, que frunza el ceño al ver a alguna conocida que encuentro en una exposición o que tuerza los ojos a la dependienta qué me sonríe en la tienda. No le doy importancia, me lo tomo con tranquilidad, le aclaro entre sonrisas, que nada ocurre y ella abre los ojos como gata y aprieta levemente los labios. Chiquilladas, me digo, son chiquilladas propias de su edad, aunque ha cumplido ya 27.

Una noche llego a casa y con una risa pícara me muestra un collage. En el está mi foto de Facebook en el centro y alrededor fotografías de mis amigas, de mis ex..., mi jefa, mis compañeras de trabajo. El collage se titula “Las mujeres de Alex”. Sonrío, pero ya no me causa tanta gracia. Se lo hago saber y sus celos se manifiestan directos y agresivos. Desde entonces me llama en la oficina a media mañana o a media tarde y pregunta en qué y con quién estoy. Varias veces y sin avisar, me dice que está en la planta baja de mi oficina y que quiere subir a verme. Siempre accedo, cuando le presento a mi secretaria, la saluda con cortesía, pero cuando se va me reclama, pues “notó como la miré.”

Una noche encontramos a Sandra y a su novio en el cine, Narcisa responde el saludo hosca y poco espontánea, para después extenderle su mano como un pez muerto al despedirse. Toma por costumbre pasarme a ver por la oficina al final de la jornada. Desde mi comodidad, me agrada no caminar algunas calles para tomar el bus y luego del ascensor subir al mullido asiento de su coche que nos conducirá a casa. Sin duda, esa comodidad y mi actitud buenoide, que trasciende la bonhomía luego me traerán graves problemas.

Un año después, además de los celos hay berrinches y desplantes que culminan diciéndome que se va de la casa. La primera vez quise impedírselo, le dije que se calme, que espere, que conversemos sobre lo que le molesta. Luego la dejaba irse… a su auto, donde permanecía un par de horas y regresaba. Al volver, la abrazaba y le decía que descanse, que ya pasó… y me decía para mis adentros, no pasa nada, es sola una chiquilla... Pero luego de dos años y medio de esa cotidianidad y tres de relación, en otro de sus berrinches me harto. Le digo que es suficiente y que debemos separarnos. Me pide que le dé unos días para buscarse un cuarto en la casa de un amigo que los renta y que le permita dejar sus cosas mientras se va de viaje. Asiento y calla, no dice nada, pero me mira entre triste y enojada, abriendo los ojos como un búho y cerrando los labios en un asterisco.

Mientras Narcisa esta de viaje llega mi cumpleaños y voy a un bar de la Shyris con dos amigos. Allí, estos se encuentran con otros y con conocidos míos que están en una mesa grande. Nos invitan a que nos juntemos y luego de un par de cervezas aparece mi ex novia, amiga de los amigos de mis amigos. En un espacio de la cuasi fiesta, ella me desea feliz cumpleaños, conversamos de nuestros respectivos trabajos, de lo ocurrido en estos casi tres años de no vernos. Seguimos bebiendo cerveza, nos reímos y empezamos a recordar el pasado, hasta que me dice que se va. Al día siguiente, en medio de la resaca, recibo un mensaje en el celular donde recalca que ese encuentro no debió pasar, que mientras manejaba a su casa cayó en cuenta que  conversar conmigo no fue lo más adecuado, ni el recuerdo, ni la nostalgia, ni la cercanía. Mientras manejaba  recordó que tres años atrás ella terminó la relación por que yo le metí los cuernos con Narcisa.  Leo esos mensajes y recuerdo el día en que como un samurai, mi entonces novia sacó su katana de palabras y me voló la cabeza, sin que hubiese marcha atrás. De nada sirivió decirle que no veía a Narcisa hace varias semanas.
 

Narcisa regresa de su viaje y se queda en el cuarto de huéspedes, llega cordial, conversamos sobre su viaje, le propongo tomarnos un vino que no tengo y le digo que iré a comprarlo. Cuando regreso me recibe con lágrimas y gritos. Mientras salí, revisó mi celular, encontró los mensajes de mi cumpleaños y leyó, por supuesto, lo que quiso y lo interpretó a su antojo. Me mostró los mensajes diciéndome a gritos

- ¿Qué es esto? ¿Qué pasó? Seguramente se acostaron mientras estuve de viaje.

Se descontrola, sobreactúa... Abro la puerta y le digo que es suficiente. Toma sus cosas y se va donde su amigo Gustavo. Al día siguiente llama para preguntarme si iré a la reunión caranvalesca de su familia. Su familia es muy simpática, su padre  es casi un amigo. En la reunión estamos cada uno por su lado, los hombres arreglando las carnes y las mujeres preparando otros alimentos. Me emborracho, me pongo cariñoso…

Viene el cuarto Primero de Mayo desde que la conozco, y yo como siempre salgo a marchar. Ella dice que se queda, que puede ser peligroso, que tiene que hacer... Como mi celular está descargado y olvidé el cargador en la oficina, lo dejo en casa para que no se caiga o me lo roben en el tumulto. Voy y desfilo con mi equipo de fútbol. Encuentro a los viejos amigos de la izquierda y nos tomamos unas cervezas. Camino a casa rememorando el primero de mayo en que la conocí, regreso feliz a contarle la experiencia de ese día. Narcisa me recibe gritando histérica, con los ojos rojos de tanto llorar y con mi celular encendido entre sus manos. Ella ha comprado un cargador. Otra vez me saca en cara los mismos mensajes de mi exnovia que yo no había borrado. Se enfurece y se avalanza con las uñas listas, le tomo de las manos y entonces comienza a lanzarme patadas, que trato de esquivar. Mientras le digo que se tranquilice, se deja caer al suelo y llora imparable. No se que hacer…

Esa escena es un evento entre los meses del infierno que va haciéndose evidente y que crece, mientras también crece mi hijo en su vientre. Su nacimiento me trae mucha dulzura, pero su madre sabe que ahora tiene la sartén por el mango, por lo que me manipula y amenaza. Aprovecha para victimizarse y a usar la maternidad naciente para lograr que se le cumplan sus caprichos. Sale el narcisismo de Narcisa en todo su esplendor, y un año después somos dos padres que conviven en una casa.

Una mañana estoy bajo la ducha más tiempo del habitual. Estoy recibiendo por largos minutos el agua en mi cara y dejando que esta baje por mi cuerpo. El sonido del agua cayendo bajo presión y el humo esparciéndose por la pequeña habitación generan una atmósfera particular que me hace vocalizar la frase que se venía incubando: Estoy en un infierno del que no saldré bien librado… no he visto la verdad a tiempo. ¿Cómo me metí en esto? ¿Cómo haré para salir de acá sin perder a mi hijo? son dos preguntas que martillan. Al no tener respuestas, me siento en el piso y no quiero pensar, trato de concentrarme en el ruido del agua cayendo sobre mi cuerpo.


 

Monday, August 19, 2024

Marta

Llego al hotel todavía temprano luego de haber volado toda la noche y con una larga escala en Lima. Aprovechándose de mi cansancio, el taxista me birla cinco dólares, pero en la recepción escucho a dos compatriotas, a los que pregunto sobre la final del campeonato nacional de fútbol. Ganó el Deportivo Quito, me dicen, con ello el Emelec es el campeón sin haber jugado la final. Esta una noticia que me anima luego de haberme pasado todo el vuelo pensando en Martina, con quien debíamos venir, pero finalmente no me acompañó.

Me baño, me cambio y mientras desayuno, sigo cantando en voz baja estrofas sueltas de “Con la frente marchita” de Joaquín Sabina, canción que vino a mi cabeza casi desde que me embarqué en el avión en Quito. Pregunto al recepcionista si hay algo que hacer por ahí cerca y este me dice que hay una pequeña exposición de arte moderno a pocas cuadras. Tiene tres salas, casi no hay nadie, todo el mundo está trabajando excepto los pocos turistas que damos vueltas en su interior. Es una muestra pequeña y aunque no soy un fanático del Arte Moderno, no me desagrada el trabajo que se presenta, pues devela precisamente aquello: trabajo. No son instalaciones simplonas o trabajos conceptuales que gustan a sus autores o a los mentecatos. Estoy mirando la expo y veo que a mi izquierda, a dos cuadros de distancia está una esbelta mujer de estatura mediana, con negro y ensortijado cabello corto. Cuando se acerca para ver el cuadro que acabo de contemplar, me doy cuenta que es muy blanca y que tiene unos grandes ojos negros. Paso por detrás suyo para ver ese otro cuadro y seguimos girando en sentido contrario, para encontrarnos finalmente al final de ese circuito que culmina en la puerta de la sala.

Le pregunto qué le pareció la exposición y cuando me responde, me doy cuenta de su acento español. Es de Barcelona, se llama Marta, llegó a Buenos Aires hace dos días y me cuenta que hace tiempo hasta juntarse a un tour que recorrerá la Avenida Corrientes. Le cuento que acabo de llegar y le propongo encontrarnos a la noche en un espectáculo de tango, sobre el que me contó un amigo. Tango de verdad, tango sin maromas de danza, nada de esos espectáculos para turistas. Tango en un viejo local frente al parque Lezama, ese que menciona Sábato en su libro "Sobre Héroes y Tumbas". 

Mientras Marta está en su tour por Corrientes estoy en la calle Florida donde la gente enfurecida muestra letreros donde se lee “chorros, devuelvan los ahorros” mientras gritan y golpean las latas de los locales bancarios. Después de esa triste impresión sigo maravillándome con mi caminata sin rumbo por las calles planas, amplias, con hermosos edificios y parques. Repito con Sabina: “Buenos Aires es como contabas, hoy fui a pasear y al llegar a la Plaza de Mayo me dio por llorar, y me puse a gritar ¿Dónde estás?"

Esa noche en el Torquato Tasso, estará La Beba Pugliese en el piano y Mederos en el Bandoneón. Podestá cantando y los bailarines de San Telmo, entre otros virtuosos que se solidarizan con sus compatriotas. La entrada a ese espectáculo cuesta tres latas de conservas que irán a las Villas, donde los más jodidos por la crisis. Es diciembre del 2002, ha pasado exactamente un año de la caída del radical Fernando De la Rúa y la crisis sigue pegando duro. A las siete y media salgo del hotel con una camisa bonita y en la puerta del Torquato Tasso espero a Marta, mientras se forma una pequeña cola, un par de jóvenes acomodan los cartones donde irán a parar las latas de conserva que entregamos. A los diez minutos, me río de mi propia ingenuidad y estaba dispuesto a entrar cuando la veo llegar moviendo su mano nerviosa, viene agitada y disculpándose por el retraso, para después decirme que no se ubicó bien en las estaciones de metro.

El Torquato Tasso parece ser un local de tango que tiene muchos años de vida, tiene un escenario amplio. Alrededor están las mesas y en el centro una larga pista de baile. En pocos minutos el local está lleno y en el escenario, el presentador lanza un pequeño discurso conmovedor sobre la solidaridad y sobre la grandeza de los artistas que se presentan aquella noche. Luego de cada nombre retumban los aplausos. Con Marta, comenzamos a hilar esas preguntas iniciales sobre lo que hacemos en la vida, nuestras impresiones de Buenos Aires y a sugerirnos sitios para visitar. Comentamos sobre el ambiente que hay en la ciudad, sobre las personas que tratan de no ser adustas o no parecer tristes y que sin lograrlo por completo, aprietan las mandíbulas ante la crisis, comentamos acerca de los grandes grupos de piqueteros buscando algo para tomar en los basureros públicos y sobre los abogados e ingenieros que, en medio del desempleo, se buscan la vida manejando un taxi. 

Suena el bandoneón y antes de comenzar, el cantante hace una referencia ligeramente política al momento de crisis. Luego descarga “Naranjo en flor” con una voz muy parecida a la del gran polaco Goyeneche. El mesero nos pasa las picadas y sirve la primera copa de vino. Nuestro diálogo se acuna con las notas melancólicas del piano y los suspiros del violín. A medida que nos servimos el vino, los temas van haciéndose más íntimos. Marta me dice que vino a Buenos Aires para escapar.

-          Vivía desde hace diez años con marido, fue mi tercer novio, al inicio de los veintes, esa edad en que las mujeres pensamos que el amor lo es todo y que el resto vendrá por añadidura, dice. Pensé que estábamos muy bien, cada uno en su trabajo, viernes de fiesta, sábados de descanso o viajes cortos, domingos con mi familia. Pensábamos hacer un préstamo conjunto para comprar un piso… Hasta que llego un día del trabajo, como siempre, y encuentro una nota en la mesa de la cocina que dice: Ya no te amo. Lo siento. Me parecía una broma de mal gusto y grité su nombre, sin tener respuesta. Fui hasta nuestra habitación y vi abierto su armario, solo colgando del tubo interior tres armadores vacíos. Abrí los cajones donde dejaba su ropa interior y vi que también estaban vacíos. En el estudio estaban todos los libros, solo se había llevado una gaveta con sus documentos.

La escucho con atención. A medida que habla se emociona y sus ojos brillan con más intensidad. Espero que no llore y le sirvo una copa.

-          ¿Desapareció?, pregunto.

-          Lo busqué con los amigos y lo esperé una par de semanas, no había rastros de él. Había cambiado su número de móvil. Ya no tenía padres y era hijo único. Si no fuera por la nota pensé que le pasó algo.

-          La nota era de él ¿estás segura?  

-          Sí, lastimosamente… Entonces decidí que debía irme, viajar para olvidar, viajar para escapar y reservé el primer vuelo, que fue a esta ciudad. Minutos antes de venir, un amigo llamó para decirme que vio, a lo lejos, a mi marido en Valencia. Por un segundo pensé ir a buscarlo, pero le agradecí por la noticia y salí para el aeropuerto. ¿Y tú?  

Mientras escucho a Marta recorre en mi cabeza mi propia historia. Ahora es mi turno, debo descargar mi desencuentro. Sirvo, para ambos, otra copa de vino, mientras Rita Cortese comienza a cantar el tango “Malevaje”.

-          Inicialmente debíamos venir juntos, digo. Con mi novia planeamos desde hace meses venir a su ciudad, pero de pronto ella comenzó a molestarse por cualquier cosa y a exagerar sus enojos.

-          ¿No hiciste nada para ello?  ¿Frialdad, alejamiento...?

-          No sé..., durante dos meses, casi desde que planeamos el viaje, me enviaron a trabajar en la provincia y venía cada viernes por la tarde, para irme el lunes en la mañana. Quizás influyó aquello… pero, luego regresé a mi ciudad e iba a verla cada día.

-          No vivían juntos ¿Estaban juntos hace cuánto?

-          Dos años y dos meses.

-          ¿Y no se te ocurrió proponerle vivir juntos?

-          La verdad, no… Y luego de pequeñas broncas, un día tuvimos una pelea en que se sulfuró mucho. Dejé reposar aquello hasta una semana antes del viaje, la llamé y me dijo que nos veamos. En la esquina de la Casa de la Cultura me dijo que ella no iba, me encargó unos juguetes y una caja de crayolas para su sobrina, en una despedida escueta.

Rita Cortese termina su repertorio, vamos por la mitad de nuestra segunda botella de vino y seco las lágrimas de Marta con un pañuelo descartable. Cuando la hija del virtuoso Osvaldo Pugliese maravilla a todo el Torquato Tasso con su piano, Marta y yo nos besamos. Salimos abrazados, caminamos bajo esa lluvia fina que es una caricia en medio del inicio del día en el verano porteño. Tomamos un taxi y vamos hasta mi hotel donde nos desvestimos con ansia. Una vez desnudos y entrelazados, ella rompe a llorar otra vez y me dice que no puede, que le disculpe, que no ha estado en más de diez años con otro que no fuera su marido. Que si no es mucho pedir, solamente la abrace. 

La ventana muestra la claridad que se escapa entre las nubes y nos quedamos dormidos. No se después de cuanto, ella escapa despacio de mis brazos y me dice que se va y comienza a vestirse. Cierra la puerta suavemente y me la imagino caminando en medio de la lluvia mañanera. Unas cuantas horas después, yo me levanto con una sensación agridulce. Marta irá a la tarde a Bariloche, mientras yo seguiré conociendo Buenos Aires. Ella regresará tres días después, justo cuando yo partiré hacia Misiones.

Me levanto y repito, mirando hacia la larga ventana, ese verso de la canción de Joaquín Sabina: "no consigo olvidarte. Ojalá que estuvieras conmigo en el Río de la Plata".

 

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