Ella
no explotaba su sensualidad chola, esa sensualidad que dilató mis
puplias al mirarla y que me provocó un escozor al olerla. Maracuyá,
víctima del estereotipo dominante, ocultaba su exótica belleza, tras un
cabello oxigenado y cremas de blanqueamiento. Para Javico, sin embargo,
ella era nada más que una chica buena gente y me lo hacía saber cada vez
que
yo con atención clavaba la mirada en sus senos y nalgas tropicales,
acordes con
la humedad de la ciudad que estábamos visitando.
Aunque Javico considere que ella es desengañadita, usando el calificativo de mi abuela; todos sin dudarlo, coincidimos
en que es la mejor de las anfitrionas. Gracias a ella tuvimos una
noche divertida y no la evidente borrachera vulgar que parecía venir dada nuestra condición de serranos, en
la ciudad que solo se abre por completo a sus hijos. La llamada de
Maracuyá fue el inicio de una noche que a unos más que a otros nos meneó
sus costeñas caderas. Buceando
entre las calles del centro, ahí donde el olor de la ría y sus
lechuguines se hacía más intenso y se mezclaba con el de los policías
municipales que esperaban aporrear relajosos, estaba nuestra esquina. Una mano cobriza metió a Paco al otro lado de una puerta semicerrada
y le seguimos. Su dueña, le dio un beso sonoro en la mejilla y a sus dos acompañantes
nos recibió como si nos conociera de siempre. Al fondo, la voz de un seudo poeta
maldito declamaba una traducción de Bukowski y un borracho lo interrumpía
intermitente con alguna obscenidad, acallada de inmediato por la concurrencia. Mientras saboreaba mi primer ron-cuatro dedos sin agua, supe
que el underground guayaco nos guiñaba un ojo.
El poeta
fue despedido con aplausos y subió al estrado un enjuto tipo papayoso que
comenzó a cantar “Estrellita solitaria”. Jinsop había muerto pocos días atrás y
la interpretación nos conmovió sobremanera. La mayoría de jóvenes miraba con curiosidad, los pocos adultos la coreaban a voz en cuello y en mi caso me sentía un privilegiado en medio de tan particular barroquismo. Mientras apuraba mi segundo ron sentí
el olor del cáñamo y vi
como Maracuyá mirando fíjamente al intérprete, lo fumaba
con paciencia. El porrillo pasó a manos de Paco y de este a un tal
Cubillos con quien comenzaron a hablar de cine. Javico, venció su
paisana timidez y se acercó a una delgada chica
fashion y yo con mi tercer ron en la mano, lentamente donde Maracuyá.
El ron seco al tiempo que me quemaba la
garganta, me regaló
las palabras adecuadas para atraer su atención y hacerla sonreir y
también me regaló un ligero acento manaba que le
causaba gracia. Ella se dejaba ir y me dejaba avanzar confianzudo, hasta
me ofreció un hit de su porrillo,
que yo rechacé amablemente porque sus efectos no iban acordes con mis
intenciones. Cuando en una pantalla, Jinsop cantaba “Dulzura mía”, cruce
mi brazo
por su cintura y ella se me pegó por unos minutos, pero antes que la canción termine, salió despedida como bola de flipper al escuchar que la llamaban. Un
gigante, vestido de Tommy Hilfiger de pies a cabeza, gritaba su nombre y ella con la cara
iluminada, se soltó de mis brazos como de un alambre de púas y cayó en los de él como una hojita de mango.
No
escuché bien de que hablaron mientras el gigante pituco le acariciaba el cabello, pero cuando éste pasó su índice por el rostro de Maracuyá
con dulzura, vi como ella le entregó una pequeña cajita de madera. Fede, que después supe, era el nombre del tipo, se dirigió a los baños y Maracuyá coqueta y resignada, se acercó a mi de nuevo. Mi
cuarto ron seco me regaló una bronca de macho rechazado que casi
explota cuando ingresaron los municipales blandiendo sus porras para
sacarnos del local. Por suerte mi
rabia fue aplacada por Paco, al decirme que el "afterparty" estaba
listo. Formados en pequeño pelotón bohemio, nos dirigimos hacia Las
Peñas, siguiendo al poeta Cubillos quien nos ofrecía su casa y más ron.
-Y
como este tengo tres cuartos-, dijo con orgullo el poeta al hacernos
pasar a una de las modestas habitaciones cubierta de anaqueles en sus
cuatro paredes. De inmediato se subió en una silla y se puso imitar a
Velasco Ibarra. Un amigo suyo circuló una botella, antes de desplomarse
en el hueco dejado en un anaquel. Cuando Cubillos terminó su
interpretación, que incluía el acento serrano del patriarca, escuchamos a
un tipo increpar a Paco su falta de conocimiento de "Granshi".
Cubillos, se compró el debate espetandole que alguien que no conoce ni
el sabor del encebollado no debe atreverse a hablar de cultura. En eso
la botella quedó en mis manos, cada nuevo sorbo incrementaba la diversión de la escena intelectualoide y me hacía reir a mandibula batiente. Maracuyá que todavía tenía la boba expresión de su feliz
encuentro con el gigante, gritó de pronto angustiada: La cajita, Paco, !Fede se llevó la cajita!
Después de una llamada de celular, Paco acompañaba a Maracuyá a buscar la famosa cajita. Javico
en un rincón, metía mano a la chica
fashion y el dúo en debate invocaba alternativamente a Pedro Saad y a
Abdón Calderón Muñoz, a Don Buca y a Pancho Jaime. La luz del nuevo día
sacudió el mínimo ventanal y en el letargo que sigue a la borrachera yo
imaginé que Maracuyá, a su regreso, se acurrucaba a mi lado y retozabamos enredados entre los libros de Cubillos. Mas cuando me dormí soñé en el "Gran Capitán" Carlos Guevara Moreno, mi tío tatarabuelo, mostrando a las masas su pecho herido en la Guerra Civil Española.
1 comment:
Casi se puede transportar al lugar de las escenas narradas y ver los rostros de los protagonistas!!!
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