La Roma monumental siempre hará que pasen cosas, especialmente en esos veranos super calurosos, con sol radiante y cuando la ciudad se llena de turistas. Estos van presurosos del Coliseo a la Fontana di Trevi, como si se tratara de una gimcana, miran sus mapas, hacen largas filas buscando los sitios arqueológicos, se toman fotos...
Yo caminaba relajado en la ciudad de los Césares, era otra de tantas estancias por trabajo o placer. Ahora visitaba a Giulia, quien hace poco tuvo su bebé y esperábamos unos encargos que su hermana Martina, residente en Nueva York envió al sobrino. Pedimos una “birreta”, ella hidrató a su crío de ojos vivísimos y nos igualarnos los chismes. Media hora después, llegaron tres mujeres, que no pasaban desapercibidas, evidentemente estadounidenses, eran contemporáneas nuestras, en los finales de su veintena. Las compañeras de trabajo de Martina llegaron a Roma el día anterior. Después de los saludos efusivos de Giulia, las preguntas sobre su hermana, vino la invitación a acompañarnos. Ellas contaban sus primeras impresiones y una comenzó a practicar su italiano, de acento americano apenas perceptible, conmigo, debido a la ubicación de las sillas.
-No vinieron a Roma a sentarse a tomar cerveza, les dijo Giulia con su amplia y romana sonrisa.
Las despidió cortés y concertaron una cena para el día siguiente, en la que el abundante vino de Abruzzo, regalaba a Francine un italiano más fluido. Había nacido en la pequeña Italia, en ese sector del Bronx, ubicado a pocas cuadras de la turística calle Arthur, que se va convirtiendo en el último reducto del gran barrio italiano del norte de Manhattan. Su abuelo migrante desarrolló un pequeño negocio, que se hizo próspero con su padre. Bautizada en honor a Francesca, la matrona de la familia, ella preferia que le llamen Fran.
En un verano romano, después de que el dios Baco nos inundara con su elixir, era obvio que terminemos besándonos. Los días siguientes las acompañé en sus recorridos por la ciudad, a las playas cercanas y muchas veces terminábamos en una fiesta improvisada en casa de Giulia. La semana siguiente, fueron hacia Pompeya y su retorno fue el preludio del retorno a la Gran Manzana. Diez días pasaron volando, pero el amor de verano siguió desde varias cartas y contadas llamadas telefónicas. Yo había regresado a Trapani e iba tirando desde mi puesto de asistente contable en la prefectura. En septiembre me invitó a Nueva York para el fin de año y aunque dudé mucho que dieran la visa a un chico pobre, llegó la carta de invitación de su padre. A veces cierro los ojos y revivo ese recuerdo bonito de la noche de navidad, que comenzó con una corta caminata en el frío invierno. Los cuatro, eleganemente vestidos, entrando a un restaurante. El hijo mayor de la familia había fallecido en un accidente años atrás y Fran me advirtió que ese era un tema intocable.
Times Square marcó el fin del año con la multitud alborozada. My guapp y yo estábamos muy enamorados. Para fines de Enero, cursaba mi primer nivel de inglés y trabajaba en la cocina de un restaurante. En Junio era contable en el almacén de un amigo de la familia. Desde el primer día Michael, el padre, se portó muy amable. En una no planificada celebración de mi primer año no tan discreto, espetó:
- Sabes Tony, estoy bastante contento de que Fran tenga un novio italiano y no un negro bailarín de break dance, o un portorriqueño de patillas largas y bigote recortado, como está de moda.
Con su estilo directo me dijo que si viviría en Nueva York era mejor acercarme al baseball y comenzó a llevarme al estadio de los Yankees. No sabía por qué a Fran incomodaban esas salidas y yo replicaba que comprenda a su padre, pues quizás veía en mi al sustituto del hijo fallecido en aquel accidente. -No te pongas celosa-, bromeaba.
Vivíamos en un modesto departamento de Brooklyn, Fran trabajaba en una tienda de computadoras novedosas, aquellas en las que su pantalla simulaba una hoja de papel. Su familia nos visitaba regularmente, pero a veces y sin avisar, aparecía Michael con cerveza, entradas para el estadio o deliciosos pastramis... Una tarde me trajo un trabajo de contabilidad. Algo sencillo, reordenar algunos inventarios desde instrucciones precisas. Un trabajo fue muy bien pagado, pero sobre el que, sin necesidad de decírmelo, debía guardar reserva, incluso con Fran.
Ni mi esposa ni yo éramos muy creyentes, pero mis suegros insistían en fijar fecha para la ceremonia religiosa.
-Es dar una alegría a la nona, Tony-, dijo Michael. -Ella se ufana de que jamás hubo divorcios en esta familia. Viudeces sí, pero divorcios nunca ¿Tú me entiendes, eh?- La nona está vieja, se lo merece ¿No crees, Fran?
Fue una celebración magnífica donde mi suegro botó la casa por la ventana. Al final era su única hija. No sé si la signora Francesca estaba alegre, pero desde un sitio de honor nos miraba con sus ojitos opacos más bien llenos de curiosidad. Luego de las palabras rituales de mis padres y suegros, luego del vals y del baile general, se quedó la corta familia ampliada y pocos amigos. En un rincón estaban abrazados Michael y un amigo de su misma edad, bastante borracho. Recordaban ruidosos, esas anécdotas de juventud, los días infantiles del barrio, los del ejército… Anthony Occhipinti, me mira con los ojos vidriosos y me invita a acercarme. Cuando estoy a un par de metros dice
-Eh Michael. Eres un viejo con suerte, el figghiu no solamente es siciliano, además se llama como yo, ¡somos los mejores, eh, Tony!, acota despeinándome. ¡Bienvenido a la familia!…
Me pareció que mi suegro se ponía serio, pero lo dejaba seguir.
-Vamos Occhi, tómate el último, dale.
Occhi, pasó su brazo por el cuello de mi suegro y formó un pequeño triángulo, con nuestras cabezas casi chocando.
- Eh Miki, bastardo… Te felicito… Parece que tenemos al próximo padrino.
Fueron pocos segundos de silencio, en los que pensé que mis oídos o mi dominio del inglés me jugaban una mala pasada. Fue uno de los momentos más determinantes de mi vida, del cual el recuerdo es ambiguo. No tengo certezas sobre la expresión de mis contertulios: A veces creo que Michael frunció el ceño y Occhi puso cara de haber metido la pata, pero en otras se me hace que esto fue planificado por los amigos, comenzando con la supuesta borrachera de Occhi. Creo que ambos me miraron con una expresión inquisitiva, como si quisieran respuesta. En esos breves segundos creí confirmar sospechas y al mismo tiempo me dije que mi carácter fantasioso me estaba jugando una broma.
Esos segundos largos
con los fuertes brazos de Occhi alrededor de mi cuello y el de Michael Russo,
su amigo de toda la vida, terminaron con la carcajada de ambos y mi aliviada sonrisa. Sin embargo, acompañando la música de fin de fiesta, escuché como unas zancadas firmes se acercaban con determinación. El sonido de los tacones me hizo girar la cabeza, para ver los ojos de Fran calcinando a los dos amigos.
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