El
periódico me dice que el partido de un viejo político resurgirá luego de largos
años de silencio. En la foto de la noticia aparece el ex presidente,
acompañando a sus coidearios. De
inmediato viene a mi memoria el día en que éste ganó las elecciones y los hermosamente
tristes días subsiguientes.
Borja gana la presidencia y la capital muestra toda su algarabía. Excepto
yo, que desde mi ideologización de extrema izquierda, desapruebo al flamante
socialdemócrata. Estoy frente al televisor cuando me dicen que me busca Dany
Bond, un chico del barrio cuatro años más grande. Viene a invitarme al festejo de la
caravana motorizada y antes de que empiece con mi
letanía ortodoxa, me pide acompañarle; se encontrará con una chica que le gusta y ella irá con su hermana menor.
Más
bien movido por la solidaridad con el amigo y ante el aburrimiento televisivo de
un domingo por la noche, bajamos las pocas cuadras que nos separan de la avenida 10 de Agosto. Allí se nos acerca una muchacha repleta de alegría y Dany la abraza, es evidente
el interés mutuo. Caminamos hasta la esquina, donde nos espera una camioneta flanqueada por sendas banderas de color naranja. En el balde está una pareja y
otra joven mujer; solo cuando arranca la camioneta, Dany me presenta a Ximena y a
Giannina, la hermana menor. La impresión que me provoca la chiquilla me deja
estático; si no fuera por el salto que da la camioneta al arrancar, quizás no la
hubiera saludado con el tradicional beso en la mejilla. La
caravana motorizada avanza. En el balde las dos parejas corean con entusiasmo la consigna del partido ganador. Giannina mira a la
multitud y yo la miro a ella. Voy más bien silencioso, contemplando cada gesto
de la bella que va a mi lado con su camisa de cuadros. Como diría el flaco
Pérez, estoy entontecido por el amor. Espero
esos momentos en que la caravana se detiene para acercarme y sonreírle. Cuando creo
que podría escucharme, le lanzó las típicas preguntas que un chico de 18 hace a
otra chica de la misma edad. Es de Celica, vino a estudiar publicidad en la Universidad
y trabaja en el banco La Previsora, que casualmente queda a pocas
cuadras de mi casa. Punto para mí, pienso.
Es
la mujer más bella que he visto hasta entonces, aquel modelo de belleza deseado a fuerza de verlo en las portadas de las revistas y en los anuncios televisivos.
Largo cabello castaño y grandes ojos azules, nariz recta, y boca bien dibujada,
un rostro de santa o de virgen católica, que continúa en su metro setenta de
estatura. El tipo de mujer que he soñado está junto a mí. No tiene poses, como si no se hubiese percatado de su hermosura. Es atenta y
amable sin ser coqueta. Por mi parte, voy agotando la batería de preguntas y evito
que la conversación gire sobre ideología o las ciencias exactas del polítécnico
donde estudio. Me doy cuenta que me falta mucho de la cancha de Dany Bond,
quien a pocos metros está abrazando a la hermana mayor, encantada con
sus ocurrencias. El primo de las hermanas Burneo, nos acerca una “tocha” de Cantaclaro
y el paso del trago de caña por mi garganta es un alivio, porque además trae nuevas tramas
de conversación. Pregunto sobre Loja y Giannina me responde con una amabilidad que
va más allá de una guía turística.
Los
autos de la caravana se detienen, Borja se dirige a las masas.
Giannina lo mira con curiosidad y su hermana y primos con arrobamiento. Yo no
escucho nada, solo dibujo con mi mirada su perfil y con ella me acerco al brillo de sus ojos
azules. Dany Bond me guiña un ojo y yo discretamente pongo mi brazo sobre el
hombro de Giannina, quién al sentirlo me sonríe enigmática y vuelve a escuchar al
político. Borja termina su discurso y luego de la ovación, la familia lojana
dice que se marcha. Dany Bond besa los labios de la hermana mayor y Giannina me
da un beso cortés en la mejilla. En el segundo posterior le pregunto si tiene
un teléfono al cual llamarle y me dice que no. Bajamos de la camioneta y retorno
de mi sopor. Dany Bond burlón me dice que regresemos al barrio y yo le ruego que organice
una salida para los cuatro la semana siguiente. Dany, sin parar de sonreír, mueve la cabeza afirmativamente.
Llamo
a Dany el lunes, el martes y el
miércoles, Dany Bond en cada llamada me dice que está en la tarea encomendada.
El jueves voy hacia el banco La Previsora y pregunto por Giannina Burneo. Me informan
que es la secretaria del gerente, me tiemblan
las piernas y sin embargo, subo los escalones. Junto a la oficina del principal
están dos escritorios, el de ella y el de una señora mayor, ambas vestidas con el traje formal de funcionarias
de banco (ahora supongo que una aportaba la eficiencia y otra la imagen). Al
verme sale de su escritorio y sus torneadas piernas avanzan hacia mí. Hola, cómo
estás, me dice con una sonrisa luminosa. No le digo la verdad: que me moría de ganas de verla otra vez, sino que quiero abrir
una cuenta en esa institución. Me indica con quién debo
hablar para hacerlo y finjo escuchar las instrucciones. Cuando comienzo a tocar otros temas, la señora mayor le indica que el gerente la necesita
en su oficina. Se disculpa y me despide con cordialidad.
El
viernes Dany Bond me invita a salir con otra chica y su amiga. Le increpo por
la cita fallida y me arroja una risa malvada, acota que conversó con Ximena y
ésta le dijo que le parecí guapo a su hermana. El
lunes por la noche estoy merodeando la carrera de publicidad de la UTE,
buscando un encuentro casual en el receso. Le invito un café, que
lo toma apresurada pues debe regresar a clases. Te llamo mañana a la oficina, le
digo. Camino las decenas de cuadras que me
separan de casa, con un dolorcillo punzante en el estómago.
Luego
de algunas breves conversaciones telefónicas, interrumpidas por los
requerimientos de su jefe, acepta mi invitación a salir después de su jornada
laboral. Estoy puntual en la puerta del banco, luciendo mis mejores galas. Ella
sale larga, torneada y hermosa; desde sus tacones es casi de mi estatura. Me regala
esa sonrisa que me derrite y vamos a las ensaladas Montserrat. Comienza el
principio del fin, con la burla de un conocido desde el bus. Era evidente que caminar
junto a ella, en lugar de hacerme sentir orgulloso, me ponía
incómodo. El mundo veía desfilar a la diosa, junto al rey de la timidez.
La
mesera nos presenta el menú y digo torpe que queremos dos ensaladas, lo correcto
era esperar a que ella decida. La mesera pregunta por algo más y respondo que
no. Quiero que se marche, que nos deje solos. Giannina serena dice, que ella quisiera
también un jugo de naranja. Tres errores en menos de dos minutos. Me doy cuenta
de ellos y me sonrojo. Hablamos sobre la universidad y el diálogo marcha bien,
mientras ella responde. Cuándo me pregunta, comienzo a desarrollar una digresión
imparable sobre trigonometría, que ella en un principio escucha atenta. Otra
vez veo que actúo como un tonto y me detengo. Ella pide mi opinión sobre el nuevo
gobierno y digo para mis adentros ¡bravo!
¡la política, es mi fuerte!. Pero desde mi ideologización ultra izquierdista,
la atiborro con un discurso sobre la lucha de clases, recalcando que el gobierno
será para la burguesía, como todos. Continúo con frases cliché y una retahíla panfletaria,
hasta que de nuevo advierto que la estoy cagando. Cuando me callo, replica desairada
que le gusta el presidente Borja y cree que hará un buen gobierno; que
tiene mucha esperanza, a pesar de lo que yo opino. Me mata, quisiera darme un puñetazo en la mandíbula. No sé qué más decir. Me sudan las manos, hay un silencio incómodo. Y desde la crisis nerviosa
rompo el mutismo con más ideología; ahora parezco un testigo de
jehová en versión marxista que proclama el advenimiento de los días de
igualdad para todos, luego del triunfo de la revolución popular armada. Ella abre más sus grandes ojos azules y deja por segundos junto a sus labios entreabiertos la cuchara de
ensalada (imagen que ahora me parece de lo más sexi) ¡La cagué otra vez! De pronto meto en mi boca sucesivas
cucharadas de fruta, ¡Cállate de una vez, imbécil! pienso. ¿Por qué no tienes
una décima del encanto de Dany Bond con las mujeres? me pregunto, mientras me atraganto con
la crema de mora. Siento que voy a llorar y respiro. Ella me mira
condescendiente, delicadamente se sirve los bocados del potaje, mientras yo comienzo a hacer
pedacitos la servilleta. Inicia una conversación sobre el clima, sobre el
verano que se avecina y las vacaciones. Ella irá a su natal Celica, yo miento
que iré a la playa y balbuceo unas cuantas cosas que ya no recuerdo. Hemos
terminado la comida. Me dice que tiene que ir a la universidad. Sonrío estúpido
y para mi mala suerte aparece un taxi que ella toma de inmediato. Como diría el
flaco Pérez: Mucha nave para tan poco capitán…
La
llamé varias veces las semanas siguientes, buscando una nueva cita, luego de escuchar los consejos de Dany Bond: "cuando estás con una mujer que te interesa, debes
escucharla, y lograr sutilmente que ella note que sus puntos de vista sobre el
mundo son absolutamente compatibles con los tuyos". No la volví a ver. Después me
enteré que le parecía guapo, que le parecía un tipo lindo, un bello idealista
romántico. Que le provocaba ternura. También supe que meses después se casó con
un primo lejano, en la Loja nativa.
Treinta
años después, mirando la foto de diario del ex presidente Borja, me pregunto
dónde estará ahora la hermosa Giannina Burneo. Pienso que esta vez sí podría encantarla
con mi conversación; pero si pudiera tener otra cita con ella, jamás la
invitaría a un local de ensaladas de fruta.
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