Tuesday, April 23, 2024

María Luisa

Los "vagos de la esquina" estamos en plena adolescencia y focalizamos nuestras aficiones. Fermín está ilusionado con las motos, ha comenzado a fumar y con ello reafirma su rol de chico maduro. Entonces, Renato hace lo mismo, pero con Marlboro, el cigarrillo de los chicos del norte y no el popular Lark de los mayores del barrio. Felipe perfecciona la guitarra, en tanto que César e Iván van por el baloncesto. Es una preocupación general crecer, pero  Roberto y Darío siguen con el fútbol, mejorando su juego en distintas posiciones. Yo perfecciono mis dibujos, mis elementales poemas y retomo el judo, sin disciplina.

Tenemos intereses diversos pero un factor común prioritario: las chicas. Aquellas que solo responden nuestro saludo, que huyen de los "vagos de la esquina", las que aparecen de vez en cuando o esas que vemos con chicos mayores, quedan en los comentarios esquineros. Muchas chicas que no son agraciadas y algunas chicas del Colegio Español que son amigas nuestras quedan  también excluidas. Quien roba los pensamientos y asalta los sueños de casi todos es María Luisa Sáenz, bella y a la vez sexy por excelencia. Es a quien la mayoría de nosotros desea. Cada uno expresa este deseo en la esquina de manera más o menos explícita, pero por mi parte, no la menciono, pues la veo totalmente inalcanzable. A pesar de que la pude conocer un poco más que el resto, siendo condiscípulo de Federico, su hermano menor. Varias veces la vi quedarse en ropa interior arrojando el uniforme de educación física sin importar que estuviera allí, antes de meterse a la ducha y tantas otras pude apreciar su cuerpo esbelto y bronceado saliendo dela misma. Durante las dos semanas de exámenes llenábamos de libros el comedor de la familia Sáenz , mientras también ella hacía sus deberes. Excelente estudiante y buena deportista, podía ser seria y poner en orden a él y a la pequeña “Chocho”, cumpliendo su rol de hermana mayor, o ser amable y generosa preparándonos comida mientras estudiábamos. Me regalaba una hermosa sonrisa inscrita en un rostro de admiración cuando hacía gala de mi cultura general y me escuchaba atenta cuando replicaba su conversación. Entonces era ligeramente coqueta. Pero yo tenía doce y no se me ocurría nada más que admirar a una hermosa jovencita de casi quince. 

Han pasado dos años y me gusta como mujer, pero esa timidez, que me sigue acompañando, me dice que jamás tendré ninguna posibilidad con ella, lo que en el fondo, desde la resignación, me tranquiliza. Roberto, mayor a mí con un año, está en las mismas y a veces menciona con burla al "pequeño séquito de María Luisa".

Pero el resto de chicos, que tienen sus dieciséis la desean con intensidad. Excepto César quien  vive debajo del aro de básket día y noche, todos, incluido Fermín, novio de Silvia, están locos por la bella señorita María Luisa. Entre estos destacan Felipe y Renato, empecinados por conquistarla, manifiestan abiertamente su deseo en la esquina, mientras se retan mutuamente. Van a su casa todos los días con el pretexto de visitar a Federico y pareciera que calculan que los padres hayan ido a su negocio, para hacer su arribo. Felipe llega con la guitarra y ella le pide que le enseñe a tocar. Él coloca el instrumento en el regazo de la chica y pasa su brazo por detrás de la espalada de ella, para indicarle como colocar las notas, acomodando las manos de María Luisa en los acordes. Luego de rasgar, se miran, él aprueba todo, están muy cerca, ella le sonríe y él en sus adentros cree que ha llegado el momento de besarla, dando fin a su tarea titánica de tenerla. Pero entonces llega Renato, luciendo sus mejores galas, su ropa de boutique del norte, su cabello que parece recién salido de la peluquería y su acento, modos y actitud de un joven dandy de colegio de pago, sin serlo. Ella se levanta del sofá y entonces Felipe pretende concentrarse en afinar el instrumento. María Luisa se aproxima al recién llegado, le acomoda el cuello de la camisa dentro del suéter de cachemira, le pregunta por el almacén donde compró tal o cual prenda, alaba su buen gusto, y le regla una de esas sonrisas que abren las nubes de un día gris. Cuando Renato es quien ha llegado primero, ella flota hacia Felipe y le pide que toque la nueva canción que ha aprendido, mientras Renato se mira las uñas o lustra sus zapatos con la basta del pantalón.

En la esquina no estamos seguros si a María Luisa les gusta ambos o solamente juega con ellos desde un oscuro proceso de coqueteo, en el cual se aproxima al uno mientras fríamente deja ir al a otro, para luego hacer el proceso inverso. Las esperanzas que les da a ambos comienzan a desarrollar la rivalidad que se manifiesta en mutuas bromas procaces y en innecesarias faltas en el fútbol o en el básket.

Un día vemos a Felipe cabizbajo tocando en la esquina las más tristes canciones de Francis Cabrel, para luego mirar como Renato llega radiante. Felipe, luego de una lección de guitarra le confesó su amor y tuvo por respuesta una negativa cuasi maternal: Yo te quiero mucho... pero tienes la edad mi ñaño. Felipe desaparece unos días y Renato lleva helados, chocolates, flores y perfumes a María Luisa, los que acepta con sendas muestras de afecto. Pero un sábado después de patinar en "El Tornado", recibe como respuesta a su declaración de amor la misma frase "... tienes la edad de mi ñaño". Ese mismo sábado Renato aparece por la esquina pretendiendo que nada ha pasado, pero no guarda con prolijidad su camisa, ni imposta su acento por el de un chico de colegio de pago.

Los devaneos de María Luisa y la actitud decaída de nuestros amigos hacen que Roberto y yo les comencemos a llamar "los mosquitos", haciéndoles notar que estaban a punto de pelearse entre ellos por el privilegio de caer en la encantadora tela que armaba el bello y hábil arácnido llamado María Luisa. Ellos no respondían nada y solamente sonreían por lo bajo, admitiendo con ello su condición. 

- ¿No se dan cuenta que juega con ustedes? !Ella se divierte con par de giles Han caído en la red y ellas les ha tomado con delicadeza, para luego lanzarles a un rincón de la tela, donde reposarán hasta servirle de alimento, dice Roberto.

- . No es mala, solo curiosa, replico. Para ella son dos chiquillos simpáticos y nada más, talentoso el uno, elegante el otro, pero chiquillos. Tan niños como su hermanito menor Federico, acoto.

Lanzamos esos comentarios el blanquísimo Renato enrojece  y el moreno Felipe se pone pálido. Esperamos que el resto diga algo, para consolar a los amigos o para hundirlos con una broma pesada, pero cunde el silencio.

Iván dice en voz baja que  salió la tarde anterior con María Luisa a jugar básket. Darío le mira y relata, cómo la encontró en la cancha de la Liga El Salvador el domingo anterior, cómo ella le saludó desde el graderío, da detalles de los goles que le dedicó y cómo ella los celebró. Nostálgico rememora a  María Luisa refrescando  al atleta con una deliciosa y helada limonada imperial...

-Ya no son un par de mosquitos, sino cuatro. ¡Como los beatles, dice Roberto en una carcajada.

Fermín carraspea y todos le miramos. 

¡Vos tienes novia!, pendejo, le increpa Renato.

Somos cinco, dice... Tres veces por semanas la llevo a pasear en moto...

La risa aparece lentamente en todos, pero por dentro, todos proyectamos en nuestro corazón ese rostro de Rita Hayworth versión adolescente, a nuesta musa María Luisa, quien para mí no es mala, sino curiosa, traviesa, que va pro la vida descubriendo que es bella y que, con suerte, luego, no usará sus encantos sin medida.

Página/12 :: Rosario12 :: La esquina de los chicos sin futuro

 

Wednesday, February 21, 2024

Aniversario 41

Al llegar al evento que me invitaron veo que la dirección mencionada solo tiene varios vendedores ambulantes. Dudo, camino, miro en la esquina de al frente. Indudablemente tampoco es ahí, ese es un almacén. ¿Se confundieron? Regreso y al agachar la cabeza veo debajo de un amplio paraguas que cubre el pequeño negocio de caramelos y confites que vende una señora canosa y gordita, detrás de cajas y productos hay unas gradas. He llegado solo con diez minutos de retraso pero han empezado puntuales. No podría ser de otra manera, me digo.  

Los veo sentados en el espacio que funge de proscenio y en el sitio que sería para mi hay una silla de ruedas empacada, por lo que me siento entre el público. Son diez, 6 mujeres, 4 hombres. 

Esperaba ver a más de ellos. De hecho, una gran motivación para ir era encontrarlos.  No conozco a dos de las mujeres, pero luego deduzco que una es madre de una alumna (el mundo es un pañuelo, decimos en esos casos), me dan el nombre de la otra y coligo que es la madre de Sara, quien murió cuando yo tenía 16. Aunque a tres de ellos los vi hace pocos meses y a otros dos hace menos de un año, me pareció que habían envejecido de pronto. De hecho, eso ocurre, te mantienes, digamos, con el semblante de 43, hasta que tienes 48 y al cumplir 49 y dos meses, ¡zas!, pareces de 49 y tres meses. Dejo la digresión al caer en cuenta que el espejo me lo muestra cada mañana…

Fa comienza su relato y me doy cuenta que la pregunta fue algo así como contar tus inicios, tu historia. Ariel el chico que me invitó está a mi lado y le veo tentado a darme el micrófono para que también intervenga. Hago como que no me doy cuenta, porque prefiero escucharlos a ellos. He oído esas historias varias veces, en pequeñas reuniones colectivas, en diálogos de almuerzo, pero siempre aparece un nuevo pequeño detalle. Otras, sin embargo, me son nuevas y las añado a la colección de crónicas privadas y secretas que manejo en mis sinapsis neuronales. Aparecen los nombres queridos de los que partieron, se los recuerda con cariño. Es interesante ver cómo quedan resquicios de los ciertos roces del pasado, mientras alguno interviene haciendo sutiles referencias críticas que solo entiende el aludido y unos pocos que por su puesto, no mostramos gesto alguno. Hay al menos una sonrisa incómoda. Me parece importante ver cómo leen ahora las cosas, como organizan sus relatos. Uno meramente recuerda, otra analiza y admite errores, un tercero se refiere a quien fue en esa época, con poco cariño o demasiada modestia. Yo me siento un poco ajeno, como si el que fui no sería el que está ahora sentado en este evento y como si este que está sentado no tuviera derecho a representar al anterior.

Por ello a pesar de que me dan ganas de contar mi historia, me parece que no podría ponerle la intensidad necesaria, se me hace incómodo pensar que puedo abusar de la palabra (a veces sacas esas cortesías tontas que aprendiste en Europa, me dicen) o puedo omitir detalles importantes, aunque sé que la memoria es lo que mejor tengo (como la califican: memoria de mujer, memoria de elefante, de mujer elefante). No me siento con autoridad, por haber llegado atrasado y por no estar al frente, de frente, frenteando. Todo esto se conjuga con cierto grado de timidez y sobre todo con mi gana de escucharlos, porque los minutos usando mi palabra son minutos menos de la palabra de ellos.

Llega entonces Darwin y se sienta a mi lado, saludamos con afecto. Comienzan a responder preguntas de análisis político y de estrategia y en mi cabeza comienzo a articular mi historia, diciéndome que la diré al último:

“Para mí el inicio de todo fue el abril del 78, la guerra de los cuatro reales.  La miraba en todo el barrio, pero en particular en la esquina del parque América de la Rio de Janeiro y Venezuela desde la elocuencia de un joven dirigente estudiantil arengando a la gente y explicando el sentido de la protesta. Las señoras del mercado, madres de familia que iban a ver a sus niños, los voceadores, albañiles y demás padres de familia, los vecinos de la tienda, los de la peluquería, la señora del restaurante y los pobladores de las casas aledañas, lo escuchaban atentos. Este tenía quizás 18 años, mestizo indígena, con los ojos vivaces y la determinación de un carnero y días después el Barrio se llenó de banderas roja y negras, la huelga se extendió hasta las noches y las llantas humeaban iluminándolo todo. En otra ocasión desde otro estilo un chico de clase media, blanco, delgado y de rasgos finos como el arcángel Miguel arengaba a los pobladores y les recordaba que estábamos en dictadura. Muchos años después encontré al uno y vi en las noticas asesinado al otro. Eran Fausto Basantes y Ricardo Merino, respectivamente.

Yo tenía 8 años había llegado hace uno a vivir en esta ciudad, en ese barrio. Luego de 3 años en una escuela burguesa de provincia mi madre eligió ponerme en la escuela que quedaba frente a ese parque, la más popular, la que alojaba a los hijos de los obreros, de los informales de los porteros del inmenso colegio barrial y las mindalaes, a los hermanos de los delincuentes menores… Mi madre justificaba su decisión desde mi supuesto desclasamiento y quizás influenció en su decisión las ideas escuchadas en la Facultad de Filosofía que cursaba o en el sindicato de maestros al cual pertenecía.

Supe que iría al colegio donde estudiaban el carnero y el ángel, el famoso colegio Mejía, ubicado a dos cuadras de la escuela y tres de mi casa. Ingresé en el año 80 con, allí encontré a varios ex compañeros de escuela y de calle. En el minuto cívico del lunes vi como a uno de estos le felicitaba el inspector general, por haber ganado el concurso nacional de oratoria. Rafael, como sería conocido años después (no Correa, por si acaso, ese ni asomaba), cuyo nombre era Carlos me invitó a la Brigada Cultural Benjamín Carrión y a la rojinegra lista Z, que estaba en el consejo estudiantil. Conversábamos de la realidad, de la vencedora revolución nicaragüense de un año atrás de la reciente democracia. Entre los inteligentes cófrades, estaban Iván Del Pozo, presidente del Consejo, Jorge Serrano el vice, los gemelos Yuri y Raúl Moncada, Marcelo Jaramillo, Sidartha… En el año lectivo 82 - 83, la lista Z tuvo su último presidente, Luis Angulo, no tan querido por los estudiantes y para las vacaciones de ese año lectivo, en la esquina del barrio nos reuníamos primero a conversar de política y luego a estudiar libros como “La Montaña”, ”Operación Chanchera”, “la Hoguera Bárbara”. Roberto, Yanko, Felix, yo y a veces la Falca, novia de Carlos, estudiábamos bajo la guía de éste, quien nos animó a usar seudónimos. Por ahora nos llamábamos C14. Por esos mismos días Chorencho un muchacho más grande de San Juan ajaba al barrio y cuando Roberto me preguntó por mi seudónimo, se rió

-Lucho dijo, que turro. Mejor te queda Chorencho por tus churos, remarcó y para diferenciarte del gogotero, serás Chechorencho.

Ahí nació Chechorencho que meses después y a sus casi 14 estaba haciendo estudios pequeños para los operaches, luego de que Roberto me diría que éramos parte de la organización, la primera tarea fue ir al Camal, a anotar las placas de los carros de Enprovit, luego visitar algunos locales de pollos Gus… Si pasa algo, me dijo con sorna se fijarán en el Chorencho gogotero. De hecho, y solo lo supe años más tarde, el seudónimo de un compañero era “Gloria”. Si “pasaba algo” buscarían a una mujer y no a él…

Muchos años después haría mi última acción: imprimiría con "Tarzán", una "Montonera", quizás el último pasquín, que un día después tuvo que ser destruido pues las decisiones cambiaron. Fue una pena, botar en una acequia 8 horas nocturnas de trabajo, luego de un operativo fantástico que incluía telas negras para fingir oscuridad en el 5to piso de la imprenta en cuestión". 

Hilo esta historia, mientras los compañeros responden preguntas de corte histórico político. Es en el Santiago K, en quien dejan las respuestas sesudas y este como siempre responde con lucidez y hasta objetividad.

 Y no cuento nada...

Una chica pequeñita, con lentes de marco negro, interviene cerrando el evento, con un conmovedor y radical discurso. Me acerco a saludar a los míos. 

Santiago me dice riendo:

-Me estabas mirando con odio cuando decía que el Correa es el que hace política.

-No es verdad, le respondo también con una sonrisa. Luego te pones crítico y ahí no puedo ubicarte bien.

Voy a abrazar a la Aleja quien con dulzura me reprocha: No dijiste nada, ¿sigues en la clandestinidad?

-No, llegué atrasado… me dio vergüenza… Siempre es mejor escucharles.

 Mi mira con la dulzura de siempre. Sigues de clandestino... musita.

Nos despedimos afectuosos. Con el Fa y la Susi bajamos la Rocafuerte hasta Santo Domingo. Ellos siguen de largo a la Mama Cuchara y yo voy al trolebús. Entonces recuerdo que, en efecto, hace muchos años, me dijeron que AVC se fundó el 14 de febrero del 83. Dato que los jóvenes, entre ellos el hijo de Aleja, no olvidaron. En el trole sigo pensando en los viejos, en los jóvenes y en los que se fueron jóvenes. Tengo fe en los militantes y soñadores que hicieron el evento, en que serán mejores que nosotros. Tengo esperanza de que logren forjar su causa, que en esencia es la misma, pero que ha incorporado nuevos conceptos y discursos.  

 

 

 

Monday, December 11, 2023

Omertá

A la promoción 86

Colegio Nacional Mejía 

El último curso del secundario nació con la tensión propia de ser el año de graduación. El año de la incertidumbre sobre el futuro, de la carencia de certezas, de la vergüenza de ser uno de los que te levanten el grado y también de la nostalgia por abandonar a los amigos y el adorado plantel donde se estuvo por tanto tiempo. El sexto curso tenía diez secciones, una de filosófico sociales, cuatro de químico biólogo y cinco de físico matemático. Parecía que era parte de la tradición que en sexto todos se encuentren con los “cucos”, esos profesores que esperaban a los futuros graduados para hacerles difícil su salida del colegio. Cada sección tenía al menos uno de estos, excepto la sección décima, conocida por el resto como la sección “R”, de recomendados y repetidos, generalmente hijos de algunos docentes e inspectores o de eminentes prohombres y de aquellos chicos que intentaban por segunda vez graduarse en el “Patrón Mejía”. El terror comenzaba en las vacaciones cuando los alumnos más grandes te daban la fama de quienes podrían ser tus profesores y se plasmó el primer día con la llegada de un personaje de Batman, envuelto en su terno negro impecable, mirándonos con la misma expresión de ese del comic, adelantando su nariz larga y fina y posando en todos nosotros sus ojos saltones. El licenciado Santana, se presentaba como nuestro inspector y mientras recorría la sala dándonos indicaciones de como venir uniformados los lunes, se movía cadencioso como esa avecilla que le daba su apodo, balanceando su panza que comenzaba a ser prominente y mostrando, al enfatizar las palabras, su incipiente papada.

-       Pantalón negro de casimir bien planchado, zapatos de cuero brillantes, camisa blanca de terno, nada de esas camisetas de algodón a la moda. Además reviso en la formación matutina peinilla, pañuelo y uñas limpias. Sobre todo, que tengan cabello muy bien cortado… Este es un colegio de varones.

No necesitaba ser un gigante, con su metro sesenta y algo, “El Pinguino” infundía miedo y respeto. Ahora debíamos esperar quiénes de esos docentes temidos y famosos por ser profesores universitarios, o verdaderas autoridades de la cátedra, nos harían ver estrellas a los que no éramos R.

Sexto - primera, de los “sociales” tenía al doctor Napoleón “Bombillo” Lara, profesor con una calva reluciente y quien presentando los problemas filosóficos desde el libro de su autoría, complicaba la vida con el problema del ser y el de dios a decenas de imberbes que ni siquiera soñaban en emular a Kant y cuya única aspiración era ser abogados. A la segunda y tercera secciones de “químicos” les esperaba el doctor Fausto “Tarzán” Toscano, profesor de la faculta de Medicina y en ese entonces aun parecido a Johnny Weissmuller, del que muchas generaciones anteriores sacaron el mote. Daba Biología y para el segundo trimestre, al menos dos alumnos se cambiaron a un colegio particular, porque ya se veían perdidos el año. En las cinco secciones de “físicos”, cuando tocaba por primera vez la asignatura de Física, más de uno pedía a su santo de confianza, que quien hiciera su ingreso al aula fuera el “Muñeco” Jarrín y no el ingeniero Víctor “El Indio” Olalla...

El temido futuro rector de la Universidad Central ya se presentó como docente de sexto quinta sección y vimos al ingeniero Jarrín en una hora anterior pasar por nuestro pasillo, dándonos esperanzas. Todos elucubrábamos, pues en Biología teníamos ya al Dr. Baéz.

-¡De ley nos toca el Olalla! Decían.

-No, quizás nos mandan al Bombillo y Física con Jarrín.

-El Bombillo es súper jodido, replicaba un repetidor.

Llegó entonces el señor Quilo, conserje y nos dijo que le acompañemos a las aulas junto al laboratorio, en el otro edificio… Nuestra pesadilla se hizo realidad… Olalla aumentó la tensión que se acrecentaba.

Cada lunes, cuando “El Pingüino” miraba un cabello que comenzaba a crecer, recalcaba que largo solo lo usan las mujeres y nos recordaba el hecho de que no éramos muy hábiles en el trato con el sexo opuesto, al desconocerlas en la cotidianidad. En efecto, éramos cinco mil púberes y adolescentes distribuidos en tres inmensos edificios. De esos cinco, al menos mil estudiantes de quintos y sextos cursos, estábamos en el edificio que daba a la calle Vargas. Mil muchachos entre los 15 y los 18 años de edad significaban billones de hormonas que luchaban desesperadas con sus dueños, quiénes desde el burdo y atávico machismo se transformaban en animales enjaulados y en celo cuando visitaba el plantel alguna delegación de un colegio femenino o venían algunas alumnas de la universidad.

Eran estos alumnos los que solicitaban cita con las psicólogas del colegio, con pretextos que iban desde la depresión, real o supuesta, hasta consejos de orientación vocacional sobre que seguir en la universidad. Muchos iban solo para mirar las torneadas piernas o el escote de la doctora Patricia o deleitarse con la voz sensual y el bello rostro de la doctora Beatriz. Furor particular causó el arribo a inicios del segundo trimestre de Kelly, una joven y voluptuosa asistente de colecturía; entonces esa ventanilla se atiborró de estudiantes, que con cualquier pretexto querían ser atendidos. Sin embargo, nadie se fijaba en una casi treintañera bonita  y amable, de lentes redondos y nariz respingona que atendía la mapoteca, esa sala inmensa repleta de globos terráqueos y mapas.

Antes de terminar el primer mes, "El Pingüino" nos dijo que tenía que dictar Química en quinto curso y ello le impedía seguir siendo nuestro inspector. Con tanto disimulo como alegría nos miramos cómplices y reímos en silencio, ocultándonos en el compañero de la banca delantera. Nos presentó al nuevo inspector, el arquitecto Salgado, responsable de la banda de guerra. un tipo alto, con barba y larga cabellera castaña, que recordaba a algún guerrero teutón y no vikingo… pues ese era el licenciado Trujillo. Fausto Salgado tenía fama de poner disciplina en la Banda de Guerra y de ser muy directo, pero también amable con los estudiantes que no se pasaban de la raya.

En uno de esos días de mayo en que el sol caía directo sobre el patio de asfalto, esquivando al tumulto, algunos se las ingeniaban para jugar básket. Otros tomaban sol o discretamente bebían una cerveza prohibida en la playa, una pequeña ladera de césped y unos más disfrutaban de los connatos de pelea o corrían antes de recibir la andanada de patadas que, por ley, recibía quien tenía una moneda de un sucre a sus espaldas. Ingresamos al aula y el calor no disminuía a pesar de que las grandes ventanas del tercer piso estaban abiertas de par en par. Llegó nuestro profesor de historia y se aprestaba comenzar la clase, cuando ingresó el inspector.

-       Permíteme unas palabras, dijo.

Todos, inconscientemente, notamos algo en el tono de voz y en el rostro del arquitecto Salgado que nos puso en silencio de inmediato.

-          ¿Quién de ustedes le cogió el culo a la de la Mapoteca?  Dijo con firmeza.

El silencio fue rotundo.

-          Digan quien es, o tienen todos cinco puntos menos en conducta-

El terminante silencio se veía interrumpido por el sudor de manos y frentes, por el chasquido de labios al abrirse ante el anuncio...

-          Todos tendrán diez puntos menos en conducta, dijo elevando la voz ¿Quién fue?-

Era el año de la graduación, diez puntos menos nos destrozaba. Algunos pensaban en el relato inverosímil que dirían en la casa: "nos bajaron diez puntos, porque alguien le cogió el culo a una señroita". Los que nunca supimos quién era, nos mirábamos interrogantes. Pero el silencio seguía firme.

-          Digan quien fue y solo ese será castigado, concluyó.

En la esquina derecha del aula, en el grupo que se ubicaba junto a la ventana se movieron algunas cabezas con discreción y posaron sus ojos en uno del grupo. Este se levantó lentamente, con el rostro desencajado y una voz apenas audible dijo:

-          Fui yo, licenciado…

Salgado lo miro por pocos segundos y luego nos miró a todos.

-          Qué bueno que no sean sapos, ni delatores, nos dijo. Luego mirando a R, nuestro compañero, sentenció.

-          ¡Cojudo!, y antes de salir acotó: ¡Qué buen culo que te has cogido…!

La carcajada tardó en salir junto con el alivio. R alcanzó a sentarse evitando el desmayo. Nadie fue sancionado. Dicen que el inspector pidió disculpas por nosotros, solicitando comprensión. Era una época más dominada por el machismo y quizás, ahora que han pasado décadas, debió generarse algún proceso, más bien educativo antes que disciplinar, ante ese hecho. Pero fue una lección de Fuenteovejuna, de lealtad colectiva, de omertá... y claro, uno de los imborrables recuerdos tragicómicos de la adolescencia.


 

   

 

Thursday, October 05, 2023

Albita

 A BZ

Era el segundo lunes de Septiembre y el primero que tenía en esa ciudad. Debía dirigirme al Aula Pieter de Sommer, donde harían la bienvenida a los nuevos estudiantes. El sol seguía apareciendo y el clima agradablemente cálido lo alegraba todo. Entré por la Sint Michielsstraat que daba directo hacia el aula mencionada y a pocos metros, delante mío caminaba una mujer alta. Era imposible no fijarse en dos cosas, la primera su cabellera negra y rizada, y la segunda sus hermosas nalgas que se movían cadenciosas enfundadas en sus pantalones de mezclilla.

¿Qué tenemos acá, para comenzar el año lectivo, mi querido Alekos?, me dije. Me cambié de vereda, aceleré el paso y cuando la hube rebasado, crucé la calle y le pregunté cortésmente, si sabía dónde quedaba la mentada aula. Sus brillantes ojos negros me miraron con sorpresa, me fijé en su hermoso rostro largo y en sus labios gruesos dándome indicaciones en inglés, a las que no prestaba atención, pues la pregunta fue un pretexto. Seguía fijándome en su bello rostro moreno, en sus pobladas cejas y sus perfectos dientes blanquísimos. Apenas terminó, le dije

-¿Tú hablas español, verdad?

-Sí, claro…

- Soy Alexis, de Ecuador, dije. Le extendí la mano y le di un leve beso en la mejilla.

- Alba, colombiana. Mucho gusto.

 

En un minuto estábamos frente a la setentesca estatuilla del ex rector De Sommer e ingresamos al aula. Ella prestaba atención a las palabras de bienvenida y las demás formalidades, mientras yo le miraba los pechos con el rabillo del ojo. Al final dijeron que para los estudiantes internacionales había un evento en el salón principal de la universidad. 

En la inmensa construcción medioeval, estaban dispuestas muchas mesas y en ellas gran cantidad de sánduches, jugos, vinos, las proverbiales cervezas belgas, queso, jamones y demás alimentos. Los homenajeados éramos pocos y como casi siempre ocurre, hicimos un pequeño grupo los de mayor afinidad lingüística. José, el venezolano a quien conocí la semana anterior, Micaela, la roommate colombiana de Alba, Marcelo y Graciela mexicanos, Danilo, Nadia y otros pocos españoles que conocí el primer día y con los que nos vimos en un par de botellones. Comimos, reímos y con el alto grado de la cerveza belga, la locuacidad latina creció en su esplendor. Una hora después estuvimos todos de cháchara en uno de los cientos de bares que hay en el Oude Markt y cuando comenzaba a oscurecer, Alba y Micaela nos invitaron a su departamento. Era pequeño, pero departamento y no kot- habitación como la que teníamos la mayoría, y allí seguimos de rumba hasta bien entrada la noche. Ayudaba a Albita a servir los tragos y en la cocina nos dimos nuestro primer beso. Las siguientes cumbias y vallenatos fueron suaves y pegaditos.  

Nos seguimos viendo, la pasión mezclada con ternura, la cercanía cultural y la extroversión nos tenía contentos, pero de a poco, caímos en cuenta que no teníamos las mismas proyecciones. Hasta antes de arribar a Leuven, me consideraba un hombre serio, pero finalizada la primera la semana, con verano, hermosas chicas, fiestas, bares y cervezas, rejuvencí diez años y asumí el papel de estudiante como se debe, lo que menos quería era hacerme novia formal, más bien ingeniarme para meter a la mayor cantidad de chicas a la cama y viajar tanto como pudiera, pues para ello, solo tenía un año, lo que duraría el máster... Albita venía de una relación apasionada pero difícil, viajó enamorada, pero consciente de que el amor de lejos no funciona y quería en esta nueva latitud encontrar una buena relación estable.

Seguíamos saliendo como grupo, a veces me invitaba a reuniones con sus colegas de la facultad de económicas, y yo a las que tenía con los míos. Íbamos a los bares de salsa, donde nos abrían pista para vernos bailar. La mayoría de las veces terminábamos en la cama y volvíamos al mismo diálogo en el que no podía darle lo que ella quería.

Viajamos juntos al carnaval de Colonia, una fiesta impresionante donde miles de gentes disfrazadas y borrachas, gozaban en medio de un invierno helado. Íbamos a paseos en bicicleta, pero también viajaba cada uno por su lado. El año voló como un suspiro, regresé a mi país y ella se quedó comenzando su doctorado. Luego de un año sin vernos, cuando comencé el mío, nos telefoneábamos a altas horas de la noche, cada uno trabajando en su oficina, para ir juntos por un kebab-cena y hacer  en la bicicleta en medio del viento frío, la ruta común que teníamos hacia nuestras respectivas viviendas. A veces yo me quedaba en su casa, en otras ella pasaba de largo frente a esta para terminar en la mía.

-          Es mi culpa decía, siempre me has dicho que no estás para ser novio, pero salimos a comer, nos reímos, conversamos, terminamos en la cama y de nuevo me hago ilusiones. Y sigues igual.

Yo no decía nada, solo me acomodaba los lentes …

Siendo tan hermosa, inteligente y de buen humor tenía muchos pretendientes, un famoso profesor belga, compañeros suyos del doctorado y hasta un empresario que tenía un gigantesco Mercedes Benz. Ella con su franqueza caleña me contaba los peros que les ponía a cada uno. En el día de su cumpleaños le preparé un cd con música romántica de Sabina, Spinetta y unas suaves de Soda. Iba a darle mi regalo, cuando noté que ella tenía un nuevo celular Apple. Es un regalo del profesor Michael, me dijo y yo le entregué con modestia mi cd… Ella sonrío, me dio un beso pequeñito. Gracias corazón, me dijo con su amplia sonrisa.

La encontré en Pangea, el club-bar estudiantil con un chico formal y cortés. Su novio brasilero estudiaba en Louvain La Neuve y saludamos con amabilidad. Desde entonces nos veíamos únicamente con el grupo de amigos, pero meses después la vi de nuevo sola. Terminé con el brasilero, me dijo y me enumeró los diversos errores que cometió el buen financiero paulista que le sacaron del corazón de Alba.

Así pasamos 3 años más, presentándome sus novios eventuales y entre uno y otro teniendo nuestros encuentros furtivos. Regresó a Colombia y unos meses después yo regresé a mi país. Seguíamos comunicándonos por chat, añorando los días belgas, compartiendo nuestros propios procesos de adaptación a sociedades similarmente caóticas, donde no es posible manejar bicicleta con tranquilidad, en las calles con abusivos conductores de auto y donde las reglas se incumplen con naturalidad.

Un día leí en el computador: “Mañana voy a Quito.” Era el primer encuentro en este lado del mundo, en mi ciudad, en mi casa. Comenzó con el recuerdo de los amigos, de los sitios comunes, siguió con el relato que nos permitía saber detalles sobre nuestros actuales destinos laborales. Mi novia me había dejado hace pocos meses y como me dijera Charly, el psicólogo peruano de los becarios de Bélgica: “en el mundo de los humanos, diez años pueden ser bastante, pero en el de las emociones son diez minutos”. En nuestro caso habían pasado dos. Dos minutos desde nuestro último beso emocional y nos amamos como si el día anterior, hubiese sida aquella tarde de bienvenida a los estudiantes internacionales.

Pocos años después fui a verla en Cali. Siempre conversamos en su cumpleaños y en el mío: Nos igualamos los chismes de la vida, discreta o indiscretamente averiguamos la vida íntima del otro y planeamos encontrarnos allá o acá, (cosa que no ocurre desde hace más de un lustro). Los diálogos son siempre cariñosos, sinceros… En este septiembre se cumplieron 20 años desde que nos conocimos y hace pocos meses, en su cumpleaños, por supuesto, me dijo que estaba con alguien.

-Un español, dijo

- ¿Un buen tipo?

 -Sí, muy bueno

 - ¡Te felicito! ¿Vas mucho tiempo?

 - Medio año

- Ah…

- Aunque… no creo que dure mucho…

-¿Por qué?

-No sé…, diferencias… ¿Cuándo vienes a Cali?

-Espero que pronto… debería, murió la mujer de mi tío.

- No olvides que fue la ciudad favorita de tu padre. Deberías…

 

Y luego de quedarnos un rato en silencio, cada uno retoma las cosas que quedaron pendientes en las ventanas abiertas de los respectivos ordenadores. Suena una campana en el celular.  

-Te dejo corazón, dice, tengo una reunión con un estudiante…

-Hasta pronto Albita.

-Te quiero

 -Y yo a vos.

 

Miro la pantalla del celular, me quedo dos segundos inmóvil y reorganizo las ideas que irán en el correo respuesta para la Dirección Académica, mientas canto despacito Cali es Cali, lo demás es loma.


 

Monday, June 12, 2023

Politécnicos

Mariano sale de su ceremonia de graduación. Es un soleado día de agosto. El resto de colegios se gradúan en Julio, pero como el de Mariano siempre es al que los gobiernos cierran por largas semanas debido a las manifestaciones que organizan, se recuperan clases. Mariano está contento, piensa ya en los dos meses de vacaciones que se dará, más que nada durmiendo a pierna suelta y jodiendo la vida en las reuniones barriales de esquina con guitarreada de Francis Cabrel y Sui Géneris y que terminan al amanecer. Piensa incluso que con suerte convencerá a su familia de no estudiar por un semestre. Llegan a casa, a un almuerzo familiar agradable con palabras que elogian su buen rendimiento académico y felicitan la consecución de esa meta. Su tío se levanta y con orgullo anuncia que ya le inscribió en el curso de verano del Politécnico. En el intensivo, ese que de aprobarse enviaría al aspirante directo a primer semestre. Todos se congratulan menos Mariano, el entrar al Politécnico es la felicidad de su familia pero un agobio para él.

Mientras el resto de sus amigos del barrio, disfrutan del verano, salen a las fiestas con discomóvil y flirtean con las chicas del colegio De América, Mariano se levanta a las 6. Baja hasta la calle Diez de Agosto hasta llegar al Politécnico al lado opuesto de su casa. Un recorrido que le agota y en el cual no va ni siquiera un autobús. Recibe cuatro asignaturas de ciencias básicas, de las cuales solo entiende algo de Geometría. Todos, menos sus tpios saben que nunca se ha aprobado el Curso de Verano y todos van al Prepolítécnico: "la cernidera". Sin embargo, por primera vez Mariano tiene condiscípulas y ellas tratan con una amabilidad cercana a la ternura, quizás pro que le notan menor y poco experimentado. Algunas fuman y le invitan cigarrillos. En ese mes de ciencias exactas, hay un par de buenas fiestas y en estas se muestra con un lark entre los dedos. El mes de tortura termina y quince días después se iniciará el curso regular. Se pregunta qué pasó con su amigo Roberto, a quién no ve hace varios meses, desde que le dijo que debía estar listo con un sleeping, buenas botas y dos mudadas de ropa de preferencia verde. Vengo te silbo, sales con todo empacado y nos vamos para el monte de una. ¿Qué pasó con Roberto, a quién curó una herida en el pie hecha en un operativo? Pocos días antes de arrancar el curso Paula y Silvia le muestra una hoja del periódico donde se ve que Roberto, junto a otros dos guerrilleros fue asesinado por la policía. Después aparecen en el barrio personajes raros. El velorio está repleto de “tiras”, él se da modos para que su familia no se entere, guardando el periódico, apenas este llega.

El prepolitécnico tiene el mismo horario de 7 a 1pm. Son 40 paralelos, clasificados por apellido, 20 por la mañana y 20 por la tarde. Con las dificultades adolescentes que tiene para despertar, le toca en el turno de la mañana, con lo que llega atrasado a la primera hora, la de Álgebra, rutina impuntual que durará todo ese semestre. Encuentra el penúltimo asiento, junto a la pared y en el vértice de la clase, está un condiscípulo que luce lentes “asiento de botella".

- Soy Pedro, soy lojano dice, orgulloso. Con acento pastuso y guayaco, Mariano Ortega y Mariano Orellana respectivamente responden. Recordando los consejos de seguridad de Roberto, iniciando una nueva etapa donde nadie lo conoce y para parecer original se presenta como Alex. Luego aumentarán dos alumnos más en ese par de filas, Luis Oñate y Pablo Otatti, quiteños del sur y del norte, de clase media baja y clase media alta, de colegio público y privado, mestizo indígena y blanco mate... Pedro Ochoa, es brillante, saca de quicio al profesor de geometría en la demostración de teoremas, discute con el de física. Tiene 26 años y se botó de 4 año de económicas en su ciudad natal para adquirir más conocimientos pues su meta es partir lo más pronto a estudiar en la Unión Soviética. 

Álgebra los tiene confundidos a todos pero no a Pedro. Se anuncian los parciales pero Ochoa propone hacer grupo de estudio en su casa los días jueves. Llegan los cinco a las multifamiliares del Inca. Está él con los libros y una pizarra e inicia un ejercicio de inducción matemática. Genera el primer proceso y pregunta si entienden – Sí, contestan al unísono. Termina la segunda fila de la inducción larguísima.

-Fácil ¿verdad?  Acota.

-Chintolito, responde Orellana.

Continua con la tercera y la cuarta filas…  Están contentos de comprender.

-No es difícil ¿verdad? ya vengo, dice antes de iniciar la quinta fila. Va a su cuarto y regresa con media botella de Trópico seco, una cajetilla de Lark y una cola.

-Rizos, dice a Mariano, tráete unos vasitos de la cocina, “no seas malo”. 

Comienzan a libar, Mariano había ingerido alcohol solo un par de veces antes, sin que sea mucho de su agrado, pero al comprender la inducción matemática, bebe con entusiasmo. Se he fumado adecuadamente un cigarrillo, mientras Pedro resuelve el ejercicio. Terminan la “tocha” y Pedro entrega unos billetes a Luis y a Ortega para que le compren la misma receta, mientras suena suavemente Serrat en la cassettera.

Pedro pregunta ceremonioso si comprendieron. 

-Esa es la mecánica, dice simplificando… mientras sube el volumen del aparato y cierra los libros. Les cuenta historias de la 2da guerra mundial y canta con Serrat "Pueblo Blanco". Beben hasta que llega su hermana Lupe, quien saluda discreta y se va a su cuarto a revisar los deberes de su hija Gabicha. 

Esa será la rutina de los jueves: álgebra, alcohol, Serrat en la cassettera, las historias de Keitel y Jodl, del almirante Döenitz, del frente oriental, y regresan caminando por toda la Seis de Diciembre…   

Los parciales fueron bien, pero la verdadera emoción llega con una nueva condiscípula. Es alta, delgada, de cabello corto y oscuros ojos grandes. Pedro que adoptó a Mariano como se hermano menor, se da cuenta de inmediato que esta le encanta.

-           Hazte amigo, acércate, le dice. mientras el chiquillo sonríe sin saber que responder.

-          Mira, Ricillos, si te acercas a la Oti y le invitas a un helado, lo máximo que te puede pasar es que te diga que no y listo, no te ha arrancado un brazo… Es fácil decirlo, pero cuando está cerca de ella no sabe qué hacer, ni que decir, es como si la lengua se quedara congelada dentro de las mandíbulas.

 Y así pasan los días y Pedro a veces se burla y en otras le lanza peroratas que le sacuden.

-          Deja ya esa modestia cristiana, Ricillos. No eres feo y la Oti no es ninguna Ornella Muti. Deja de ser ahuevado. Si no te sacudes, ya mismo alguno de la gana y ahí si te va a doler de verdad.

El día vaticinado llega y de pronto se ve a la Oti entrar y salir del curso de la mano de Douglas un chico repetidor, muy deportista. Pedro y Mariano se miran, el uno con un gesto adusto, el otro con los mejillas  rojas.

-          No me gusta decir: te lo dije. Pero, te lo dije. No quería que llegue este día, pero sabía que eran altas las posibilidades de que ocurra. Por ello puse hace unas semanas tengo en mi maleta este libro para entregártelo cuando llegue la infausta ocasión. Definitivamente tienes que leer a Nietzche, subraya, poniendo en las manos de Mariano un libro pequeño, flaco y con un título raro: "Cómo se filosofa a martillazos".   

A sus 16, Mariano comienza a leer a don Federico en los espacios verdes del Poli, mientras  a pocos metros la Oti se besa con su galán. Cuando está en la mitad de "Zaratustra" la ha olvidado pro completo. Las sesiones alcohólicas salpicadas de Álgebra se replican los viernes con Física, ambas sin culpas. son sendas clases en las que alguno lleva la consabida botella de Trópico para el pedagogo. Pero ese ritmo marca deserciones, Otatti y Ortega no aparecen más, en tanto que Oñate lo hace de vez en cuando. Cuando se termina la plata, Pedro va a su cuarto, saca un corte de tela y en la licorería se pone a negociar con el dueño.

-          No sea malo don Paco, no la tocha, ¡la grande! ¡es casimir inglés! Es marzotto, dice con tono de vendedor. Es scaball, acota, en otra ocasión con tono de experto textil.

Pedro regresa siempre con la botella grande, la coca cola y la cajetilla de cigarrillos, a veces hasta con atunes, pan y aguacates. Para Mariano las clases poco a poco se convierte en lo menos importante, lo esencial es la música de Serrat y su poesía, el ir descubriendo desde el cantante catalán a Miguel Hernández, a Machado, a García Lorca... Lo mejor es reír con el "mono" Orellana ante las bromas del grupo y las inteligentes de Pedro que incluyen mofarse de su propia ceguerea, de su blancura fantasmal, de su porte pequeño... 

Mariano camina más seguro, se dirige con soltura a sus compañeras y aún es más canchero con aquellas de los otros paralelos, cuando se encuentran en la planta baja, al final de la jornada. Coquetea con ellas, les regala pequeños versos de sus nuevas lecturas. Incluso algunas suspiran al verlo. En el próximo semestre cuando regrese a la militancia, Mariano usará ese halo seductor para vincularlas a la Federación de Estudiantes, en donde el participará activamente. En lugar de la Oti, ahora es la larga y lánguida María Dolores, quien invade sus sueños adolescentes.

Cuando falta poco para terminar el primer semestre, Mariano se da cuenta de que no es un politécnico a carta cabal: no tiene novia, pero poco le importa; está encerrado en el laberinto de las ciencias exactas, que tiene la certeza de que no son para él. Sigue con sus lecturas nietzcheanas que las disfruta con el humo del cigarrillo. Las precisas sentencias del filósofo calan en él y aunque luego aprobará solo dos asignaturas de las cuatro, considera que este período ha sido luminoso.

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