Wednesday, February 19, 2020

Willie


A M y C Cordova
Cuando comenzaron las explosiones, Willie gritó ¡Al suelo! y se abalanzó sobre nosotros para protegernos. Los flashes de luz iluminaron el entorno y se escuchó, ensordecedores, a los aviones al pasar rasantes a toda velocidad. Willie temblaba y nosotros estábamos bajo su inmenso cuerpo.  Aparecieron las llamaradas del napalm y con ellas las columnas de humo. Willie nos abrazaba con fuerza. No era la primera vez que esto ocurría, por ello sabía lo que tenía que hacer, meter la cabeza entre mis hombros y reptar hacia atrás, hasta pasar debajo de la axila de Willie. 

Cuando se escuchó el sonido de las ametralladoras, Willie se puso más tenso, ¡Down!, ¡Abajo!, gritó, indicando que nos quedemos agachados, puso sus manazas sobre nuestras cabezas y la suya en medio. Nos aprisionó más fuerte y ordenó que juntos comencemos a avanzar a gatas. Pero Michelle y yo, solo queríamos quitárnoslo de encima. Cuando él ya estaba fuera de sí, en la desespaeración total y arrastrándonos con fuerza, Michelle dulcemente le dijo que todo estaba bien.

– Papá, cálmate, le dije, también yo, mientras estiraba mi mano, tratando de alcanzar nuestra salvación.  Pero como siempre, para un chico de 9 años era difícil salir del abrazo repleto de adrenalina de un gigante de 90 kilos de peso que lo protegía con todo su amor.

Finalmente, en un movimiento ágil de ratoncillo, tomé el mando a distancia y cambié de canal. El sonido de burlesque bailado por Desi Arnaz y Lucille Ball, y las risas pregrabadas hicieron que Willie cambie la expresión de su rostro y se quede impávido sobre la alfombra. Aflojó la presión de sus brazos y permitió que salga mi hermana Michelle. Ella de inmediato le colmó de besos y yo acercaba a sus labios un vaso de agua, Willie se colocaba sobre sus espaldas, miraba las imágenes en blanco y negro, y a medida que escuchaba la cómica voz de la pelirroja alternando con el acento del cubano, volvía a la realidad.

Willie hacía siempre lo mismo. Cuando, en el "zapping", el mando a distancia daba por casualidad con una de esas películas que recreaban la guerra de Vietnam, volvía de inmediato a sus días en Quan Loi, su trauma se activaba y con éste el instinto de supervivencia. Mientras un puente temporal inexplicable colocaba a sus hijos una década atrás, su delirio nos transportaba hacia sus días de servicio militar. Por ello mamá nos tenía prohibido mirar con Willie la televisión, menos en su ausencia. Pero para él la televisión, artilugio aún novedoso, era uno de sus placeres y para nosotros mirar con Willie a los “Tres Chiflados”, comiendo canguil, era un derroche de alegría. Sobre todo después, cuando él imitaba con precisión a Curly, dando inicio a la transformación de Michelle en un diminuto Moe. Los tres en nuestros roles, repetíamos la historia vista y los movimientos estúpidamente divertidos de los hermanos Horwitz.

Mirar la televisión con Willie era una aventura magnífica, a excepción de esas coincidencias desafortunadas que la volvían riesgosa. Luego de sus accesos traumáticos, no recordaba lo ocurrido y volvía a ser el mismo tipo calmo e introvertido de siempre. Las pocas veces que los cuatro nos apoltronábamos en el sótano a ver la televisión, Willie recalcaba los avances en su consulta psicológica, a la que asistía puntualmente, mientas mamá sujeaba con fuerza el control remoto, sin permitir cambios de canal. Ella me contó que cierta vez, antes de que exista Michelle, y mientras yo dormía en el cuarto, el control recaló justo en una explosión y Willie de inmediato la levantó en vilo, la arrojó con fuerza atrás del sofá y luego dio un salto que le hizo un tajo en la cabeza al chocar contra el librero.

Willie, para mí era un padre cariñoso, aunque creo que no tenía de ese joie de vivre y esa expresividad que siempre es preferida. No comparto la opinión de mi madre de que era un tipo seco. Es que es gringo, decía mi madre, resignada; es por ingeniero informático, argumenta Michelle; es por que tiene mucha de la sangre alemana de la abuela, acota justificándolo, su hermana Nicole. Por mi parte, lo considero un hombre amable y buen proveedor, con un difícil coctel emocional que le tocó cargar ¿Pero quién no carga uno parecido, solo diferente en matices? Unos más que otros guardamos terribles oscuridades en el alma o en el corazón. 

Con el pasar de los años, me doy cuenta que no solo fueron las diferencias culturales y la introversión de Willie lo que llevó a que mi madre lo abandone. Me decanto a pensar que ella sobre toido decidió dejarlo por las reacciones de Willie ante las escenas de guerra televisadas. Son, sin duda, esos pequeños hábitos que tienen todas las parejas, tales como dejar la toalla mojada sobre la cama, beber agua en medio de la noche o padecer insomnio, los que minan a la pareja. Son esas malas costumbres, tolerables al inicio, las que con los años se vuelven insoportables. Sin duda, con el tiempo, para mi madre se le hizo insufrible no poder mirar la televisión junto a su marido. De seguro, con el tiempo, el temor a las reacciones de Willie fue creciendo. En especial desde que se mudaron a un quinceavo piso.