Friday, September 30, 2011

Alfaristas

A RBRB

Una fría mañana camino al colegio, reconocí a un condiscípulo de la veintiunava sección del primer curso del Mejía. Conversamos y supe que vivía dos calles más arriba. Roberto era un chico vivaz y dedicado, tenía la risa fácil y un leve acento norteño que pretendía ocultar, para evitar las chanzas. Fue él, quien en el barrio me presentó a otros amigos y sobre todo a mis primeras amigas, de las cuales él era el favorito.

El país había regresado a la democracia hace poco y los ideales revolucionarios se descolgaban en todos los relojes del secundario. Entre la novelería y el discurso radical de Santiago, un chico de quinto, me involucré a las actividades de la Brigada. Cuando cursábamos tercero, casi todo iba bien, excepto el país, que eligió como presidente a un matón plutócrata con felinas ínfulas. Mas, Centroamérica insurrecta, Silvio, Pablo y la música protesta en su apogeo, nos convencían de que un futuro mejor estaba a máximo dos décadas. En el país, AVC se mostraba con audaces acciones y en el barrio Santiago y “Bigotes”, ya graduados formaron un grupo de estudio, al cual Roberto, y yo entramos con entusiasmo: la C8.

Como nuestras familias no iban a la playa, los meses de verano transcurrían entre los manuales de Rius, las discusiones sobre el texto de Omar Cabezas y las lecciones de salsa que nos daba Bigotes. Desde la inexplicable desaparición de Santiago, Bigotes se erigió en nuestro jefe, y como siempre me tuvo ojeriza, un buen día decidió simplemente expulsarme, lo cual dolió, pero curó rápido, gracias a los ojos verdes de mi primera novia, a la canción de Charly García del mismo color y los fascinantes juegos electrónicos que por fin llegaron a mi calle.

Cursando cuarto, el tema C8 era del pasado, estaba fascinado con la geometría y mi habilidad para hacer caricaturas, pero por sobre todo, en plasmar mi amor secreto por una prima lejana, en una copiosa y mala producción poética. El clima del país se caldeaba cada día y el felino en el poder hacía gala de su prepotencia sin límites, ensañándose en especial con AVC.

Mi amistad con Roberto no había variado y en una de sus visitas me confesó su pertenencia a AVC. Un motivo de orgullo que significaba también tener la vida entre la cárcel y el cementerio. Me contó que cuando la C8 ingresó a la organización, Bigotes se quebró y pidió ser excluido. Me invitó a formar parte y mi primera tarea fue cortar 15 círculos de cartón.

Luego empezaron las jornadas de preparación física y fines de semana en el monte cargando palos de 9 libras. Después, el estudio del itinerario de un distribuidor de alimentos, el robo de placas en los parqueaderos y el cuidado de cierto material... Mi primera “panfletaria” fue un éxito y mi primer operativo, la toma de un barrio, para la cual me preparé con esmero, terminó antes de empezar, por una delación. En el colegio y en la casa mantenía el perfil bajo, lo que acrecentó la confianza que me tenía su madre y viceversa, hecho que nos facilitaba los permisos. Desde esa época tengo el sueño liviano, pues se me dijo que cualquier noche pasarían por mí. Todo iba en orden, hasta que una mañana previa al colegio, casi me trago la pasta de dientes, al escuchar en la radio que habían apresado a Santiago.

El año nuevo amaneció con las paredes gritando: “1986, derrotaremos a la oligarquía o moriremos. AVC”. La consigna se cumplió, llenando la crónica roja: Fausto, Ricardo, Gladys…

Apreció Roberto por mi casa, herido en un pie y emocionado me pidió sintonizar las noticias, que informaban sobre un asalto en el cual resultaron presos otros militantes.

El mes de Julio anunciaba la graduación e incurrí en mi primera borrachera magistral merodeando cantinas con mis condiscípulos. Esa fue la última vez que conversé con Roberto. No asistió a la graduación oficial del 22 de Agosto, pero unas semanas después, supe por mi madre que vino a verme con un brazo escayolado.

La última noche de septiembre me acerqué a la esquina del barrio, su ex novia y la mía, me contaron sobre el crimen del día anterior. No lloré de inmediato, sino en silencio, mientras escondía mejor sus encargos, que pronto fueron descubiertos.

Fui a su velorio y comprobé que lo habían fusilado. Fue un día como hoy hace 25 años.