Wednesday, November 30, 2022

Nilda

Hace varios meses terminmaron elecciones del 96 y los camaradas consiguieron que Gabo fuera electo concejal. Desde hace dos años “el flaco” es congresista en la alianza con el partido del General Vargas. Los jóvenes que desde ese albur de empresa de publicidad llamada “Cyan imaginaciones” participamos en las campañas, ilustrando, haciendo serigrafía y pintando murales, estamos ahora en un obligado descanso. Vamos al local del partido como parte de la costumbre y nos reunimos en el cuarto de propaganda a pintar botellas con la cara de Morrison o del Ché Guevara para ver si ganamos con ellas unos sucres. Matamos el tiempo con unas cervezas en el bar de al frente, miramos las chicas desde las amplias ventanas del segundo piso y coqueteamos con las jóvenes asistentes manabitas que trae el general como pasantes.

Somos testigos de la llegada de dirigentes barriales que preguntan por el Gabo, a quién esperan en la amplia sala, a veces por largas horas. Cuando este llega, les invita a su oficina y resuelve, generalmente rápido la reunión. Salen contentos, él les despide efusivo, es “el concejal del pueblo”... Entonces bromea con nosotros un rato, nos brinda una fritada o luego de dar instrucciones a Carmen, la secretaria del General, regresa raudo al municipio.

Ese día, al arribar al segundo piso, la encuentro sentada en el amplió sillón. Luce un vestido rosa con negro. Es imposible no fijarse en sus desnudas pantorillas blanquísimas y en su cabellera brillante del mismo color. Como no veo a Carmen, pregunto si puedo ayudarla y ella sonriendo me dice con su acento extranjero que espera a Gabriel.

-          ¿Usted trabaja aquí? acota

Miento que soy parte del equipo de propaganda del partido, para darme importancia. Decir que soy un economista recién graduado, que no ejerce, suena mal. Se llama Nilda, es coreógrafa de la Escuela de Samba Rosas De Ouro de San Paulo y vino con su grupo en una invitación de la embajada local. Gabriel quiere conversar con ella para coordinar presentaciones en barrios populares. Le cuento sobre la ciudad y le pregunto acerca de su escuela de samba. 

- Pensé que solo habían en Río, digo y ella sin admirarse responde mostrando dos pequeños hoyitos en sus mejillas, al tiempo que acomoda sus lentes sin marco que resbalan por su larga nariz. Su descripción de los festivales de San Paulo, que yo escucho extasiado se interrumpe por la llegada de Carmen.

-          Lo siento señora Nilda, Gabriel me dice que no llega.

Nilda responde amable y levanta su esbelto cuerpo dejando caer la larga cabellera blanca. La acompaño a la calle y me regala dos besos en las mejillas de despedida.

El día siguiente es similar, está en el mismo sillón, pero con un vestido celeste que resalta sus ojos azules y unas sandalias ocres de cuero que muestran sus pies bonitos.  pone su mano en el espacio vacío contiguo invitándome a acompañarla y me cuenta que la noche anterior paseó, con los de su embajada, por el centro de mi ciudad. Describe las cúpulas quiteñas con admiración, evoca el aire melancólico de sus estrechas calles. Yo la escucho atento y me concentro en mirar su rostro, evitando que mis ojos se posen en su generoso escote.

-          ¿Usted conoce Sao Paulo?, dice abruptamente.

-          No, respondo, no he podido ir, pero he vagado por todo el nordeste, por Salvador de Bahía, por Itabuna e Ilhéus…

-          ¡En serio! ¡Qué maravilla! ¿E fala portugués? dice admirada, mientras bailan los hoyitos de sus mejillas.

-         He vagado por el nordeste montado en las novelas de Jorge Amado, acoto con una sonrisa pícara.

       Lanza una carcajada: - ¡qué tonto! ¡Está brincando conmigo!.  Mi favorita es Gabriela.

-          La mía, “Doña Flor”.

Recita en portugués el capítulo en que Vadinho danza samba en las calles y en el momento preciso, yo le recuerdo como este se desploma sorpresivamente. Estamos viviendo las primeras páginas de la preciosa novela de Jorge Amado, cuando aparece el Gabo acompañado por el Edgar y Tin tan, los dos más jóvenes del grupo.

-Gabriel, la señora te espera, dice Carmen, que siempre estuvo abstraida frente a nosotros ensu computador. 

Gabriel se eleva levemente en puntillas para recibir el saludo de besos y ambos se dirigen a la oficina.

-          Veo que Giovanotti, ahora es arqueólogo, dice Tin tan a Edgar y ambos se ríen mirándome.

-          Nada que ver respondo, es solo su cabello blanco, tiene 42…

-          ¡Solo 42! Dice Tintan. Para él y sus 18 es un montón de años.

-          ¡Que va!, acota Edgar. Está buena pero es una abuelita, recalca burlón.

-          Baja la voz, no seas indiscreto, le reprendo con falsa severidad.

Cuando Gabriel y Nilda salen de su oficina, Carmen le dice que la sesión en el Municipio está por empezar. Se despide apresurado, su chofer recibe el maletín y ambos bajan las gradas. Nilda me llama con su mano.

-          ¿En que nos quedamos? Me dice casi al oído. Y sin esperar respuesta acota... Quisiera darle algo, mi hotel queda a pocas cuadras ¿Me acompaña?

Caminamos por la tranquilla calle Paéz, conversando sobre las famosas telenovelas brasileras que causan furor en el país, menciono a Maité Proença con su belleza imponente en la escena en que monta a caballo, desnuda. Nilda me cuenta sobre la que está de moda en su país la famosa Xica da Silva. Llegamos al hotel de la 9 de Octubre y Colón y al rato llega con un libro ilustrado.

-          Mire, no necesita saber portugués para entenderlo. Creo que le gustará mucho. 

Es un pequeño libro que desconocía y en cuya portada se puede ver un gato y una golondrina.

-          Gracias por la compañía, me dice. Ahora tengo que escribir postales para los amigos, usted sabe… Pero si tiene tiempo, le invito mañana a cenar. Acá mismo, a las siete ¿sí?

La noche siguiente me espera en el recibidor vestida de blanco. En el restaurante, me pregunta si estoy disfrutando del libro y yo le muestro una lista de palabras en portugués que no he entendido. Me da el significado de casi todas y las que no sabe cómo traducirlas me explica desde contextos. Luego de media botella de vino, reímos escandalosos ante cualquier ocurrencia y me dice que le acompañe a su habitación pues quiere mostrarme algo. A pocos centímetros de cruzar la puerta acaricia mi cabello. Nos besamos. Me toma de la mano y me lleva a su cama donde empieza a desnudarme.

Cuando ingreso gime con dulzura, con los ojos entrecerrados y una leve sonrisa me susurra.

-Siga… Vadinho, siga meu amor…  Y así me llama mientras me abraza y mientras aruña levemente mi espalda. Vadinho..., meu amor lindo…, repite.

Nos quedamos derrumbados por un rato, yo mirando sus ojos azules que brillan acuosos, fijándome en los hoyuelos y las discretas arrugas del rabillo del ojo. Ella acariciar mi rostro con sus dedos...  estamos en esa abstracción, cuando suena el teléfono.

-          Hola Gabriel, ¿Cómo está?... No, lo siento, hoy no puedo… pero podemos almorzar mañana, claro…

Yo escucho a Gabriel preguntando si puede visitarla, si acepta salir esa noche con él a tomar unos tragos. Lo escucho coquetear con Nilda y a ella rechazarlo con discreción. No deja de causarme gracia. El ímpetu de mis veinte y pocos nos incita de nuevo al amor y así nos pasamos casi sin dormir.

Al despertar me encuentro son los azules ojos de Nilda, elegantemente vestida de rosa con pendientes y collar dorado. La rosa de ouro me mira con dulzura y  que me da un beso pequeño.

-          ¿Durmió bien? Vaya a la ducha y luego desayunamos.

Cuando termino de ponerme los pantalones Nilda saca una blanca camisa planchada. Con un gesto me pide que le permita ponérmela.

-Le queda perfecta. Está muy guapo.

Antes de abrochar el último botón me coloca un largo collar de cuentas amarillas y azules.

-Usted es de Ochosi meu Vadinho, de Ochosi, meu amor de Quito, al tiempo que me entrega una tarjeta con su dirección en la Rua Pamplona de San Pablo.

En mi cama me acompaña todavía el recuerdo de la noche anterior y al llamaral hotel me dicen que fue a una cena con la Embajada.

Subo al día siguiente las gradas del partido y no está sentada en el sillón.  

-          Ni ayer ni hoy ha venido la tuya, me dice Carmen, burlona.

Luego de bromear unas horas con los muchachos y terminar una botella pendiente, decido ir al hotel. El recepcionista me pregunta el nombre y me cuenta que la señora Nilda salió esta mañana al aeropuerto. Le dejó un encargo. Es una bolsita de paçocas, el “Tieta do Agreste” en español y una notita con un beso de pintalabios: “Vadinho, meu amor de Quito, ¿nos vemos en Salvador?”. Le escribí una carta que tuvo una breve respuesta.

Veinte años después, en un tiempo entre vuelos salí del aeropuerto y me pareció ilógico ir en pos de la Rua Pamplona de San Paulo. No he podido visitar, hasta ahora, la ciudad de los orixás y de los amados personajes literarios.