Sentí, finalmente los empujones de Thomas
¡Hey Roco,
levanta! ¡Vamos Roco! ¡Nos vamos Roco! Lentamente salgo de la modorra y voy emergiendo debajo del mostrador del “Contravía”. Segundos después, recuerdo lo ocurrido y comienzo a disculparme con Thomas, el marido de mi amiga Lobita.
¡Ya, no hay
problema, pero ahora nos vamos! Al incorporarme veo que solamente están Thomas
y Yanina la camarera, limpiando el local. Aún levemente mareado, me ofrezco a ayudarles. ¡No, tranquilo, anda a casa! me dice con tono paternal. Tomo el botellín de cerveza que no había
terminado, lo arrojo al basurero y me dirijo hacia la puerta. Recuerdo el
relajo que no llegó a mayores.
Estoy en la calle García que poco a poco se va vaciando de fiesteros. La
culpa no se cree eso de que fueron los tequilas, mi ángel de la guarda me dice que debo frenar mis arranques, que no puedo andar de Petrocelli, menos en el
bar de un amigo, el Supay me aplaude y al mismo tiempo goza a mi costilla. Dubito entre comprar
un cigarrillo o parar un taxi. Todos pasan repletos, si quiero uno, debo caminar hacia
el sur… En la esquina de la Calama, él se aproxima con los brazos abiertos,
la amplia sonrisa y su paso de dandy.
-¿Cómo te va
flaquito, para dónde?
- Ya para
la casa, Gumucio, respondo.
- ¡Tan
temprano flaco!-. Sin parar de sonreir, saca del bolsillo de su levita una
caminera metálica y me la ofrece. – Hágale un whiskito, me dice guiñando un ojo y comienza su
relato locuaz. Estoy con un pana y unas locas, pero ya casi se acaba el material y me vine… pero la bruja no asoma, loco. Ya nada. ¿No tienes un par dólar
para el taxi?, acá a par cuadras, no más. Acolítame, dice y me ofrece un
cigarrillo. – Ya sé que usted le hace solo a la legal, bro, pero acolite... recalca y vuelve a reír
con sus brillantes ojitos de ratón.
Son las 2:30 am, el whisky está delicioso, el diálogo con Gumucio me aleja de la
autocensura provocada por la heroica burrada recién cometida.
-Las locas
están bien guapas, flaco, ya sabes, niñitas bien… Hay una de tu calibre, así Colt
45-, dice levantando su mano hasta la altura de mi frente, mientras lanza la risita
del Patán de las caricaturas.
Caminamos por
la Juan León Mera hacia el sur, mirando como pasan los taxis repletos. No haya duda que Gumucio está prendido,
hiperactivo, eléctrico… no para de hablar y de contarme sobre su semana. Gumucio
es marchante.
-Encontré
un man talentosísimo, me dice, un Klimt ecuatorial que le mete azules chagallianos.
¡Un genio! ya le vendí un par cuadros y estoy preparándole la expo. ¡No sabes! flaco,
es experto en el juego del color, con un conocimiento de anatomía impresionante… Llegamos a la avenida Patria, frente al
mero Ejido, donde hay que ponerse pilas… Gumucio para un taxi y le dice con
modales educados que nos lleve a Santo Domingo.
-¿A dónde?,
cabrón-, le digo. Santo Domingo es la plaza del centro sur de la ciudad,
frecuentada en pleno día por ladroncillos de todas las clases y putitas proletarias.
A las 2:30 am, toda esa fauna se multiplica por diez en cantidad y peligrosidad.
-Tranquilo,
flaquito, esto es rápido, me dice, mientras afloja su bufanda. Si quieres me
aguantas en el taxi, par minutos.
Par, todo
es par para Gumucio… todo dual. Me ofrece de nuevo su caminera de whisky escocés…
Llegamos por
la calle Guayaquil, el extremo norte de la plaza, y a lo lejos junto al arco, veo un puesto de canelazos; en las gradas que salen a la Maldonado, a un
pequeño grupo de indigentes. En la esquina con la Rocafuerte, junto a las
escasas putitas, a una mujer mayor con gorro de lana blanco. Cuando estamos
frente a ella, Gumucio le dice al taxista que pare un momento.
– Buenas noches,
madrina, ¿cómo está? -
-No hay
nada, le responde secamente.
- Solo un
par, madrina…
- No, mi rey,
nada… Donde el pastuso…
- Ok,
madrina, buenas noches, hasta la próxima, le dice educado y pide al chofer que, por favor, sigamos por la
Maldonado. Estamos en el Camal
y cuando Gumucio le indica que tome hacia las Cinco Esquinas, el chofer le dice
que no, que solo nos sirve hasta ahí o si quiere nos devuelve donde nos
encontró, pero es carrera doble.
- Mi jefe,
son solo par cuadras...
- No, mi señor,
ni media cuadra más. ¿Entonces?
- ¿Cuánto
es?, dice, mientras abre la puerta para bajarse.
Nos vamos a
quedar en la entrada a las propias "Cinco esnaquis", a las 3 de la mañana… Y, sin
embargo, no digo nada.
-No, jefe, ¿cómo que cinco?, tres nomás. Encima nos deja a mitad de vía, le dice con su tono meloso y embaucador. Déjenos para una media. Tres y medio está bien, jefe, le dice sonriendo. Págale flaco.
El taxista pone
en mi mano dólar y medio. Mientras desciendo, Gumucio se ajusta el nudo de la
bufanda y acomoda las solapas de su leva.
-Vamos a la lico, dice.
- Ya se
acabó el whisky.
-No, todavía
tenemos…
Gumucio
camina con seguridad. A una cuadra encontramos el tradicional portón con puerta
metálica que deja escapar por una pequeña abertura la luz.
-Media de Trópico, solicita Gumucio, la que viene con tapita, subraya. Págale, mi brother.
Mi dólar y
medio cae en las manos del licorero. Gumucio me extiende su caminera metálica. Seguimos
caminando por la Pedro Cobo. Gumucio ahora me cuenta sobre el proceso de las
obras de arte, donde el talento lo tienen los talleristas y la fama los
maestros que en muchos casos solo firman.
- Pero, sin duda, hay algunos giles que con toda la fama se dejan agarrar en tonterías. (Gumucio jamás dice la palabra huevadas). Me recuerda el capítulo del famoso caballito, que resultó ser copiado del diccionario enciclopédico. Esas cosas no se hacen, Roco. Cuando no me dice flaco, es que está hablando en serio… – Un caballo ¿te das cuenta? Un caballo lo hacía Picasso de un solo trazo y le quedaba soberbio. Y eso, en lugar de denigrar al maestro, le dio más fama. Al final ganamos todos, carcajea… Nos pasamos la caminera metálica y seguimos por la sureña calle silenciosa, interrumpida solamente por el paso lento de un tambaleante borrachito, al cual rebasamos.
Hasta que aparecen, como deben hacerlo los fantasmas. De pronto, tenemos a pocos metros
a tres corpulentos individuos mal encarados. Lo primero que se me ocurre es correr, pero Gumucio saca de inmediato la botella de Trópico de su bolsillo y
la abre. Se adelanta ágil hacia los que se nos vienen de frente. Sirve en la
tapa roja un trago y sonriente se la ofrece al que parece ser el líder.
-Buenas noches,
vecinos, ¿Ya retirándose a la casa? Sírvanse, para el frío…. Los ha sorprendido.
Uno de ellos se toca la parte baja de la espalda, pero Gumucio se toma un trago
y de inmediato coloca la roja tapa llena de licor en la mano del que tal vez tiene el
cuchillo. Luego me sirve a mí. Cuando tomamos todos, se despide amablemente.
– Tengan buena noche, vecinos, bendiciones para ustedes y sus familias… Minutos después escuchamos los golpes que
propinan al borrachito que se resiste al asalto.
Ingresamos a una transversal a la
misma calle Cobo. Nos detenemos junto a una puerta de malla que separa de la vereda un
largo callejón tenebroso, Gumucio timbra. No hay respuesta. Abre la puerta de malla y me pide que entre. Me quedo inmóvil y abro ligeramente los labios para respirar mejor. El marchante me escruta con sus ojos de ratoncillo y luego lanza un largo chiflido que rompe el silencio.
De las tinieblas, a la altura de mi hombro aparece una Smith &
Wesson y luego un adolescente rostro moreno con una gorra.
-Dile al
tío, que soy Chirico, él sabe... masculla Gumucio, sereno.
Pocos
minutos después, el muchacho entrega al marchante, una bolsa de papel del tamaño
de la mano. Gumucio no da nada a cambio…
- -Vamos
a la Villa (Flora), ahí encontraremos taxis.
- -Pero
no tenemos plata.
- -Tranquilo,
flaco, ni pareces economista, la plata se usa de la manera adecuada, tus cinco
latas fueron una inversión para movilizarse y el pasaporte que nos salvó la vida. El resto va por
mi cuenta, de acá en adelante, todo pura fiesta, flaquito... Y rie como el Pájaro Loco.
Llegamos a Guápulo, la madrugada está terriblemente oscura, son las 4 y30 am.
- -Ya regreso, mi jefe. Disculpe la molestia, mi amigo se queda con usted-, dice Gumucio. Da un trago a la media de Trópico y me la entrega. La caminera de whisky ha fenecido en el camino de regreso. El taxista comienza a impacientarse. Yo, al igual que en el callejón, no se que hacer, hasta que aparece Gumucio con su sonrisa profesional.
– Tenga mi jefe, el cambio es suyo, por la espera, le dice. Buenos días, bendición para usted y su familia... Deja caer su efectiva fórmula, efectiva por que suena sincera.
En la mesa de centro, organiza rayas con una tarjeta, un tipo delgado, que luego se que se llama Lalo. A su lado, como si contemplaran un trazo de artista plástico, están inmóviles una rubia y una pelirroja, de mandíbulas apretadas.
Suena "Other side" en los parlantes. Una mujer avanza hacia nosotros con dos vasos de whisky y se frota la nariz con el antebrazo.
-Mira Tulita,
te presento al flaco. Así, de tu calibre y guapo como te gustan, recalca Gumucio con su risita de dibujo animado. Ella está en la mitad de sus 30s, yo al
final de mis 20s y Gumucio iniciando sus 40. Alta, delgada, con la inmensa melena de largos rizos bien definidos, pintada de rubio. Ojos negros, labio superior delgado,
labio inferior grueso, contraste que la repleta de sensualidad.
-Flaco, mucho gusto, gracias por cuidar al Gumucio, a quien tanto queremos… Sírvete.
Nos toma del brazo y nos lleva hacia el sofá. -Les presento al flaco, amigo y guardaespaldas de Gumucio. Los tres alzan brevemente la mirada, Lalo asiente indiferente con la cabeza y ofrece un pequeño tubo a las chicas de mandíbula tiesa. Después, me lo ofrece, pero lo toma Gumucio. – El flaco solo le entra a la legal- dice -Y eso que él sabe que es la que más daña… Por eso ya mismo se queda dormido.
Tulita me guiña un ojo - Menos boca, más me toca… O mejor dicho, menos nariz… Gumucio/Patán, se deja escuchar.
Siguen los Red Hot. Give it away now, Tulita. Salimos a bailar, el resto no se mueve, pero en la mesita de cristal arman un nuevo ritual de rayas y de la libación nasal. Tula me lleva de vuelta al sofá y nos abraza, esperando su turno con avidez. Luego de su "panamericana", como las llama, Gumucio se cambia de sofá y acaricia a la pelirroja. Esta toma la tarjeta de la mesa y se tiempla dos mosquitos. Lalo coloca con delicadeza la esquina de la tarjeta en una ternilla de la rubia. Tulita me pone la lengua en la oreja, nos besamos al ritmo de Californication y cuando Tula para para ponerse a gatas junto a la mesa, me doy cuenta que se han marchado dos y los otros dos se soban arrechos. Desde el sofá, me dejo llevar por el sopor del whisky helado, me excita mirar a Tula arrodillada inhalar su larga raya de un tirón. Ella se incorpora y se pone a bailar "Around the world" en media sala. Una chica larga bailando, una llama que ilumina la oscura pradera del deseo...
Gumucio toma en la caja de un CD un poco de caspa del diablo y cogido de la mano de la pelirroja se pierde atrás de una puerta. Me acerco a Tulita y el nuevo beso es el inicio de un largo polvo junto a la mesa de cristal. Despierto con el "Under de Bridge" y con la luz de las 7am. por la ventana. Tulita no está a mi lado. Me visto, no hallo mi chompa, voy hacia la salida y en el lado opuesto, en el balcón, veo una silueta fumando. Tulita, cubierta con mi chompa, está sentada abrazando sus rodillas, mirando al sol que termina de nacer. Me acerco, gira su rostro por un segundo y vuelve a mirar al sol. Noto que ha llorado y la abrazo. No se inmuta.
-¿Me das mi chompa Tulita?, digo y en seguida me arrepiento, pues caigo en cuenta que está desnuda. Deja mi chompa a un lado y vuelve a su posición cuasi fetal... Some times I feel, like I don´t have a partner... nos recuerda Kiedis.
De una habitación emerge Gumucio, con un boxer estampado y un vaso de whisky.
-¿Te vas flaco? Bien, dale, es hora de descansar. Espero no tengas mucho chuchaqui. Yo sigo un rato más. Tremenda noche ¡eh! Lanza su carcajada cínica. Gracias por el acolite flaco, En serio, gracias Roco. Te haré llegar la invitación a la expo del Klimt criollo. Ya sabes..., con Gumucio, locas guapas y buen whisky... Y tú, tranquilo, la Tula es así mismo, ya se le pasa, llévate no más la chompa. ¡Que noche de antología, Roco! Ahí está… A vos que te gusta escribir, ahí tienes. ¡Expláyate! Me da un abrazo afectuoso y me acompaña a la salida.
Y lo hago por fin, 20 años después, escuchando Dani California. Los detalles quedaron colgados en mi memoria como ropa que no termina de secarse. Mientras termino este relato, siento mi rostro cubierto por los larguísimo rizos de Tulita, revivo su movimiento cadencioso mintras aprieto sus nalgas, muerdo su carnoso labio inferior y siento sus largas manos sobre mi pecho. Escucho los diversos tonos de la risa permanente de Gumucio/ Patán. Regresan el olor de la calle Cobo y el escozor de la adrenalina provocada por las Cinco Esquinas a las tres y media de la madrugada.