La tierra rozó la barriga de la
canoa y descendimos al improvisado muelle en la ribera del Cuyabeno. Era domingo
por la mañana, las nubes estaban más oscuras que los días precedentes y parecía
aún más temprano de lo que era en realidad. La comunidad Siona a la que arribamos
estaba desierta y sin embargo, podía escucharse al fondo de la misma, al
interior de una construcción mixta, la voz eufórica de un pastor cristiano y la
respuesta de sus feligreses. Efi, el guía, detuvo al grupo debajo de un árbol de
guaba machetona y comenzó a mostrar los árboles de chonta, las frondosas matas
de yuca y algunos corocillos, mientras esperaba el fin del oficio religioso y la
llegada de Mama Luz, la matriarca.
El grupo se concentra en la explicación,
y yo más bien en el paisaje, por lo que soy el único en notar a un muchacho con
camiseta y pantaloneta negras, salir de un rincón de la selva opuesto al templo.
Tendrá no más de dieciséis años y se acerca lentamente hacia nosotros guardando
prudente distancia. Cuando está a pocos metros, puedo ver que sus ojos están enormemente
abiertos, sus manos crispadas abriendo y cerrando los dedos, como si se prepara
para usarlas. Nos mira de reojo, a medida que se aleja lentamente, mientras el
grupo inocente disfruta de unas guabas.
Efi percibió donde estaba mi
atención y me dijo: ese muchacho tiene muy mala energía, cuando era chico se le
metió un espíritu de la selva muy poderoso.
-¿Le han llevado al hospital en Lago Agrio?
inquirí esperando la respuesta mística.
- Imposible, los brujos dicen que
el espíritu es tan poderoso que podría matar al médico. Ninguno de los
curanderos se atreve a tratarlo solo. Dicen que solo una ceremonia con al menos
30 shamanes podría hacer algo…
Los miembros del grupo disfrutan
del fruto de la guaba machetona y comentan sobre su exquisitez nunca
probada. El guía retoma la explicación de la flora y el muchacho viene de nuevo
en dirección contraria, pasa a nuestro lado a la misma prudente distancia, pero
esta vez con paso ágil. Lo miro con disimulo, protegido por las gafas y la
visera. Cuando está completamente de espaldas, ausculto sus
movimientos para determinar un diagnóstico. Entonces gira violentamente
su cabeza y su mirada llameante se ensarta en mis ojos. Me asusto por un
instante, me invade un leve estremecimiento en esa fracción de segundo, tal como aquella vez que vi junto a mi pierna una serpiente en Dureno. De inmediato el templo se llena de euforia, el pastor genera invocaciones más fuertes que se amplifican desde el megáfono
y que antecenden a gritos, quejidos y hasta
llanto de los asistentes. El muchacho desaparece en la selva y el templo
queda en silencio.
Efi nos lleva a una plantación de
yuca cercana. Aparece Mama Luz con su vestido vaporoso color jade y su amplia
sonrisa, hunde sus manos en la tierra y muestra lostubérculos que acaba de
sacar. Al mismo tiempo
se abren las nubes y el sol pretende mostrarse, todo lo cual hace que las exclamaciones emocionadas de los visitantes se dejen oír.
foto: Yuan Xiao