Thursday, October 05, 2023

Albita

 A BZ

Era el segundo lunes de Septiembre y el primero que tenía en esa ciudad. Debía dirigirme al Aula Pieter de Sommer, donde harían la bienvenida a los nuevos estudiantes. El sol seguía apareciendo y el clima agradablemente cálido lo alegraba todo. Entré por la Sint Michielsstraat que daba directo hacia el aula mencionada y a pocos metros, delante mío caminaba una mujer alta. Era imposible no fijarse en dos cosas, la primera su cabellera negra y rizada, y la segunda sus hermosas nalgas que se movían cadenciosas enfundadas en sus pantalones de mezclilla.

¿Qué tenemos acá, para comenzar el año lectivo, mi querido Alekos?, me dije. Me cambié de vereda, aceleré el paso y cuando la hube rebasado, crucé la calle y le pregunté cortésmente, si sabía dónde quedaba la mentada aula. Sus brillantes ojos negros me miraron con sorpresa, me fijé en su hermoso rostro largo y en sus labios gruesos dándome indicaciones en inglés, a las que no prestaba atención, pues la pregunta fue un pretexto. Seguía fijándome en su bello rostro moreno, en sus pobladas cejas y sus perfectos dientes blanquísimos. Apenas terminó, le dije

-¿Tú hablas español, verdad?

-Sí, claro…

- Soy Alexis, de Ecuador, dije. Le extendí la mano y le di un leve beso en la mejilla.

- Alba, colombiana. Mucho gusto.

 

En un minuto estábamos frente a la setentesca estatuilla del ex rector De Sommer e ingresamos al aula. Ella prestaba atención a las palabras de bienvenida y las demás formalidades, mientras yo le miraba los pechos con el rabillo del ojo. Al final dijeron que para los estudiantes internacionales había un evento en el salón principal de la universidad. 

En la inmensa construcción medioeval, estaban dispuestas muchas mesas y en ellas gran cantidad de sánduches, jugos, vinos, las proverbiales cervezas belgas, queso, jamones y demás alimentos. Los homenajeados éramos pocos y como casi siempre ocurre, hicimos un pequeño grupo los de mayor afinidad lingüística. José, el venezolano a quien conocí la semana anterior, Micaela, la roommate colombiana de Alba, Marcelo y Graciela mexicanos, Danilo, Nadia y otros pocos españoles que conocí el primer día y con los que nos vimos en un par de botellones. Comimos, reímos y con el alto grado de la cerveza belga, la locuacidad latina creció en su esplendor. Una hora después estuvimos todos de cháchara en uno de los cientos de bares que hay en el Oude Markt y cuando comenzaba a oscurecer, Alba y Micaela nos invitaron a su departamento. Era pequeño, pero departamento y no kot- habitación como la que teníamos la mayoría, y allí seguimos de rumba hasta bien entrada la noche. Ayudaba a Albita a servir los tragos y en la cocina nos dimos nuestro primer beso. Las siguientes cumbias y vallenatos fueron suaves y pegaditos.  

Nos seguimos viendo, la pasión mezclada con ternura, la cercanía cultural y la extroversión nos tenía contentos, pero de a poco, caímos en cuenta que no teníamos las mismas proyecciones. Hasta antes de arribar a Leuven, me consideraba un hombre serio, pero finalizada la primera la semana, con verano, hermosas chicas, fiestas, bares y cervezas, rejuvencí diez años y asumí el papel de estudiante como se debe, lo que menos quería era hacerme novia formal, más bien ingeniarme para meter a la mayor cantidad de chicas a la cama y viajar tanto como pudiera, pues para ello, solo tenía un año, lo que duraría el máster... Albita venía de una relación apasionada pero difícil, viajó enamorada, pero consciente de que el amor de lejos no funciona y quería en esta nueva latitud encontrar una buena relación estable.

Seguíamos saliendo como grupo, a veces me invitaba a reuniones con sus colegas de la facultad de económicas, y yo a las que tenía con los míos. Íbamos a los bares de salsa, donde nos abrían pista para vernos bailar. La mayoría de las veces terminábamos en la cama y volvíamos al mismo diálogo en el que no podía darle lo que ella quería.

Viajamos juntos al carnaval de Colonia, una fiesta impresionante donde miles de gentes disfrazadas y borrachas, gozaban en medio de un invierno helado. Íbamos a paseos en bicicleta, pero también viajaba cada uno por su lado. El año voló como un suspiro, regresé a mi país y ella se quedó comenzando su doctorado. Luego de un año sin vernos, cuando comencé el mío, nos telefoneábamos a altas horas de la noche, cada uno trabajando en su oficina, para ir juntos por un kebab-cena y hacer  en la bicicleta en medio del viento frío, la ruta común que teníamos hacia nuestras respectivas viviendas. A veces yo me quedaba en su casa, en otras ella pasaba de largo frente a esta para terminar en la mía.

-          Es mi culpa decía, siempre me has dicho que no estás para ser novio, pero salimos a comer, nos reímos, conversamos, terminamos en la cama y de nuevo me hago ilusiones. Y sigues igual.

Yo no decía nada, solo me acomodaba los lentes …

Siendo tan hermosa, inteligente y de buen humor tenía muchos pretendientes, un famoso profesor belga, compañeros suyos del doctorado y hasta un empresario que tenía un gigantesco Mercedes Benz. Ella con su franqueza caleña me contaba los peros que les ponía a cada uno. En el día de su cumpleaños le preparé un cd con música romántica de Sabina, Spinetta y unas suaves de Soda. Iba a darle mi regalo, cuando noté que ella tenía un nuevo celular Apple. Es un regalo del profesor Michael, me dijo y yo le entregué con modestia mi cd… Ella sonrío, me dio un beso pequeñito. Gracias corazón, me dijo con su amplia sonrisa.

La encontré en Pangea, el club-bar estudiantil con un chico formal y cortés. Su novio brasilero estudiaba en Louvain La Neuve y saludamos con amabilidad. Desde entonces nos veíamos únicamente con el grupo de amigos, pero meses después la vi de nuevo sola. Terminé con el brasilero, me dijo y me enumeró los diversos errores que cometió el buen financiero paulista que le sacaron del corazón de Alba.

Así pasamos 3 años más, presentándome sus novios eventuales y entre uno y otro teniendo nuestros encuentros furtivos. Regresó a Colombia y unos meses después yo regresé a mi país. Seguíamos comunicándonos por chat, añorando los días belgas, compartiendo nuestros propios procesos de adaptación a sociedades similarmente caóticas, donde no es posible manejar bicicleta con tranquilidad, en las calles con abusivos conductores de auto y donde las reglas se incumplen con naturalidad.

Un día leí en el computador: “Mañana voy a Quito.” Era el primer encuentro en este lado del mundo, en mi ciudad, en mi casa. Comenzó con el recuerdo de los amigos, de los sitios comunes, siguió con el relato que nos permitía saber detalles sobre nuestros actuales destinos laborales. Mi novia me había dejado hace pocos meses y como me dijera Charly, el psicólogo peruano de los becarios de Bélgica: “en el mundo de los humanos, diez años pueden ser bastante, pero en el de las emociones son diez minutos”. En nuestro caso habían pasado dos. Dos minutos desde nuestro último beso emocional y nos amamos como si el día anterior, hubiese sida aquella tarde de bienvenida a los estudiantes internacionales.

Pocos años después fui a verla en Cali. Siempre conversamos en su cumpleaños y en el mío: Nos igualamos los chismes de la vida, discreta o indiscretamente averiguamos la vida íntima del otro y planeamos encontrarnos allá o acá, (cosa que no ocurre desde hace más de un lustro). Los diálogos son siempre cariñosos, sinceros… En este septiembre se cumplieron 20 años desde que nos conocimos y hace pocos meses, en su cumpleaños, por supuesto, me dijo que estaba con alguien.

-Un español, dijo

- ¿Un buen tipo?

 -Sí, muy bueno

 - ¡Te felicito! ¿Vas mucho tiempo?

 - Medio año

- Ah…

- Aunque… no creo que dure mucho…

-¿Por qué?

-No sé…, diferencias… ¿Cuándo vienes a Cali?

-Espero que pronto… debería, murió la mujer de mi tío.

- No olvides que fue la ciudad favorita de tu padre. Deberías…

 

Y luego de quedarnos un rato en silencio, cada uno retoma las cosas que quedaron pendientes en las ventanas abiertas de los respectivos ordenadores. Suena una campana en el celular.  

-Te dejo corazón, dice, tengo una reunión con un estudiante…

-Hasta pronto Albita.

-Te quiero

 -Y yo a vos.

 

Miro la pantalla del celular, me quedo dos segundos inmóvil y reorganizo las ideas que irán en el correo respuesta para la Dirección Académica, mientas canto despacito Cali es Cali, lo demás es loma.