Wednesday, March 27, 2019

La dama del clavel


A B.Z.


La feria de Cali es imponente, las calles están repletas de gente y el salsódormo hierve de música y alegría. Gente por todos lados, caminando, bailando, tomándose una cerveza en el calor delicioso de la tibia, bulliciosa y verde Cali.  Todo esto lo viví la noche anterior a esta, en la que estoy en casa comentando desde mi celular en facebook. Mi cachaco amigo Camilo, me responde “Cali es Cali,… ¿Y usted que hace metido en casa a esta hora???”. El no sabe que estábamos haciendo tiempo pues mi amiga Ceci, caleña de pura cepa, bautizada en el Pance, conocedora de “la movida”, así lo había dispuesto.
-No, mijo,  todavía no. Todo está repleto-
Recién a las once de la noche llama a su amiga Dafne  y partimos desde “El Ingenio” al tradicional Tintindeo. Arribamos en medio de un tráfico como si fueran las 9 am. En la vereda están decenas de personas refrescándose con una cerveza o fumando un cigarrillo. En la puerta, el cuidador nos dice, si quieren pasen, pero no se si puedan bailar. Nos miramos los tres, Dafne y yo no nos animamos, a Ceci le permiten subir para ver el ambiente y baja de inmediato.
-Nooo, marica, ahí no hay donde poner un pie.-
-Vamos al Malamaña, dice Dafne.-
Taxi al Malamaña, las calles aledañas al parque repletas de gente, y las que quedan cerca a esta otra salsoteca de igual forma.  Apenas nos acercamos a la puerta del “Mala” ya sentimos un vaho caliente, que viene del interior, como esos que uno siente al aproximarse a una cocina de restaurante grande, o como el que emana de las lavanderías cuando funcionan todas las máquinas de secado.
-Uy, esto está peor, china.
-Devolvámonos p’al Tintindeo...  
Y otra vez el retorno del jedi, vuelve el perro arrepentido, la vuelta del músico. En este caso, la de los que quieren darse unos buenos pasos de salsa, ya que esto es Cali y lo demás es loma. Arribamos a las doce y media de la noche, el tipo de la puerta nos dice que sigue lleno, pero que sí podríamos bailar medio apretujados. 
El Tintindeo está como siempre familiar y animado, la buena salsa vieja, las cervezas heladas, las parejas que bailan despreocupadas, sin querer mostrar experticia. Tenemos poco tiempo pues a las dos y media comenzaran a cerrarlo. Entonces a bailar se ha dicho. Entro yo canchero, con mis zapatos rojos, con una guapa a cada lado. Lo más normal, nadie se me queda mirando. Ceci, es una caleña hermosa, la latina recontra mami de las revistas o de las pelis. Alta, morena, con ojos grandes y nariz respingona; hermoso cabello azabache ondulado y un par de ojos brillantes y oscuros. En la universidad belga donde estudiábamos, a veces la confundían con brasileña porque además de su sonrisa perfecta y escandalosa tenía unas caderas y unas nalgas ¡que pa’ que le cuento, papá!. Dafne, es una descendiente de alemanes y rusos, étnicamente es como ellos, blanca-ojoclaro-castaña…, pero si la oye hablar, gesticular, bailar, resulta que es más caleña que el Deportivo verde y blanco. Y como le dice Ceci con sorna, para ser alemana tienes tu culito.


Y con ese par de beldades estoy yo en la salsoteca más bacana, pero como camarón que se duerme… ¡ceviche!, mientras pido cerveza en la barra, alguien saca a bailar a Dafne. Me apuro con el pedido, por que si no se me llevan tambien a Ceci. Y dale, a gozar de la rumba del grupo Niche, hasta que luego de un par de piezas, un conocido de Ceci de la universidad, la invita. Yo bailo con Dafne conversando de filosofía (!?). Cervezas van y vienen. Risas a montones, luego de algunas piezas y unas pocas bielas, voy al baño, donde un man hace que se lava la cara, aunque todo el cuartito tiene un olor intenso a cocaína. Las parejas no paran. Un gringo invita a bailar a Dafne y ella le rechaza. Es solo por gringo, pienso, y como si me leyera el pensamiento comenta.
-Esos maricas no saben bailar, es morirse de iras, nada más.

Una irlandesa medio borracha alaba mi camiseta de flamencos y me saca a bailar, aun cuando ella no sabe hacerlo (me recuerda a mi mismo una década atrás poseído por la osadía que da la borrachera, invitando, en la tanguería  “Torcuato Taso”,  a una cordovesa que en media pista no sabía si romper a llorar o salir corriendo. Años después ya de aprendiz, me avergoncé aún más de mi herejía). Cuando termina el set viene el irlandés borracho (perdón por el retruécano) y se la lleva. Mis dos amigas bailan fabulosamente con dos de sus conciudadanos. Alzo mi vaso de cerveza mirando al infinito y del infinito emerge ella. Tal como en las películas de "Tristar pictures" aparece el pegaso, así aparece ella.  ¡Uy, marica…, me quedo boquiabierto! 

El cabello negro azabache brilllante, con rizos gruesos que dejan ver la mitad de una oreja, pues la otra mitad esta cubierta por un clavel rojo. Los ojos grandes, y verdes como la bandera del América, inscritos en un piel blanca mate, los labios rojísimos con ese rastro de carmín que si lo sigues con atención te coloca en el infierno. El vestido negro que muestra ambos hombros y ese camino a la perdición que son la juntura de las tetas, que en el caso de la dama del clavel son abundantes y seguro estoy que duras. La cintura, por suerte no es de avispa, hace notar las caderas amplias que resaltan en la falda negra, que se extiende hasta un par de cuartas más arriba de la rodilla, pues una franja roja horizontal indica que es el fin de la tela y el inicio de las desnudas piernas macizas. La dama gira y al mirarla de perfil, me trae a la memoria las palabras del abuelo tumaquense Concepción Banguera, que a sus 97 años, mirando muchachas bellas, decía nostálgico: Ahí hay para comer y para guardar. Lo poco que se percibe de los muslos es el origen de dos pantorillas bien labradas (¡qué batata, loco!) y que terminan en pies delicados envueltos en zapatos rojos... como los míos. Es una señal, me digo.

Ahora, imagínese papá, todo eso que le cuento ¡en movimiento!. ¡Nooo, marica! Me tomé la cerveza de un tirón y me dije ¡yo tengo-debo-estoy obligado a bailar con esa mujer! Pero apenas coloco el vaso en el mostrador, para salir sopaldo, un negrón de dos metros de altura la invita. Para la próxima, póngase aventado, me digo, ...que esto no es Quito. Pero bien valió la espera, pues el espectáculo de baile que dieron esos dos fue una oda al erotismo. Un homenaje no solo a la danza, sino al mismísimo Eros, a las bacantes y hasta al modosito Apolo. Ahí estoy como un sátiro viendo a  la ninfa-dama del clavel cerrar los ojos, mientras es conducida al ritmo de Willie Colón, ahí la veo pegar su pubis a la pierna de su pareja, apretujarse con el gigante inexpresivo o disimulador. En otra vueltecita suavezona la miro abrir ligeramente los labios. Sí mijo, asimismo como usted está pensando, como cuando el clímax viene. Y la dama del clavel sigue con los ojos cerrados, las pestañas largas que no quieren despegarse. Como diría Pedro-chamo: la coño e’madre me va hacer ensuciar el interior. Sigue el Willie Colón y ya mismo le digo al basquetbolista bailarín: hermano ya pare esa huevada y llévela a un motel de una buena vez. Tenga, le doy para el taxi.  

Vamos discman, acabe ese set, que ahora me toca a mí. Y el set acaba, ¡aleluya! el mínimo silencio hace que ella abra los ojos aletargada. El gigante inexpresivo se retira, con la cara que tendría Michael Jordan después de haber ensayado lanzamientos al aro antes del partido. Voy a por ella y ¡zas! ella se pone a conversar con un tipo que trae una guitarra. Llega Dafne y le pregunto si es descortés sacarla a bailar, interrumpiendo el diálogo (siempre, cojudamente, puede invadirme la sensibilidad cultural o la timidez serrana). Me dice: Nooo, no, tranquilo, usted vaya, la saca a bailar y si ella quiere pues el resto que se joda. Giro otra vez, dispuesto, pero ¿qué veo? la guitarra reposa en el suelo y el hipster sandaliudo está en la pista con la versión caleña de la diosa Afrodita.
¡Por la puta del obispo y del santo papa! me digo para mis adentros, estoy más salado que calzoncillo de marinero. Ya nada brother, no es nomás. Por suerte, se aplaca un poco mi comemierdismo, cuando para la música y anuncian que ya mismo cierran. Mi diablo interior me abraza, sonríe y me dice malvado: por lo menos se quedó el hipster a medias. Y tengo un contento similar al que sentiría el perro del hortelano. Dafne, gentil, me propone tomarnos la última y luego llega Ceci, sudorosa y alegre. Brindamos los tres. Abrazados, bien bailados y un poquitín borrachos, bajamos las gradas.
En el taxi sigo pensando en la dama del clavel.