Sunday, November 21, 2010

Chofer y choros
Dos horas dando vueltas y mis ingresos eran ínfimos. Quizás era por el frío que la ciudad venía soportando como nunca antes, pues a pesar de ser viernes, el número de transeúntes era menor al usual. Normalmente, en mi turno de 11 de la noche a 6 de la mañana, La Mariscal, la zona rosa de la ciudad, me hubiera dado ya una considerable suma entre carreras cortas, trayendo parejas a divertirse y llevando a otras a la cama.
Seguía maldiciendo, cuando por fin dos borrachos pidieron mis servicios. Iban ambos al centro y el trato era dejar al uno en la Guaragua y luego al otro en la Tola Alta. Los tipos parecían tranquilos y no regatearon el valor que les pedí por la carrera, sin embargo, no me gustaba ese sector, que puede volverse peligroso por las noches, por lo que tomé de nuevo hacia a la zona rosa por la Avenida Pichincha.
Cuando ya divisaba la Plaza Marín, miro que un hombre solicita mis servicios. Es raro ver gente caminando sola por allí y al acercarme constato que era un policía. Maldije otra vez mi suerte, pues ellos buscan cualquier pretexto para sacarte una coima. Detuve el auto, el uniformado se subió en el asiento contiguo y me dijo secamente que me dirija al Mercado Central. Una vez allí, me pidió que le espere unos minutos con una expresión que me hizo obedecerle sin dudar.

Cinco minutos después llegó con dos tipos y les ubicó en el asiento posterior. Se ubicó junto a ellos y apenas cerró la puerta me dijo: Vamos para el penal. El policía evidentemente enojado les imprecaba y mientras uno de ellos argumentó algo que no alcancé a entender, el otro replicó en un tono lloroso: No fue culpa mi subte, el sargento nos pidió que le diéramos la plata, nos pidió también las cadenas...
-!Mentira,-replicaba el policía- aquí no me van a ver la cara de cojudo, se van al tarro carajo!
-No sea malo mi subte, dénos un chance... musitaban a coro.

Yo avanzaba lentamente hacia la dirección solicitada, escuchando un diálogo que no era de mi incumbencia, pero que no dejaba de sorprenderme.

-Ya pues mierdas, vamos a ver que hacen. Chofer, vamos para la Mariscal, dijo de nuevo el policía. Un segundo de silencio y en un tono casi suplicante, alguien dijo: Un ratito mi jefe, primero tenemos que coger fuerzas, préstenos unos 3 dolaritos.
La respuesta del gendarme vino acompañanda de una fuerte palmada contra la cabeza de quien habló: Encima me pides plata, que te has creído pues cabrón. !Siga nomás chofer al penal!
-No!!, jefe, vamos a hacer un buen trabajo, pero tenemos que coger coraje, 3 dolaritos y listo..., de ahí si es de una...
- A ver par de huevones, a donde vamos...
- Ya que estamos por acá, dígale que salga a Toctiuco, dijo otra voz.

Miré por el retrovisor al policía y este movió su cabeza afrimativamente. Tomé hacia el noroccidente, por unas callejas pequeñas y empinadas, siguiendo las indicaciones, hasta parquearnos frente a un zaguán. Se bajaron, soltaron dos chiflidos y desde una ventana salió una mujer que minutos después abrió una puerta de latón, les entregó una botella y unos paquetes pequeños. Los dos hombres en la esquina armaron el basuco y bebieron un trago de aguardiente. Fumaban apresurados, ansiosos y de la misma manera apuraban el trago, hasta que regresaron al auto, envueltos en el olor dulzón del químico.
- Ahora si mi jefe vamos, dijo uno de ellos.
Ante la orden de mi cliente nos dirigimos otra vez hacia La Mariscal. En una calle alterna a la Plaza de los bares, me solicitó detenerme y les preguntó a los tipos cuánto tiempo tenía que esperar. Ellos respondieron que un cuarto de hora.
- En veinte minutos estoy de nuevo por acá, dijo el policía, mientras ellos salían como ateltas iniciando los 100 metro planos. Fuimos por unas cervezas en una tienda de noche y con ellas regresamos a la calle oscura. Veinte y cinco minutos después los tipos sudorosos entregaron una cartera de mujer y dos relojes por la ventanilla.
- ¡¿Qué les pasa pues pendejos?!, les gritó y ellos de inmediato le dieron dos celulares y una billetera. Retiró el dinero de la misma y también el de la cartera. Estos celulares tan chimbos..., dijo entre dientes y los metió en la bolsa femenina, la cual devolvió al dúo que esperaba fuera del auto.

Dio a cada uno una lata de cerveza y 10 dólares, a los dos tipos ordenó largarse y a mi avanzar hasta la Plaza de los bares. Allí me pidió la licencia y la matrícula, las cuales me las devolvió de inmediato, junto con un billete de 20 dólares.
- Buenas noches Señor Vázquez, déme su número celular, de pronto le necesito, me dijo con un tono burlón, antes de marcharse. Se lo entregué en un papel. Mi taxi daba vueltas buscando clientes, y los hechos, hacían lo mismo en mi cabeza. Eran las tres y media de la mañana, y tenía casi 30 dólares, nada mal para ser un viernes tan frío.