Sunday, June 30, 2013

Chau


a PEV y SGB


Tres gaviotas avanzan sobre una ola mediana que crece velozmente. Cuando la tengo a tiro y me dispongo a tomarla, viene el déjà vu. 

Una vez en el vientre marino y mientras me dejo llevar, localizo la situación similar. Fue veinte años atrás, pero esa vez en la playa no me esperaba mi hijo, sino el Chau.

Entonces abro más los ojos en el agua salada y puedo ver sus ojos vivaces y su sonrisa torcida luego de una broma cínica o una vacilada inocente. Mientras la ola me va sacando a la orilla aparecen uno a uno los otros: el Mac y luego el Markito, el Viejo Lenny y el Negro, aparecen la Nila, Andrea, Babs... Puedo ver a cada miembro de la pequeña bandita que recorría las noches hace 20 años o que partía sin rumbo en el Land Rover los sábados por la mañana. El Chau al volante, Mac y yo a su lado sorteando el rumbo, sur o norte, este u oeste. Las cervezas, la yerba y las sonrisas que venían desde atrás, mientras nos alejábamos en la carretera. La voz de cualquiera de ellos, que en medio del arrebato psicotrópico, sugería parar en algún punto del camino, generalmente la vera de un río o un bosque pequeño.

La arena se ensarta en mi cabello y mi rodilla roza una piedra que me vuelve a la realidad, súbitamente, mientras me incorporo en la playa, vuelvo a esa tarde de invierno en la que subimos en parejas la montaña, Cata Michele abrazando al Chau como un oso de peluche y la Virgi Hunt aprentando mi mano. Otra vez siento la felicidad absoluta que en cómplices miradas compartimos esa tarde con el Chau, la montaña preciosa y las dos bellas jóvenes que conociéramos la noche anterior brindándonos algo que sabe a intenso amor fugaz.

El Chau aún no existía, hasta que Patricio regresó desde una Alemania Democrática que se desmoronaba, con un diploma en marxismo leninismo bajo el brazo. En el chupe de bienvenida del partido, algún bromista lo identificó con Ceaucesco, el dictador rumano que acababa de caer, y por economía de lenguaje nació el Chau. Nos hicimos amigos en un chifa y desde ahí compartimos mil farras, pipas, botellas colectivas, la algazara y la hermandad. Lo recuerdo dramatizando en media fiesta algún capítulo del Quijote que terminaba en aplausos o desarrollando conmigo y con el Mac algún “cadáver exquisito”.

Me he sentado en la arena y sigo mirando la línea de espuma que se forma a lo lejos. Quisiera que a fuerza de mirar esa espuma, brote otra vez el amigo al que no veo desde hace casi dos décadas. Evoco los días previos a su viaje a Suiza, me veo con el Mac y con Markito leyendo sus pocas cartas y el último encuentro el día de mi cumpleaños. Esa tarde pedí a mi madre ver al querido huérfano como a su hijo, que abrazara al chico temeroso que nos contaba sus angustiosos días en Géneve, su fuga del avión en Venezuela y el electro shock…

Un pelícano se lanza en picada y taldaran mi cabeza, como tantas veces el pedido del Chau para ayudarle a fugarse y sus últimas llamadas telefónicas desde una ciudad lejana, donde lo puso su padre. En estas yo le contaba de cada uno de “los angelitos” y él sus planes de ponerse una tienda y sus sueños para su hija Eva que cumplió su primer año el mismo día que el Chau ajustó sus 27. Sus palabras de desasosiego, de derrota…. “No soy el mismo…, Alexito, estoy acabado…” Mis palabras de ánimo. El silencio en el auricular...

Lo imagino en su teatralidad nihilista entrando en la catedral a medio día, persignándose y descerrajándose un tiro en la boca, ese sábado 25 de junio del 95. Irónicamente el mismo día en que mi novia luego del adiós, subía al avión con mi hijo en su vientre.

El resto de una ola me acaricia los pies y acaricio a mi vez, la falta que me hace el Chau y le puteo en silencio. Ahora tendría 45 y estaríamos riéndonos de los locos días de tragos y grifa. Nombraríamos a las amadas eventuales y a las que nos dieron de patadas y organizaríamos la farra con “los angelitos”. Acaricio esa sensación de vacío que nos suele invadir al Mac y a mí cuando luego de varios tragos, se nos cola el Chau en la conversación y nos abre la puerta a un agujero negro al que ambos caemos y que culmina en un abrazo lacrimoso con el fantasma en la mitad.

Los pasos de mi hijo en la arena mojada me sacan del trance. Miro sus ojos cafés claros, similares a los del Chau y me autoconsuelo diciendo que el viejo hermano que ya no soportaba este mundo, tuvo que irse para volver renovado, dentro la dulzura de mi hijo que me da su mano para levantarme y me invita a caminar.



foto: Negro, Nila, Chau, Nirmala, dos guapitas, Fabricio, Ana, atrás de la cámara Mac y yo, tomada por Mac, dic 93