Thursday, January 31, 2013

La Rabiosa

A P.E.V


En sus pocos momentos de lucidez, la Rabiosa tenía una muletilla, que surgía como un trino antes de que ella partiera hacia su éxtasis: “Ni siquiera podemos disponer de nuestra vida”, decía en un tono pseudo filosófico, y después se desplomaba en el colchón, con su rostro repleto de postiza felicidad. Mientras la acomodaba en posición fetal, y puesto que no soy ningún letrado, la maldita frase zumbaba en mi cabeza y de ella nacían preguntas sobre la reflexión yonkie.


El resto de ocupas motejaron de Rabiosa a la antigua estudiante, no por violenta, sino por la espuma, parecida a la del detergente que manaba de su boca epiléptica. Ella se ufanaba de su apodo y con este se me presentó, mientras merodeaba las calles cercanas al Parc Güell; donde luciendo su cresta punk y envuelta en un viejo gabán marrón, iba en pos de turistas. Giraba su largo cuello hacia las jóvenes parejas en pos de unos centavos y con una sonrisa demente les decía cosas como: Venga chavalete, dame unas monedas y gánate un poco de cielo. Maja, regálame un euro o te quito el novio. A veces se colgaba al pecho un letrero de cartulina que cambiaba "un beso por cincuenta centavos"; con esta estrategia no conseguía nada. Sus grandes ojos inocentes y sus labios sensuales agradecían los óbolos o la indiferencia, al tiempo que generosos y arrogantes, se alejaban riendo, apenados, o con ese espanto leve que a veces, provocamos los marginales.


En la cárcel, me contaron que la Rabiosa entró a rehabilitación el mismo día en que un caballo de mala calidad, aniquiló al resto de ocupas. Cuando salí, más bien movido por la curiosidad, fui a visitarla y la encontré temblorosa, con un viejo suéter cuello de tortuga y los ojos vidriosos. Estaba menos delgada y a pesar de su cabeza completamente afeitada, me pareció hermosa. Me dio la bienvenida con una hilillo de baba, que resbalaba incontrolable desde su boca, y con una bocanada de humo en plena cara. Los efectos de los sucedáneos se dejaban sentir y sus párpados caían al compás de leves sacudones.


Evitó mirarme, hasta que le repetí su frase, su muletilla desgarbada. Ella pasó la lengua por los dientes, sonrío con amargura, y soltó un escupitajo. Bajó la cabeza como mascota castigada, y empezó una letanía: No nos permiten ser diferentes y negarnos a la rutina de familia modelo. No nos dejan con nuestros sueños de jeringuilla. Les somos muy costosos y por ello nos reintegran o nos eliminan. Deberíamos ser sanos y eficientes para trabajar, producir, consumir. Saludables de genes, para reproducir los soldados que morirán por su patria y los siervos que fabricarán sus armas. Por eso satanizan nuestro modo de vida y nos ponen de contraejemplo. Nuestra  mísera libertad les molesta, pues las ovejas fuera del redil no son buenas y por ello nos seducen al regreso. Si aceptamos sus reglas, nos limpian el nombre y nos ayudan a buscar trabajo. Si persistimos con la locura, nos volvemos desechables y envenenan nuestro vicio. Me rendí, conmigo ganaron... Concluyó su ristra, y dejó caer la colilla que casi quemaba sus pequeños dedos amarillos. 

Sé que cumplió todo su tratamiento, que salió limpia y rosada como un escolar, luciendo la camiseta de la Polla Records que le regalé el día de mi visita. Seis semanas después, volvió a merodear las calles que rodean al Parc Güell, regresó a las andadas y al caballo... En los albores de su carrera de puta pobre, la encontraron en una ruinosa casa de Montjuic, ahogada en su vómito, tres días después de su deceso. El cuerpo de la Rabiosa, que pronto deleitará a los estudiantes de medicina, estaba lleno de piquetes como un alfiletero. No, Rabiosa..., contigo no pudieron…