Wednesday, September 14, 2022

... Y ya

De pronto B dice que se van. Carlitos Balá y yo nos miramos con discreción preguntándonos mutuamente ¿Qué hiciste para que decidan aquello?

-          Es tarde y mañana tenemos visita de campo con la universidad, dice C.

Falta muy poco para el cierre del bar y hemos planeado ir los cuatro al departamento de Carlos para el “after party”. Las tres últimas horas bailamos y nos divertimos en el “Arribar” y súbitamente les vino la responsabilidad académica. Con mi mejor sonrisa de Cheshire replico algunas frases conminándolas a cambiar de opinión y Carlos con su acento maullador, dice algo divertido. B mira dubitativa a su compañera, quien mueve negativamente la cabeza.

-          ¡Nos vamos ahora B, tenemos menos de 3 horas para dormir!

Y salen, como si el coche ya estuviera en su metamorfosis a calabaza.

-          Pendejas de mierda, masculla Carlitos.

-          Ya nada, así pasa…

Coloris, el barman, nos compensa su burla con dos whiskies.

-          El último, a que pasen el susto. acota en una sonora carcajada. Las ratoncitas escaparon de los gatos…

Mientras el “Arribar” se llena del It’s my Life de Bon Jovi, la canción de moda, entre risas comentamos sobre las biólogas/Cato que se fueron. En un auto desquite, saco del bolsillo el pequeño papelito con el teléfono de B y antes de tomar mi trago lo rompo, arrojando los pedazos al aire.

-          Mocosas raras de esta ciudad pacata..., refunfuña Carlos.

-          Mejor vamos a Baños, replico impulsado por el subidón del whisky.

-          ¡Ahurita mismo, brother!

Horas después, un sol naciente nos despierta en el pequeño terminal. Como jeques criollos disfrutamos de una media botella de Trópico y de la caricia de las Termas de la Virgen. A las 8 de la mañana imaginamos ya nuestra primera noche en el Tinku, el Mocambo, el Pipa´s...

Frescos, elegantes y perfumados, comemos unos aburridos tallarines esperando que se desate el movimiento nocturno, el que iniciamos en el segundo piso de un pequeño antro regentado por un simpático neo hippie. Disfruto mi primera cerveza de espaldas a la puerta, cuando siento en mi hombro un toque invisible. Es el magnetismo de un par de grandes ojos que, desde la barra, me miran fijamente, tan fuerte que me hace girar. Este es el inicio de cinco segundos en los que el mundo se calla, dejándonos a ambos dentro de un luminoso limbo. Carlos me anima a ir hacia el mostrador y siento la energía de la rubia tocarme como brisa en verano. Pocas veces he constatado que le gusto tanto a una chica, pocas veces una me atrae con la fuerza centrífuga de un remolino y voy como abeja invitada por la flor. Carlitos Balá divierte al grupo germano con sus chistes, mientras Silke y yo tejemos esa primera conversación generalista, que gracias al ruido se vuelve cercana, propiciando nuestro juego hormonal. 

Un set de salsa en el clímax de fiesta, dura nuestro diálogo, hasta que el líder de su grupo les dirige unas palabras.  

-          Mañana vamos temprano a una excursión…, me dice, como traduciéndole.

Cuando traspasan la puerta, Carlos masculla:

-          Lo mismo que ayer, "levantarse temprano".

-          No me fue mal, digo, Silke me invita a visitarla mañana, después de almuerzo.

-          !De one, brother! ¡esa es! descerreja con su entusiasmo característico. Ahora me toca a mí…, acota antes de dirigirse al balcón, donde una chica fuma mirando las estrellas.

La fiesta culmina con el nacimiento del sol. Despierto a las 4 pm y en el hotel me dicen que los excursionistas regresaron a medio día… y se marcharon a las 3. Gracias a mi propia visión del “después del almuerzo”, pierdo el contacto de quién más me ha movido el piso en mucho tiempo.

Seis meses después en el “Cafecito” aparece mi amiga Cata con un tipo en sus 30 y atrás de ambos ¡Silke! Otros cinco segundos en los que el mundo calla y en el que la física cuántica se burla del tiempo. Me cuenta que estuvo este semestre como médica voluntaria en Esmeraldas y desde la semana siguiente practicará en el hospital del IESS. Asiento con una leve sonrisa, mientras en mi cabeza grito: ¡En Quito, aquí mismo! ¡que bien!

El primer encuentro se da en la noche magnifica del centro, solo nos tocamos las manos, somos un par de tímidos. El segundo, es en Guápulo, en casa de un amigo que tiene que salir, permitiéndonos la pequeña intimidad repleta de dulzura y el elemental conocimiento de cuerpos. Luego, café con empanadas en los restaurantes de la 18 de septiembre, entre su turno hospitalario. Cortas caminatas tomados de las manos, desde el policlínico hasta su domicilio en el Dorado son el preámbulo de su invitación a quedarme con ella bajo una luna brillante que me deja ver su piel bronceada acercándose a la mía.

Como nada es completo, la libre armonía con mi médica germana, se interrumpe a un mes de su retorno, pues vuelvo a mi trabajo en Manabí. Y si antes me quedaba retozando en la playa, esta vez tomo la última “Reina” del viernes por la noche, para disfrutar de casi tres días junto a mi amada. Un domingo por la tarde, nos damos el último beso en la esquina de la calle Solano. Vienen correos electrónicos, donde nos contamos sobre Munich y Portoviejo, sobre sus últimos estudios de ginecología y mis comunidades campesinas. Añoramos... "Resisto el invierno pensando en vos y en el sol ecuatorial", suele escribir antes de firmar la carta. Me llega un paquete con una barra de chocolate, tres fotos tomadas en una máquina de estación y un disco del grupo Air, junto a su larga carta tierna y nostálgica, que entre líneas, sin embargo, dice que el amor o ese sentimiento que compartimos por un trimestre se diluye de a poco. PAra mi suerte aparece esa larga doncella llamada lógica, para deletrear los párrafos ambiguos de los siguientes mensajes, donde va quedando solo cariño y amistad. 

Dos años después voy a Europa y la llamo por teléfono. Un joven me dice que Silke aún no llega del hospital. La siento feliz de conversar conmigo, pero… ella está feliz en todo, en su trabajo, en su ciudad, en su pareja… Me invita a visitarla en el verano y entre mi ansia por descubrir el entorno de mi nueva vida, no voy. En el otoño recibo una invitación a su matrimonio y cuando la escribo por navidad, un mensaje me dice que su correo no existe. Imagino que tomó el apellido del esposo, pues, al menos en el mundo virtual no queda rastro de la Silke que conocí.

A veces, escucho el Moon Safari y me pongo a descifrar los hechos. Entonces caigo en cuenta que para mi fortuna, la lógica estuvo siempre consolándome a su modo. En un domingo por la tarde o trabajando en mi taller, mientras escucho el “Remember”, aparece lánguida la esbelta doncella y para a tiempo ese vuelo imaginativo, que me pone con Silke en un espacio/tiempo bonito y duradero. Lenta pero firme, la adusta lógica me recuerda que no debo hurgar sobre hechos que no sucedieron. Me acaricia el cabello y me dice al oído: No fue… Y ya.