Tuesday, October 07, 2008

Rostros del sur en el norte: Abdou

Un día de verano en la playa de Solanas es magnífico, el sol radiante, la arena blanca y el mar cristalino conjugan una estación preciosa. Massimo y yo preparamos nuestros sánduches, mientras su mujer impide que la hijita los llene de arena. A nuestro costado una madura pareja milanesa se unta mutuamente crema bronceadora.

Desde lejos, se lo distingue, avanza larguísmo y lento, como un fantasma inverso, que refleja su negritud intensa en el claro paisaje. Viene cubierto de sombreros, ataviado de telas con baktis africanos y toallas, se apoya en un cayado de flotadores, bañadores y juguetes. Se aproxima a los veraneantes, “cappelli”, dice tímidamente en su italiano gutural y ofrece los sombreros de paja y las gorras con estampados de equipos de béisbol yankee.

Mientras la señora milanesa mira los diseños africanos, le pregunta la edad. Casi 22, dice Abdou, que así se llama. Luego cuenta acerca de sus 25 días flotando en el mar antes de ingresar a Cerdeña, proveniente de algún punto de Tunizia, a su vez desde su nativo Senegal.

Gana una pequeña comisión por la mercancía que vende y para ello recorre desde muy temprano la playa de Solanas, bajo el ardiente sol de Agosto. No se vende mucho, a veces algún dije africano o una toalla para algún olvidadizo turista. Como él, decenas de sus compatriotas ofrecen las mismas mercancías al mismo público, competencia imperfecta para este triste mercado.

El muchacho, en su mal italiano, le cuenta como algunos compañeros no pudieron llegar, reposando ahora en algún lado de esta inmensa bañera llamada Mediteráneo. Mis amigos callan y ahora miran al horizonte, pero su pequeña hija extiende hacia Abdou su manita con un sánduche. La suave y blanca mano y la vianda, reposan por segundos en la gran mano del chico y los dos solo se sonrien con las miradas. En ese micro instante todo ha callado, las voces de los milaneses, las risas que festejan a la niña y hasta las olas y el vaiven de las ramas de los oleandros.

Abdou, toma unos euros de la venta de una tela, coloca sus inúmeros sombreros en la cabeza y con su cayado sigue su caminar lento hacia el otro cosatado de la playa.

Esa misma noche, lo vi otra vez, ni lento ni silencioso, aparentemente tampoco anónimo. Tocaba frenético el djembe, danzaba y hacia danzar. Era el percusionista de una pequeña banda de reagge, en un escenario de los múltiples conciertos que organizan los bares de la playa sarda. Abajo, varios jovenes europeos con dreadlocks y camisetas Bob Marley seguían el ritmo de Abdou, gritando las consignas que les daba el vocalista de la banda. Entre ellos mi pareja de amigos y los bronceados milaneses.

La mañana siguiente largos y oscuros hombres caminan por la playa de Solanas, dos, cinco, varios hombres negros ofreciendo sus mercancías chinas a los turistas. A lo lejos puedo ver a Abdou otra vez silencioso y delgadísimo recorriendo la playa. Se detiene un minuto y mira hacia el mar, hacia el sur.