Monday, December 11, 2023

Omertá

A la promoción 86

Colegio Nacional Mejía 

El último curso del secundario nació con la tensión propia de ser el año de graduación. El año de la incertidumbre sobre el futuro, de la carencia de certezas, de la vergüenza de ser uno de los que te levanten el grado y también de la nostalgia por abandonar a los amigos y el adorado plantel donde se estuvo por tanto tiempo. El sexto curso tenía diez secciones, una de filosófico sociales, cuatro de químico biólogo y cinco de físico matemático. Parecía que era parte de la tradición que en sexto todos se encuentren con los “cucos”, esos profesores que esperaban a los futuros graduados para hacerles difícil su salida del colegio. Cada sección tenía al menos uno de estos, excepto la sección décima, conocida por el resto como la sección “R”, de recomendados y repetidos, generalmente hijos de algunos docentes e inspectores o de eminentes prohombres y de aquellos chicos que intentaban por segunda vez graduarse en el “Patrón Mejía”. El terror comenzaba en las vacaciones cuando los alumnos más grandes te daban la fama de quienes podrían ser tus profesores y se plasmó el primer día con la llegada de un personaje de Batman, envuelto en su terno negro impecable, mirándonos con la misma expresión de ese del comic, adelantando su nariz larga y fina y posando en todos nosotros sus ojos saltones. El licenciado Santana, se presentaba como nuestro inspector y mientras recorría la sala dándonos indicaciones de como venir uniformados los lunes, se movía cadencioso como esa avecilla que le daba su apodo, balanceando su panza que comenzaba a ser prominente y mostrando, al enfatizar las palabras, su incipiente papada.

-       Pantalón negro de casimir bien planchado, zapatos de cuero brillantes, camisa blanca de terno, nada de esas camisetas de algodón a la moda. Además reviso en la formación matutina peinilla, pañuelo y uñas limpias. Sobre todo, que tengan cabello muy bien cortado… Este es un colegio de varones.

No necesitaba ser un gigante, con su metro sesenta y algo, “El Pinguino” infundía miedo y respeto. Ahora debíamos esperar quiénes de esos docentes temidos y famosos por ser profesores universitarios, o verdaderas autoridades de la cátedra, nos harían ver estrellas a los que no éramos R.

Sexto - primera, de los “sociales” tenía al doctor Napoleón “Bombillo” Lara, profesor con una calva reluciente y quien presentando los problemas filosóficos desde el libro de su autoría, complicaba la vida con el problema del ser y el de dios a decenas de imberbes que ni siquiera soñaban en emular a Kant y cuya única aspiración era ser abogados. A la segunda y tercera secciones de “químicos” les esperaba el doctor Fausto “Tarzán” Toscano, profesor de la faculta de Medicina y en ese entonces aun parecido a Johnny Weissmuller, del que muchas generaciones anteriores sacaron el mote. Daba Biología y para el segundo trimestre, al menos dos alumnos se cambiaron a un colegio particular, porque ya se veían perdidos el año. En las cinco secciones de “físicos”, cuando tocaba por primera vez la asignatura de Física, más de uno pedía a su santo de confianza, que quien hiciera su ingreso al aula fuera el “Muñeco” Jarrín y no el ingeniero Víctor “El Indio” Olalla...

El temido futuro rector de la Universidad Central ya se presentó como docente de sexto quinta sección y vimos al ingeniero Jarrín en una hora anterior pasar por nuestro pasillo, dándonos esperanzas. Todos elucubrábamos, pues en Biología teníamos ya al Dr. Baéz.

-¡De ley nos toca el Olalla! Decían.

-No, quizás nos mandan al Bombillo y Física con Jarrín.

-El Bombillo es súper jodido, replicaba un repetidor.

Llegó entonces el señor Quilo, conserje y nos dijo que le acompañemos a las aulas junto al laboratorio, en el otro edificio… Nuestra pesadilla se hizo realidad… Olalla aumentó la tensión que se acrecentaba.

Cada lunes, cuando “El Pingüino” miraba un cabello que comenzaba a crecer, recalcaba que largo solo lo usan las mujeres y nos recordaba el hecho de que no éramos muy hábiles en el trato con el sexo opuesto, al desconocerlas en la cotidianidad. En efecto, éramos cinco mil púberes y adolescentes distribuidos en tres inmensos edificios. De esos cinco, al menos mil estudiantes de quintos y sextos cursos, estábamos en el edificio que daba a la calle Vargas. Mil muchachos entre los 15 y los 18 años de edad significaban billones de hormonas que luchaban desesperadas con sus dueños, quiénes desde el burdo y atávico machismo se transformaban en animales enjaulados y en celo cuando visitaba el plantel alguna delegación de un colegio femenino o venían algunas alumnas de la universidad.

Eran estos alumnos los que solicitaban cita con las psicólogas del colegio, con pretextos que iban desde la depresión, real o supuesta, hasta consejos de orientación vocacional sobre que seguir en la universidad. Muchos iban solo para mirar las torneadas piernas o el escote de la doctora Patricia o deleitarse con la voz sensual y el bello rostro de la doctora Beatriz. Furor particular causó el arribo a inicios del segundo trimestre de Kelly, una joven y voluptuosa asistente de colecturía; entonces esa ventanilla se atiborró de estudiantes, que con cualquier pretexto querían ser atendidos. Sin embargo, nadie se fijaba en una casi treintañera bonita  y amable, de lentes redondos y nariz respingona que atendía la mapoteca, esa sala inmensa repleta de globos terráqueos y mapas.

Antes de terminar el primer mes, "El Pingüino" nos dijo que tenía que dictar Química en quinto curso y ello le impedía seguir siendo nuestro inspector. Con tanto disimulo como alegría nos miramos cómplices y reímos en silencio, ocultándonos en el compañero de la banca delantera. Nos presentó al nuevo inspector, el arquitecto Salgado, responsable de la banda de guerra. un tipo alto, con barba y larga cabellera castaña, que recordaba a algún guerrero teutón y no vikingo… pues ese era el licenciado Trujillo. Fausto Salgado tenía fama de poner disciplina en la Banda de Guerra y de ser muy directo, pero también amable con los estudiantes que no se pasaban de la raya.

En uno de esos días de mayo en que el sol caía directo sobre el patio de asfalto, esquivando al tumulto, algunos se las ingeniaban para jugar básket. Otros tomaban sol o discretamente bebían una cerveza prohibida en la playa, una pequeña ladera de césped y unos más disfrutaban de los connatos de pelea o corrían antes de recibir la andanada de patadas que, por ley, recibía quien tenía una moneda de un sucre a sus espaldas. Ingresamos al aula y el calor no disminuía a pesar de que las grandes ventanas del tercer piso estaban abiertas de par en par. Llegó nuestro profesor de historia y se aprestaba comenzar la clase, cuando ingresó el inspector.

-       Permíteme unas palabras, dijo.

Todos, inconscientemente, notamos algo en el tono de voz y en el rostro del arquitecto Salgado que nos puso en silencio de inmediato.

-          ¿Quién de ustedes le cogió el culo a la de la Mapoteca?  Dijo con firmeza.

El silencio fue rotundo.

-          Digan quien es, o tienen todos cinco puntos menos en conducta-

El terminante silencio se veía interrumpido por el sudor de manos y frentes, por el chasquido de labios al abrirse ante el anuncio...

-          Todos tendrán diez puntos menos en conducta, dijo elevando la voz ¿Quién fue?-

Era el año de la graduación, diez puntos menos nos destrozaba. Algunos pensaban en el relato inverosímil que dirían en la casa: "nos bajaron diez puntos, porque alguien le cogió el culo a una señroita". Los que nunca supimos quién era, nos mirábamos interrogantes. Pero el silencio seguía firme.

-          Digan quien fue y solo ese será castigado, concluyó.

En la esquina derecha del aula, en el grupo que se ubicaba junto a la ventana se movieron algunas cabezas con discreción y posaron sus ojos en uno del grupo. Este se levantó lentamente, con el rostro desencajado y una voz apenas audible dijo:

-          Fui yo, licenciado…

Salgado lo miro por pocos segundos y luego nos miró a todos.

-          Qué bueno que no sean sapos, ni delatores, nos dijo. Luego mirando a R, nuestro compañero, sentenció.

-          ¡Cojudo!, y antes de salir acotó: ¡Qué buen culo que te has cogido…!

La carcajada tardó en salir junto con el alivio. R alcanzó a sentarse evitando el desmayo. Nadie fue sancionado. Dicen que el inspector pidió disculpas por nosotros, solicitando comprensión. Era una época más dominada por el machismo y quizás, ahora que han pasado décadas, debió generarse algún proceso, más bien educativo antes que disciplinar, ante ese hecho. Pero fue una lección de Fuenteovejuna, de lealtad colectiva, de omertá... y claro, uno de los imborrables recuerdos tragicómicos de la adolescencia.


 

   

 

Thursday, October 05, 2023

Albita

 A BZ

Era el segundo lunes de Septiembre y el primero que tenía en esa ciudad. Debía dirigirme al Aula Pieter de Sommer, donde harían la bienvenida a los nuevos estudiantes. El sol seguía apareciendo y el clima agradablemente cálido lo alegraba todo. Entré por la Sint Michielsstraat que daba directo hacia el aula mencionada y a pocos metros, delante mío caminaba una mujer alta. Era imposible no fijarse en dos cosas, la primera su cabellera negra y rizada, y la segunda sus hermosas nalgas que se movían cadenciosas enfundadas en sus pantalones de mezclilla.

¿Qué tenemos acá, para comenzar el año lectivo, mi querido Alekos?, me dije. Me cambié de vereda, aceleré el paso y cuando la hube rebasado, crucé la calle y le pregunté cortésmente, si sabía dónde quedaba la mentada aula. Sus brillantes ojos negros me miraron con sorpresa, me fijé en su hermoso rostro largo y en sus labios gruesos dándome indicaciones en inglés, a las que no prestaba atención, pues la pregunta fue un pretexto. Seguía fijándome en su bello rostro moreno, en sus pobladas cejas y sus perfectos dientes blanquísimos. Apenas terminó, le dije

-¿Tú hablas español, verdad?

-Sí, claro…

- Soy Alexis, de Ecuador, dije. Le extendí la mano y le di un leve beso en la mejilla.

- Alba, colombiana. Mucho gusto.

 

En un minuto estábamos frente a la setentesca estatuilla del ex rector De Sommer e ingresamos al aula. Ella prestaba atención a las palabras de bienvenida y las demás formalidades, mientras yo le miraba los pechos con el rabillo del ojo. Al final dijeron que para los estudiantes internacionales había un evento en el salón principal de la universidad. 

En la inmensa construcción medioeval, estaban dispuestas muchas mesas y en ellas gran cantidad de sánduches, jugos, vinos, las proverbiales cervezas belgas, queso, jamones y demás alimentos. Los homenajeados éramos pocos y como casi siempre ocurre, hicimos un pequeño grupo los de mayor afinidad lingüística. José, el venezolano a quien conocí la semana anterior, Micaela, la roommate colombiana de Alba, Marcelo y Graciela mexicanos, Danilo, Nadia y otros pocos españoles que conocí el primer día y con los que nos vimos en un par de botellones. Comimos, reímos y con el alto grado de la cerveza belga, la locuacidad latina creció en su esplendor. Una hora después estuvimos todos de cháchara en uno de los cientos de bares que hay en el Oude Markt y cuando comenzaba a oscurecer, Alba y Micaela nos invitaron a su departamento. Era pequeño, pero departamento y no kot- habitación como la que teníamos la mayoría, y allí seguimos de rumba hasta bien entrada la noche. Ayudaba a Albita a servir los tragos y en la cocina nos dimos nuestro primer beso. Las siguientes cumbias y vallenatos fueron suaves y pegaditos.  

Nos seguimos viendo, la pasión mezclada con ternura, la cercanía cultural y la extroversión nos tenía contentos, pero de a poco, caímos en cuenta que no teníamos las mismas proyecciones. Hasta antes de arribar a Leuven, me consideraba un hombre serio, pero finalizada la primera la semana, con verano, hermosas chicas, fiestas, bares y cervezas, rejuvencí diez años y asumí el papel de estudiante como se debe, lo que menos quería era hacerme novia formal, más bien ingeniarme para meter a la mayor cantidad de chicas a la cama y viajar tanto como pudiera, pues para ello, solo tenía un año, lo que duraría el máster... Albita venía de una relación apasionada pero difícil, viajó enamorada, pero consciente de que el amor de lejos no funciona y quería en esta nueva latitud encontrar una buena relación estable.

Seguíamos saliendo como grupo, a veces me invitaba a reuniones con sus colegas de la facultad de económicas, y yo a las que tenía con los míos. Íbamos a los bares de salsa, donde nos abrían pista para vernos bailar. La mayoría de las veces terminábamos en la cama y volvíamos al mismo diálogo en el que no podía darle lo que ella quería.

Viajamos juntos al carnaval de Colonia, una fiesta impresionante donde miles de gentes disfrazadas y borrachas, gozaban en medio de un invierno helado. Íbamos a paseos en bicicleta, pero también viajaba cada uno por su lado. El año voló como un suspiro, regresé a mi país y ella se quedó comenzando su doctorado. Luego de un año sin vernos, cuando comencé el mío, nos telefoneábamos a altas horas de la noche, cada uno trabajando en su oficina, para ir juntos por un kebab-cena y hacer  en la bicicleta en medio del viento frío, la ruta común que teníamos hacia nuestras respectivas viviendas. A veces yo me quedaba en su casa, en otras ella pasaba de largo frente a esta para terminar en la mía.

-          Es mi culpa decía, siempre me has dicho que no estás para ser novio, pero salimos a comer, nos reímos, conversamos, terminamos en la cama y de nuevo me hago ilusiones. Y sigues igual.

Yo no decía nada, solo me acomodaba los lentes …

Siendo tan hermosa, inteligente y de buen humor tenía muchos pretendientes, un famoso profesor belga, compañeros suyos del doctorado y hasta un empresario que tenía un gigantesco Mercedes Benz. Ella con su franqueza caleña me contaba los peros que les ponía a cada uno. En el día de su cumpleaños le preparé un cd con música romántica de Sabina, Spinetta y unas suaves de Soda. Iba a darle mi regalo, cuando noté que ella tenía un nuevo celular Apple. Es un regalo del profesor Michael, me dijo y yo le entregué con modestia mi cd… Ella sonrío, me dio un beso pequeñito. Gracias corazón, me dijo con su amplia sonrisa.

La encontré en Pangea, el club-bar estudiantil con un chico formal y cortés. Su novio brasilero estudiaba en Louvain La Neuve y saludamos con amabilidad. Desde entonces nos veíamos únicamente con el grupo de amigos, pero meses después la vi de nuevo sola. Terminé con el brasilero, me dijo y me enumeró los diversos errores que cometió el buen financiero paulista que le sacaron del corazón de Alba.

Así pasamos 3 años más, presentándome sus novios eventuales y entre uno y otro teniendo nuestros encuentros furtivos. Regresó a Colombia y unos meses después yo regresé a mi país. Seguíamos comunicándonos por chat, añorando los días belgas, compartiendo nuestros propios procesos de adaptación a sociedades similarmente caóticas, donde no es posible manejar bicicleta con tranquilidad, en las calles con abusivos conductores de auto y donde las reglas se incumplen con naturalidad.

Un día leí en el computador: “Mañana voy a Quito.” Era el primer encuentro en este lado del mundo, en mi ciudad, en mi casa. Comenzó con el recuerdo de los amigos, de los sitios comunes, siguió con el relato que nos permitía saber detalles sobre nuestros actuales destinos laborales. Mi novia me había dejado hace pocos meses y como me dijera Charly, el psicólogo peruano de los becarios de Bélgica: “en el mundo de los humanos, diez años pueden ser bastante, pero en el de las emociones son diez minutos”. En nuestro caso habían pasado dos. Dos minutos desde nuestro último beso emocional y nos amamos como si el día anterior, hubiese sida aquella tarde de bienvenida a los estudiantes internacionales.

Pocos años después fui a verla en Cali. Siempre conversamos en su cumpleaños y en el mío: Nos igualamos los chismes de la vida, discreta o indiscretamente averiguamos la vida íntima del otro y planeamos encontrarnos allá o acá, (cosa que no ocurre desde hace más de un lustro). Los diálogos son siempre cariñosos, sinceros… En este septiembre se cumplieron 20 años desde que nos conocimos y hace pocos meses, en su cumpleaños, por supuesto, me dijo que estaba con alguien.

-Un español, dijo

- ¿Un buen tipo?

 -Sí, muy bueno

 - ¡Te felicito! ¿Vas mucho tiempo?

 - Medio año

- Ah…

- Aunque… no creo que dure mucho…

-¿Por qué?

-No sé…, diferencias… ¿Cuándo vienes a Cali?

-Espero que pronto… debería, murió la mujer de mi tío.

- No olvides que fue la ciudad favorita de tu padre. Deberías…

 

Y luego de quedarnos un rato en silencio, cada uno retoma las cosas que quedaron pendientes en las ventanas abiertas de los respectivos ordenadores. Suena una campana en el celular.  

-Te dejo corazón, dice, tengo una reunión con un estudiante…

-Hasta pronto Albita.

-Te quiero

 -Y yo a vos.

 

Miro la pantalla del celular, me quedo dos segundos inmóvil y reorganizo las ideas que irán en el correo respuesta para la Dirección Académica, mientas canto despacito Cali es Cali, lo demás es loma.


 

Monday, June 12, 2023

Politécnicos

Mariano sale de su ceremonia de graduación. Es un soleado día de agosto. El resto de colegios se gradúan en Julio, pero como el de Mariano siempre es al que los gobiernos cierran por largas semanas debido a las manifestaciones que organizan, se recuperan clases. Mariano está contento, piensa ya en los dos meses de vacaciones que se dará, más que nada durmiendo a pierna suelta y jodiendo la vida en las reuniones barriales de esquina con guitarreada de Francis Cabrel y Sui Géneris y que terminan al amanecer. Piensa incluso que con suerte convencerá a su familia de no estudiar por un semestre. Llegan a casa, a un almuerzo familiar agradable con palabras que elogian su buen rendimiento académico y felicitan la consecución de esa meta. Su tío se levanta y con orgullo anuncia que ya le inscribió en el curso de verano del Politécnico. En el intensivo, ese que de aprobarse enviaría al aspirante directo a primer semestre. Todos se congratulan menos Mariano, el entrar al Politécnico es la felicidad de su familia pero un agobio para él.

Mientras el resto de sus amigos del barrio, disfrutan del verano, salen a las fiestas con discomóvil y flirtean con las chicas del colegio De América, Mariano se levanta a las 6. Baja hasta la calle Diez de Agosto hasta llegar al Politécnico al lado opuesto de su casa. Un recorrido que le agota y en el cual no va ni siquiera un autobús. Recibe cuatro asignaturas de ciencias básicas, de las cuales solo entiende algo de Geometría. Todos, menos sus tpios saben que nunca se ha aprobado el Curso de Verano y todos van al Prepolítécnico: "la cernidera". Sin embargo, por primera vez Mariano tiene condiscípulas y ellas tratan con una amabilidad cercana a la ternura, quizás pro que le notan menor y poco experimentado. Algunas fuman y le invitan cigarrillos. En ese mes de ciencias exactas, hay un par de buenas fiestas y en estas se muestra con un lark entre los dedos. El mes de tortura termina y quince días después se iniciará el curso regular. Se pregunta qué pasó con su amigo Roberto, a quién no ve hace varios meses, desde que le dijo que debía estar listo con un sleeping, buenas botas y dos mudadas de ropa de preferencia verde. Vengo te silbo, sales con todo empacado y nos vamos para el monte de una. ¿Qué pasó con Roberto, a quién curó una herida en el pie hecha en un operativo? Pocos días antes de arrancar el curso Paula y Silvia le muestra una hoja del periódico donde se ve que Roberto, junto a otros dos guerrilleros fue asesinado por la policía. Después aparecen en el barrio personajes raros. El velorio está repleto de “tiras”, él se da modos para que su familia no se entere, guardando el periódico, apenas este llega.

El prepolitécnico tiene el mismo horario de 7 a 1pm. Son 40 paralelos, clasificados por apellido, 20 por la mañana y 20 por la tarde. Con las dificultades adolescentes que tiene para despertar, le toca en el turno de la mañana, con lo que llega atrasado a la primera hora, la de Álgebra, rutina impuntual que durará todo ese semestre. Encuentra el penúltimo asiento, junto a la pared y en el vértice de la clase, está un condiscípulo que luce lentes “asiento de botella".

- Soy Pedro, soy lojano dice, orgulloso. Con acento pastuso y guayaco, Mariano Ortega y Mariano Orellana respectivamente responden. Recordando los consejos de seguridad de Roberto, iniciando una nueva etapa donde nadie lo conoce y para parecer original se presenta como Alex. Luego aumentarán dos alumnos más en ese par de filas, Luis Oñate y Pablo Otatti, quiteños del sur y del norte, de clase media baja y clase media alta, de colegio público y privado, mestizo indígena y blanco mate... Pedro Ochoa, es brillante, saca de quicio al profesor de geometría en la demostración de teoremas, discute con el de física. Tiene 26 años y se botó de 4 año de económicas en su ciudad natal para adquirir más conocimientos pues su meta es partir lo más pronto a estudiar en la Unión Soviética. 

Álgebra los tiene confundidos a todos pero no a Pedro. Se anuncian los parciales pero Ochoa propone hacer grupo de estudio en su casa los días jueves. Llegan los cinco a las multifamiliares del Inca. Está él con los libros y una pizarra e inicia un ejercicio de inducción matemática. Genera el primer proceso y pregunta si entienden – Sí, contestan al unísono. Termina la segunda fila de la inducción larguísima.

-Fácil ¿verdad?  Acota.

-Chintolito, responde Orellana.

Continua con la tercera y la cuarta filas…  Están contentos de comprender.

-No es difícil ¿verdad? ya vengo, dice antes de iniciar la quinta fila. Va a su cuarto y regresa con media botella de Trópico seco, una cajetilla de Lark y una cola.

-Rizos, dice a Mariano, tráete unos vasitos de la cocina, “no seas malo”. 

Comienzan a libar, Mariano había ingerido alcohol solo un par de veces antes, sin que sea mucho de su agrado, pero al comprender la inducción matemática, bebe con entusiasmo. Se he fumado adecuadamente un cigarrillo, mientras Pedro resuelve el ejercicio. Terminan la “tocha” y Pedro entrega unos billetes a Luis y a Ortega para que le compren la misma receta, mientras suena suavemente Serrat en la cassettera.

Pedro pregunta ceremonioso si comprendieron. 

-Esa es la mecánica, dice simplificando… mientras sube el volumen del aparato y cierra los libros. Les cuenta historias de la 2da guerra mundial y canta con Serrat "Pueblo Blanco". Beben hasta que llega su hermana Lupe, quien saluda discreta y se va a su cuarto a revisar los deberes de su hija Gabicha. 

Esa será la rutina de los jueves: álgebra, alcohol, Serrat en la cassettera, las historias de Keitel y Jodl, del almirante Döenitz, del frente oriental, y regresan caminando por toda la Seis de Diciembre…   

Los parciales fueron bien, pero la verdadera emoción llega con una nueva condiscípula. Es alta, delgada, de cabello corto y oscuros ojos grandes. Pedro que adoptó a Mariano como se hermano menor, se da cuenta de inmediato que esta le encanta.

-           Hazte amigo, acércate, le dice. mientras el chiquillo sonríe sin saber que responder.

-          Mira, Ricillos, si te acercas a la Oti y le invitas a un helado, lo máximo que te puede pasar es que te diga que no y listo, no te ha arrancado un brazo… Es fácil decirlo, pero cuando está cerca de ella no sabe qué hacer, ni que decir, es como si la lengua se quedara congelada dentro de las mandíbulas.

 Y así pasan los días y Pedro a veces se burla y en otras le lanza peroratas que le sacuden.

-          Deja ya esa modestia cristiana, Ricillos. No eres feo y la Oti no es ninguna Ornella Muti. Deja de ser ahuevado. Si no te sacudes, ya mismo alguno de la gana y ahí si te va a doler de verdad.

El día vaticinado llega y de pronto se ve a la Oti entrar y salir del curso de la mano de Douglas un chico repetidor, muy deportista. Pedro y Mariano se miran, el uno con un gesto adusto, el otro con los mejillas  rojas.

-          No me gusta decir: te lo dije. Pero, te lo dije. No quería que llegue este día, pero sabía que eran altas las posibilidades de que ocurra. Por ello puse hace unas semanas tengo en mi maleta este libro para entregártelo cuando llegue la infausta ocasión. Definitivamente tienes que leer a Nietzche, subraya, poniendo en las manos de Mariano un libro pequeño, flaco y con un título raro: "Cómo se filosofa a martillazos".   

A sus 16, Mariano comienza a leer a don Federico en los espacios verdes del Poli, mientras  a pocos metros la Oti se besa con su galán. Cuando está en la mitad de "Zaratustra" la ha olvidado pro completo. Las sesiones alcohólicas salpicadas de Álgebra se replican los viernes con Física, ambas sin culpas. son sendas clases en las que alguno lleva la consabida botella de Trópico para el pedagogo. Pero ese ritmo marca deserciones, Otatti y Ortega no aparecen más, en tanto que Oñate lo hace de vez en cuando. Cuando se termina la plata, Pedro va a su cuarto, saca un corte de tela y en la licorería se pone a negociar con el dueño.

-          No sea malo don Paco, no la tocha, ¡la grande! ¡es casimir inglés! Es marzotto, dice con tono de vendedor. Es scaball, acota, en otra ocasión con tono de experto textil.

Pedro regresa siempre con la botella grande, la coca cola y la cajetilla de cigarrillos, a veces hasta con atunes, pan y aguacates. Para Mariano las clases poco a poco se convierte en lo menos importante, lo esencial es la música de Serrat y su poesía, el ir descubriendo desde el cantante catalán a Miguel Hernández, a Machado, a García Lorca... Lo mejor es reír con el "mono" Orellana ante las bromas del grupo y las inteligentes de Pedro que incluyen mofarse de su propia ceguerea, de su blancura fantasmal, de su porte pequeño... 

Mariano camina más seguro, se dirige con soltura a sus compañeras y aún es más canchero con aquellas de los otros paralelos, cuando se encuentran en la planta baja, al final de la jornada. Coquetea con ellas, les regala pequeños versos de sus nuevas lecturas. Incluso algunas suspiran al verlo. En el próximo semestre cuando regrese a la militancia, Mariano usará ese halo seductor para vincularlas a la Federación de Estudiantes, en donde el participará activamente. En lugar de la Oti, ahora es la larga y lánguida María Dolores, quien invade sus sueños adolescentes.

Cuando falta poco para terminar el primer semestre, Mariano se da cuenta de que no es un politécnico a carta cabal: no tiene novia, pero poco le importa; está encerrado en el laberinto de las ciencias exactas, que tiene la certeza de que no son para él. Sigue con sus lecturas nietzcheanas que las disfruta con el humo del cigarrillo. Las precisas sentencias del filósofo calan en él y aunque luego aprobará solo dos asignaturas de las cuatro, considera que este período ha sido luminoso.

Nosotros

Wednesday, April 05, 2023

After Jane

Para PM

Sin duda, ella fue determinante en mi vida. Por primera vez, en la post adolescencia amaba y me sentía amado. Con ella crecí en muchas dimensiones, acrecenté mi cultura general, reafirmé valores y por ella enfrenté militantes prejuicios tontos. Miss Day, o la señorita Díaz, como la llamaban cariñosamente mis amigos, era una gringa de Nueva Inglaterra con quién salíamos a las manifestaciones rechazando la primera guerra del Golfo, a las convocadas por mi partido o por el movimiento indígena y que le costaron reprimendas desde su programa de intercambio estudiantil. Jane adoraba los Counting Crowns y García Márquez y por ella conocí a Bashevis Singer y a Van Morrison. Pacientemente corregía mis malas traducciones de las letras del Final Cut, con las que estaba obsesionado. Llegó como un bálsamo, en una época en la que las chicas de mi edad tenían como sueño máximo comprarse un Suzuki Forza, ser azafatas o entrar de cajeras a un banco, teniendo como tema de conversación las malas telenovelas mexicanas. Llegó sobre todo a curar las heridas de una camarada militante que me hizo trapo.

Pero como estaba previsto, regresó a su país, aunque dejó esa promesa irreal que se entregan los enamorados, por la cual regresaría para hacer su maestría aquí. Yo tenía un buen trabajo y desde ese sueño común busqué un departamento cómodo y cercano a la Facultad de Ciencias Sociales en donde la había inscrito para el programa de Antropología. Todo iba en orden, las cartas llegaban a mi oficina cada semana y en las eventuales llamadas por teléfono, me contaba que los exámenes finales estaban cerca, lo que la estresaba un poco. Hasta que recibí la carta larga, en la  que me dijo que no vendría, me daba una fecha para una llamada y me pedía disculpas.

La llamada fue triste, ella no sabía explicarse y yo no sabía convencerla. Dos chicos de 22 años confrontando el viejo refrán que asevera que el amor de lejos es amor de pendejos. Vino la pregunta clave y su respuesta devastadora: Había conocido a alguien, dijo, en medio del llanto a través del auricular. Y cuando tienes 22, mi viejo, una respuesta de ese calibre es el principio del fin.

El habitus ecuatorial, reza que esas penas se lavan con alcohol, y esa misma tarde fui al Patio Pub, un bar alemán fantástico con fuente en el medio y buena música, ahora transformado en lúgubre parqueadero. Me emborraché con cerveza y grandes sets de los Doors. Al día siguiente repetí la operación teniendo como escucha a mis amigos cercanos que no atinaban a dar consejo, pero que estaban contentos de que fuera el mecenas de la borrachera. Amanecí en la sede del partido y con un pana de la noche anterior desayunamos cerveza. Para las 3 de la tarde estaba otra vez ebrio en una de las oficinas partidarias. Llegó hasta allá mi jefe, también militante y con una sonrisa burlona me dijo:

- Te vas a matar por la gringa ¡no seas bestia! El director me ha preguntado por ti y le he dicho que estás de comisión- 

- Pues que se joda, mañana tampoco iré al trabajo- logré balbucear.

Mi jefe sonrío, moviendo la cabeza.  Esa noche fuimos a casa de Nati, una compañera que celebraba su cumpleaños y seguimos libando, con ella estaba Rita, quien me llevaba al menos quince años, guapa sin serlo en extremo. A media noche quedamos los tres, la dueña de casa se fue dormir pues trabajaba al día siguiente y Rita me llevó a una habitación donde comenzó a desnudarse. Me metí junto a ella en la cama y de pronto apareció la imagen de Jane. Me puse a sollozar y conté a Rita mis cuitas de decepción amorosa, quién en lugar de echarme ofendida, me acurrucó como una madre, poniendo mi cabeza en su regazo. Me desperté muy tarde, comí algo del refrigerador de Nati y en un asomo de “responsabilidad” fui a la universidad en busca de los apuntes de clase dados en mis varios días de ausencia. Sin saber como, estaba en la ceremonia libatoria semanal de los guarandeños de la facultad comenzando una botella de ron, que luego se clonó en otra y luego se hicieron tres. Casi no decía nada y más bien trataba de reír con sus bromas, pero el pensamiento del amor lejano se atravesaba como una estaca. Desperté casi al medio día del sábado, con toda la resaca que provoca el ron barato con coca cola y con toda la depresión alcohólica que me golpeaba inmisericorde. La solución era, por supuesto, una cerveza, que junto con el sol mañanero y un buen partido de fútbol en la TV del restaurante se hicieron cuatro. Salí "picado" y en la esquina del barrio, los vecinos de toda la vida mataban el aburrimiento con el tradicional litro de puntas con cola de mora. El primer trago de la famosa “sangre de pichón” me sacudió como un jab de izquierda al mentón, pero los siguientes fluyeron al ritmo de las bromas procaces y los diálogos morbosos que nos mataban de la risa. No recuerdo como desperté sobre mi alfombra y me enfrenté a la universal crueldad del domingo y su aire silente, con una nueva resaca y con el recuerdo de la amada abofeteándome. Entonces lloré de verdad. Lloré copiosamente, con mocos, con hipo, con babas, con largos suspiros, como un niño, como un viudo, como un condenado al ostracismo. Por fin lloré. Cuando ya no me quedaban más ahogos, fui al grifo de agua y me clavé a beber por largos minutos, me lavé la cara, me mojé la cabeza y me hice una sopa de sobre que apenas probé. Salí en ese domingo común, triste como suelen serlo todos, por las calles abandonadas, sin sol y donde solo vi a lo lejos, a un perro, rascándose las pulgas. En medio de ese desasosiego, lo mejor era regresar al ínfimo cuartucho estudiantil y tratar de dormir. El techo con sus motas de cemento creaba formas diversas, aterradoras algunas y otras que me miraban impasible. Cerraba los ojos y aparecían los grandes ojos verdes de la ausente, por lo que era mejor abrirlos de nuevo y enfrentar las formas que me sojuzgaban. Elegí enfrentarlas, pero armado y equipado, me dije cínico. Invité a un nuevecito Mr. Daniels a que me acompañe y con un whisky, con dos, con tres… con Jazz que me adormitaba y con beep bop que me despertaba, con una momentánea alegría, miré el techo como la simple loseta que era y me dejé llevar despreocupado por Mr. Jack Daniels y su artilugio.

Llegó el lunes, Mr. Daniels solo era la mitad. Eran las 7:30 am, ergo, había perdido la primera clase del día, pero me propuse no perder el día laboral, por lo que de un salto me metí a la ducha. Una larga ducha que evaluaba la semana anterior, donde el cristiano que todos llevamos dentro sacaba su fuete y me autoflagelaba, donde la autocompasión quería sacarme otras lágrimas, donde la cordura me decía que no puedo darme el lujo de perder el trabajo. El espejo me dijo que tenía un pómulo levemente hinchado, y una muela que se me movía. Cuando comencé a peinarme vi un mechón de cabello blanco al lado izquierdo de mi frente. A mis 22, una semana de alcohol y expiación me generaron canas. Mi jefe me recibió con una mezcla de conmiseración y burla. Quizás me entendía, él a sus 40 y tantos sabía cómo van esos golpes en esa edad.  Mis compañeros no decían mucho, pero al final de la tarde, cuando salí de la oficina, Vlad me dijo:

- Mira loquito, cuando hay esas penas no hay que meterle al trago. Este te mata. Entras en ese círculo de levantarte con resaca depresiva a la que hay que vencer volviendo a beber y te destrozas. El trago además es súper adictivo y peligroso-

Tenía unos 3 años más que yo, y mientras caminábamos lo escuchaba con atención.

-         - ...  Así es que, deja el trago, continuó. Yo se que no puedes sacártela de la cabeza y te vuelves obsesivo. Pero en esos momentos es mejor uno de estos…

Sacó un cigarrillo demasiado delgado y sin filtro. Un porro, un grifo, un chafo, un cigarrillo de marihuana y mientras nos dirigíamos hacia las solitarias escalinatas de San Marcos, con una vista espectacular del Orienta de la ciudad, lo encendió y apareció el olor característico.

-       -   No has fumado antes, ¿verdad?  Tranquilo, vas a ver como todo se te pone mejor y sacas de tu mente ese recuerdo negativo. Debes retener el humo y no botarlo de inmediato, me instruyó.

Luego de tres caladas, devolví el cigarrillo y seguimos caminando, en silencio. De pronto el fin de la tarde se volvía violeta y las incipientes luces de la ciudad brillaban magníficas como en un cuadro de Van Gogh. Me extasiaba mirando el límite entre la montaña y el cielo, percibiendo el profundo trinar de los pajarillos, obnubilado con el girar de los radios de una bicicleta que pasaba a mi costado.

-         - Vas bien, ¿no?  ¡Que buen vuelo, diga!, acotaba Vlad, sonriendo.

Ambos reimos con ganas y descendimos la escalianta de San Marcos, con movimientos de bufón. Fuimos hacia La Mariscal por una cerveza.

-Nada más que esta, ¡eh!, para la seca, so-lo pa-ra la se-ca, recalcó como un pedagogo. Es la legal la que te mata, brother, el tabaco, el trago. La legal, que te mete por los ojos el sistema, es la que te mata… Esto no, esto es vida…

Me regaló un chafo al despedirse y regresé a mi casa imaginando historias fantásticas para escribir y nuevas historietas gráficas para dibujar. Al pasar los días constaté que, definitivamente, el nuevo juguete canábico me gustaba, sobre todo porque difuminaba la imagen de Jane, pues ella quedaba confundida entre colores, luces, sonidos y situaciones que me parecían cómicas en extremo y que no entendía como siendo cotidianas no las había percibido antes.

 Y, sin embargo, ese viernes volví a beber y a llorar y lo hice también el sábado. Esa noche llamé a su cuarto de estudiante en Albuquerque y me contestó su room mate.

-          She is not here. Quizás lo hace en una hora.

Y escuchando a Serrat con Gonzalo saciaba mi adipsia, para en una hora volver a marcar, recibiendo la misma respuesta. Cuando ya eran casi las doce y de seguro sonaba ebrio. La room mate de Jane me dijo.

         Jane llamó y me dijo que no vendría. Esta noche se queda con Mark.  

Apuré de un tiro un cuarto de botella de bourbon y de inmediato Mr Daniels y la llamada me pusieron en un K.O. técnico. Apenas escuché a Gonzalo despedirse. Al medio día de domingo me despertó el timbre y al abrir la puerta de calle, vi a mi padre, quien frunció el ceño, sin duda al ver mi deplorable estado.

-          Vamos a comer, me dijo. Estás hecho mierda ¿Qué te pasa?

Relaté con detalles mi historia en el trayecto en el que iba de copiloto y creo que él se alejaba más del destino previsto, solo para no interrumpirme. Cuando terminé, entre gimoteos y una vez sentados en el restaurante remarcó:

 -Eres muy joven. Esa bella mujer te llegó muy joven. No te hagas el macho, ni te portes grosero. Le escribes una bonita carta diciendo que entiendes lo que pasa. Plantéale ser amigos, y que ambos no pierdan el contacto. Guarda y cuida esa relación y en unos años, retómala. Ese amor profundo de los 20s suele ser sólido. Y si lo dejas ir, quizás te arrepientas.

Le escuchaba atento.

-Te entiendo y trata de entenderte…  míralo así, ahora que andas dedicado a la copa: vos, hasta antes de conocerla, eras un bebedor de aguardiente y este te parecía rico. Pero la conociste y fue como si te brindaron un whisky finísimo. Cuando has probado un buen whisky, no es fácil volver a tomar aguardiente…

Me invitó (o me ordenó) que vaya esa semana a vivir a su casa. Me llevó donde un homeópata que le aconsejó darme agua de ciertas yerbas y bolitas de azúcar. Estaba cercano a la úlcera, le dijo. Regresé a una casi normalidad, después de enviar la carta sugerida, que no tuvo respuesta inmediata.

Los chafos ayudaron sin duda, para dejar de beber como cosaco en invierno bieloruso, y se hicieron cotidianos. Me compré una pipa y me mandaba un hit antes de ducharme, otro para las diez, uno para que dé hambre en el almuerzo, otro más camino a la universidad y el final viendo una peli nocturna. Volví a salir de fiesta, frecuentando bares donde iban extranjeras. En mi rol de brichero, gringuero, amigo del "personal amarillo" (Charapita dixit), buscaba encontrar un sucedáneo a mi Jane y si bien aparecieron muchas con las que pasé buenos momentos, ninguna llegó a mi corazón, a pesar de los viajes, risas, chafos compartidos y madrugadas de pasión. De vez en cuando Jane enviaba una postal con paisajes de Nuevo México y cuando eso pasaba, como en un reflejo pavloviano descargaba mi triste historia psicoanalítica con los amigos cercanos, luego de fumarme un bareto.

Entre esos amigos que atendían mi monólogo, estabas tú. Recuerdo que me dijiste, en el contexto de la guerra de los Balcanes.

- Pareces Bosnia, querido flaco. Gritas y gritas tu dolor al mundo y el mundo ya no te hace caso. -

Y tal como me pediste, hace una semana escribo esta historia, que sin duda no es tan terrible, como te pareció cuando esbocé sus detalles, luego de hacerte caer en cuenta que andas bebiendo demasiado. Pareces de hierro, dijiste y no imaginé que también hayas tocado fondo. No pensé que fueras un Dostoyevski juvenil, recalcaste, mientras agradecías mi sutil puteada. Y no, no lo soy, ni en intensidad de los golpes de la vida y mucho menos escribiendo. Sin embargo, cumplo mi parte. Te entrego este escrito que pediste. Ahora cumple con la tuya: no beber, al menos entre semana.