Wednesday, January 19, 2011

Caballo loco

A: G

Mike estaba al otro lado del auricular diciéndome que me tenía una sorpresa. Cuando le pregunté detalles, acotó que no podía decirmelos por teléfono y ante mi invitación repuso que vendría con algo verdaderamente espectacular. Estaba eufórico, la emoción escapándosele como a un chiquillo pícaro.

Mientras yo seguía colgando algunas fotografías, escuché sus pasos de paquidermo en las últimas gradas y le abrí antes de que tocara la puerta. Después del rápido apretón de manos, él se acomodó en el sofá.

-Lo conseguí, Pacho, lo conseguí..., me dijo, mientras me regalaba una descalcificada sonrisa que se abría paso entre la hirsuta barba castaña. Luego arrojó un pequeño paquete en la mesa de centro.

Seguí colgando las fotos, y quizás mi reacción fue llena de excepticismo, por lo que él acotó:

- ¡La hicimos Pacho!, está acá, ¡lista!

Me acerqué hasta ubicarme junto a él, comenzamos a retirar la cinta de embalaje que sellaba el paquete compacto y quitamos con cuidado las varias capas de papel.

-Ya viene lista, ¡eh!..., recalcó nervioso. Sus ojos amarillos se posaban con avidez en el paquete que ahora mostraba su contenido.

-Arregla ese asunto, mientras termino con las fotos, mascullé entre dientes.

Mike comenzó la preparación y cuando estuvo lista me pidió que me acercara. Miré como se hacía con los ultimos detalles, le ayudé con la liga y el resto del instrumental y procedió con la inyección... La mueca de placer quedo latente por un breve lapso en su rostro hasta que comenzó a diluirse en los labios entre abiertos y el parpadear entrecortado. Entonces giró su rostro, sus pocos dientes color marrón se mostraron desde el éxtasis narcótico y balbuceó algo que no logré entender. Luego abrió lentamente su mano.

Tomé ambos instrumentos y clavé la aguja en mi vena hinchada. Nunca sentí algo parecido, era mejor que un orgasmo, sobre todo por la duración del estado gozoso. Algunos segundos después me pareció que el halo placentero iba también diluyéndose en mi rostro. Volví a mirar a Mike, quien trataba de que su inmensa humanidad se levantara del sofá. Cuando lo logró, pidió algo de tomar, o eso interpreté desde mi alucinación auditiva. Aturdido y con mucho esfuerzo logré alzar el brazo y señalar una alacena, mientras él encendía el aparato de música.

La música surgió estridente y los sonidos de las guitarras eléctricas se descolgaban poco a poco sobre las paredes de mi estudio. Mike se movía con una cadencia convulsiva y bebía el whisky a largos tragos. Me aproximé acesante, bebí también de la botella y ambos nos pusismos a bailar como posesos y a reir a carcajadas. En un solo de batería, Mike se tambaleó, se llevó la mano al pecho y cayó de espaldas. El golpe de sus 100 kilos en el suelo me despertó por completo, me acerqué, le sacudí y grité su nombre, le tomé de los cabellos y le di un par de cachetadas. Intenté con la respiración boca a boca y algo me dijo que podía ser un infarto, por lo que comencé a golpear su pecho sin lograr reanimarlo. Me acerqué al teléfono y marqué el 911 sin que nadie me constestara, vaya servicio de emergencias... Intenté con los teléfonos de varios amigos, uno estaba ocupado, el otro me dijo que me equivoqué y finalmente conté el problema a Consuelo. Me acerqué de nuevo a Mike y vi que estaba completamente morado, sin pulso. Estaba muerto.

Un hormigueo partió desde mi estómago, sentí que me faltaba la respiración y me paralicé. Un sabor salado me hizo dar cuenta de que estaba llorando, por mi mismo antes que por Mike. Supe que su suerte sería también la mía y me negué a ello. Pensé en ti. Me dirigí de nuevo hacia el teléfono dando pinitos, intuí que moverme rápido podía acelerar mi deceso. Mientras la grabación que pide esperar en la línea se dejaba escuchar, pude ver en el espejo de la cómoda mi rostro desencajado, las lágrimas abundantes mezclándose con la baba. Me espeluznó pensar que sería la última vez que vería mi cara y comencé a insultar a la imagen del reflejo, a insultar mi fatalidad y mi propia estupidez. Descargué un cabezazo que rompió los cristales y me cortó la frente. La operadora por fin me contestó y me pidió los datos del domicilio para ubicar el hospital más cercano.

Sé que todo será cuestión de suerte. Colgué, traté de serenarme y mientras me limpiaba la sangre divisé la grabadora del periódico. Mientras espero a los paramédicos y a Consuelo, solo se me ocurrió contarte estos momentos, estas palabras unidas a mis disculpas. Definitivamente no puedo respirar bien y ha comenzado una taquicardia que se acelera a cada segundo. Tengo que parar. Te quiero mi niña, quiero convencerme de que te veré otra vez. Espero que estas no sean las últimas palabras que te dirijo.