Friday, January 13, 2023

El ángel

A Choca y Pipoca 

 

Imagino que todas las ciudades y pueblitos italianos tienen una Plaza Garibaldi, así como en todos los pueblitos franceses hay una rue Gambetta. Esa noche nos encontrábamos en la inmensa plaza Garibaldi de Nápoles, después de salir de la estación del tren. Nosotros, el "grupo-italia-uio-2007” llegamos a la ciudad más lejana de su paseo. Era casi el fin del “trasteo”, como llamaba una de mis amigas, a ese viaje sin duda, planeado con exageración. Partimos de Bélgica hacia Milán, luego de un día allí, a  Venecia, dos días después a Florencia y Siena y otro par de días después tomamos el tren a Nápoles para visitar Pompeya. Luego vendría Roma y de ahí tomaríamos el avión a casa.

Surgimos del subterráneo hacia la plaza, para tomar el bus que nos llevaría a nuestro pequeño hostal en la vía a Pompeya. Apenas llegamos, el estupor se apoderó de todos nosotros. Siendo estudiantes en Bélgica, desde hace más de un año, habíamos viajado por la Europa del norte, ordenada, iluminada en las noches, limpia y que, sobre todo, daba siempre confianza y seguridad.

Pero estábamos en el sur, en Nápoles, pasada la media noche, en una plaza sucia, bastante oscura y con mucha gente. Eran varios los grupos alrededor de la salida del tren. Algunas prostitutas apoyadas en la pared o acercándose a los autos, otras riendo con sus chulos, muchas bromeando en español caribeño. Vendedores de droga africanos, árabes o albaneses paseándose lentamente, en espera de clientes o directamente negociando. Grupos de jóvenes migrantes bebiendo, escuchando rap, fumando marihuana...

Mis acompañantes instintivamente se acurrucaron una cada lado, como dos niñas abrazando a su papá, como dos polluelos que se mueren del frío y esperan el calor de mamá gallina. Me miraron al mismo tiempo, Choca abrió sus grandes ojos marrones en una expresión que ya conocía, un gesto de temor o de ansiedad. Pipoca entrecerró sus ojos verdes, al tiempo que se mordía el labio inferior. Durante todo el viaje, por ser el hombre del grupo o por ser el mayor, o porque chapurreaba el italiano, me asignaron tácitamente un rol de líder, quizás como una práctica cultural propia. En Florencia, me levanté y mandé a callar en un severo y no muy pulcro italiano a un par de gringos que coqueteaban  bulliciosamente con dos chicas, a las 3 am. y no nos dejaba descansar. En Venecia subrayé desde el desayuno que, si pasaríamos de tiendas, como en Milán, me tomaría mi propia ruta…. Ahora en Nápoles, debía ser el protector, generar alguna estratagema para salir con bien de aquella situación que tenía muchas posibilidades de terminar mal. Pero no tenía armas, no era experto en artes marciales y con tres mochilas pesadas en nuestra espalda, era inútil pensar en correr … 

La parada de bus estaba a pocos metros y antes de dirigirnos hacia allá, les dije a mis acompañantes que sacaran de las mochilas los celulares y el dinero. Apenas llegamos a la parada les pedí que se coloquen en la esquina, cada una apoyada en una de las paredes que forman el ángulo y sin sacarse las mochilas. Miramos los horarios del bus que debíamos tomar y resulta que este venía recién en tres horas. No pensamos llegar tan tarde a esa ciudad…

- Mierda, Cepi…-, atinó a decir choca, temblándole la voz.

Nos quedaríamos el tiempo suficiente para ser desvalijados por cualquiera de los grupos que se encontraban alrededor nuestro. Recordé mis días juveniles en los que generamos una defensa en una pelea grupal, en la que éramos minoría, pero enseguida abandoné la idea. Tenía que ser yo quien proteja a mis amigas, el que negocie con los posibles asaltantes, el que pelee con ellos, el que entregue su mochila. En pocos segundos venían mil ideas descabelladas y atiné a dar un pequeño paso delante de ellas y coloqué las llaves entre índice y anular. Eso sin duda las puso más nerviosas… El resto era esperar.

De un grupo de prostitutas y chulos salió un tipo y vino directamente hacia nosotros. Comenzamos, me dije. Era un mulato esbelto y fuerte, en sus 40, vestido de leva, pantalones y zapatos blancos, usando camiseta negra y corte de pelo de los años ochenta: copete, cabello más abajo del cuello y muy corto junto a las orejas. Venía directo hacia nosotros, yo puse la mano derecha en la espalda y apreté las llaves. A pocos metros, dijo directamente.

-          Dove stai andando?

Noté el acento y le dije. ¿Tú hablas español, verdad?

-          Claro, ¿de dónde son?

-          Somos ecuatorianos, estamos esperando el bus que nos dejará en el hostal.

-          ¿El bus?  ¿En serio? Viene en tres horas y dentro de poco esto se pone caliente.

-          Sí, que viene en tres horas, nos enteramos en el letrero. Que esto se pone jodido, nos lo acabas de confirmar. ¿Eres dominicano, verdad?

-          De Santo Domingo.

-          Dominicana es super bonita, dice Choca y el quisqueyano le sonríe

-          ¿Dónde queda su hostal?-

Saco el papel con las instrucciones descargadas del internet.

-Ah , dijo,  no está tan cerca, eh…

- Eso parece, respondo.

Hace una llamada desde su celular

-He llamado al auto de un conocido y les paso dejando.

Choca sonríe con alivio, -¡Qué hambre! dice casi entre dientes.

-Ven, te compro un sánduche, responde el hombre de blanco. 

- No, gracias, recalca Choca, mientras murmura a Pipoca: mejor no deberle nada que nos pueda salir muy caro.

Pipoca abre sus ojos verdes, develando miedo. Capto el gesto de Pipoca y pienso de inmediato, esto es “suerte o muerte”: nos subimos al auto y nos deja en el hostal, o nos subimos al auto y de ese salimos cuando quieran el dominicano y el conductor. O, no son subimos al auto y nos quedamos a esperar el bus en esta plaza que, según nos dice el quisqueyano, se pondrá densa.

-          Pues muchas gracias, Me llamo Alexis, ¿y tú?, le digo luego de cambiar las llaves a la mano izquierda y abrir mi mano derecha, la que él estrecha.

-          Artemio, dominicano, recalca. Recuerda, ecuatoriano, que un dominicano te dio la mano. No lo olvides.

Llega el auto, y Artemio dice al conductor, que antes deberá dejar a unos amigos suyos. Subimos en el asiento de atrás, Artemio conversa con el conductor y ríen.  Yo para distender comienzo a meter cuchara en la conversación y Choca le cuenta que somos estudiantes.

-          Estudiantes, que bueno. Yo sí quise estudiar, pero no pude, dice Artemio.

Vamos por callejas oscuras y llenas de baches. Cuando llegamos a una avenida, los pocos autos parqueados o en circulación muestran abolladuras. En los dos días que estuvimos en Nápoles, no vi un solo auto sin abolladuras, era la marca napolitana de conducción. En una de esas pequeñas calles, el auto se detiene. Estamos en el hostal. Agradezco y pregunto a Artemio cuánto le debemos.

-          Nada, ecuatoriano, no me debes nada. Pero recuerda que un dominicano te dio la mano.  Si alguna vez, encuentras a un dominicano en situación difícil, no olvides esta noche y dale tú también la mano.

Le entregué la tarjeta que me habían dado en la universidad.

-          Si vas por Bélgica, llámame, será un gusto recibirte. Choca y Pipoca, repiten aquello al unísono. Si alguno de los tuyos necesita algo en Bélgica, llámanos.

Nos despedimos.

Días después, en la última merienda en el hostal de Roma (al día siguiente regresaremos a Bruselas), Choca imita el acento dominicano: Un dominicano te dio la mano. Pipoca reflexiona que Artemio salió de un grupo en el que él bien pudo ser un chulo y que bien pudo llevarnos a cualquier sitio de trata de blancas.

-O quizás es un dominicano que se encuentra con sus amigos dominicanos, digo.

- Para mí, es un ángel, refrenda Choca, un ángel de la guarda que nos envío Dios en el momento preciso. 

Quedamos en silencio, van a la sección mujeres del hostal y acordamos encontrarnos a las nueve para el desayuno. Quieren descansar bien y según Choca, del hostal al aeropuerto hay media hora de viaje. En mi habitación pienso en eso de la media hora. Ryan Air despega siempre de aeropuertos alejados de la capital, busco en el internet y no salíamos de Ciampino, sino de Piombino, ¡localizado a 3 horas de Roma! Voy a la sección chicas para advertirles que debemos salir más temprano. No me dejan pasar, son las reglas, veo a una chica hindú y le pido que les diga a dos chicas latinas que bajen a recepción. No llegan.

No duermo bien y estoy a las 6 y 30 am en la recepción, pido a otra chica que sube que les diga que vengan de inmediato, a las 7 y media aparecen somnolientas, preguntando ¿qué pasa?. Se asustan, tomamos nuestras maletas y pronto estamos corriendo en el metro de Roma. Yo voy adelante gritando. “Scusi”, para que me abran paso y ellas corren atrás… Llegamos a tiempo al bus, pero este no sale en el horario marcado. El chofer fuma relajado y viendo mi nerviosismo, un inglés cincuentón me dice: -Calma, esto es Italia, él saldrá cuando quiera hacerlo. Por suerte no perdimos el vuelo.

Quince años después en un café de Ginebra, recordamos con Choca las peripecias de la aventura “grupo-italia-uio-2007”. Engrosando la voz e imitando el acento, me da la mano: “ecuatoriano, recuerda que un dominicano te dio la mano” ¿Qué será de nuestro ángel?, dice, abriendo sus grandes ojos marrones ¿Quién era en realidad? En todos estos años, cuando me he acordado de él, le he mandado bendiciones.