Friday, April 16, 2010

Azul y Naranja







La noche nace con lluvia y en las paredes del edificio neoclásico, los cuadros que inaugurarán la muestra del pintor Colombres esperan por los espectadores .

Ulises llegó a tiempo, sin embargo, quizás por motivos climáticos o por la idiosincrasia local, quiénes lo invitaron no aparecían. Además de él, apenas cuatro espectadores deambulaban por las pequeñas salas donde se exhibía la obra. Colombres nervioso marcaba varios números en su celular y la madre de éste daba instrucciones a una altísima modelo que serviría el licor auspiciante del acto. En una esquina dos jóvenes dopados conversaban entre risas acerca de cierta fiesta.

Poco a poco, varios paraguas se cerraban y tímidamente sus dueños ingresaban a la sala. Cuando la directora del edificio se cansó de esperar tomó el micrófono, realizó una escueta bienvenida y entregó el aparato a Colombres. El pintor agradeció al público por su presencia y cedió la palabra al doble de un Trotsky afeitado, quien elogió la obra en lenguaje rimbombante. Ulises había visto ya toda la muestra.

La altísima modelo paseaba su figura todavía más despampanante gracias a la silicona, ofreciendo el elixir de manzana y aguardiente. Con pequeñas copas en la mano los asistentes circulaban admirando el atractivo peculiar de las pinturas que mostraban mujeres con bustos enormes inscritas en fondos anaranjados y azulinos que llenaban la sala de cierto aire de sensualidad. Ulises tomaba lentamente su cóctel y miraba de vez en cuando hacia la puerta, la cual no mostraba a sus amigos.

Ulises había dejado caer la mirada en una de la esquinas de la sala, cuando vio que se cruzaban un par de hermosas piernas desnudas. Subió la mirada y constató que éstas estaban inscritas en un sencillo vestido azul con florecitas anaranjadas, como si una de las mujeres pintadas por Colombres decidiera escaparse para mirar al resto. Aun cuando no tenía el generoso busto de las pinturas, dos amplios y redondos senos brotaban del vestido azul floreado. Podría decirse que era una mujer alta, o al menos eso aparentaba gracias a un calvo bajito que la seguía faldero.

El primer cruce de miradas duró varios segundos. Ella dejó posar sus claros ojos cafés en los ojos miopes de Ulises, y él pudo ver como los labios intensamente rosados de ella esbozaban lentamente una discreta sonrisa. Ulises se mantenía cerca de ella, pero a prudente distancia y se preguntaba si el acompañante era el marido. Como si los pensamientos se leyeran, ella mostraba que esa relación era un añejo cortejo no correspondido y el aludido hombrecillo galante le proponía tomarle una foto con Colombres. Ella y el pintor posaban debajo de un cuadro e intencionalmente brindaba a Ulises otros ángulos de su rostro. Sabiendo que Ulises la miraba, ella pidió más fotos, giró la cara y le ofreció una amplia sonrisa seguida por el respingo de su cuasi semítica nariz.

Colombres solicitó al calvo hombrecito que le tomara unas fotos con sus familiares. Mientras éste quedaba encadenado a la cámara, ella avanzó lentamente hacia Ulises, quién hacía su ingreso en la dualidad propia de la indecisión: Un diablillo azulado le aconsejaba un rápido acercamiento, palabras precisas y preguntas certeras para saber de sitios donde encontrarla, rápidos movimientos para hacerse con su número telefónico. Pero también un pacato ángel color de mandarina le recordaba sus deberes matrimoniales. A pesar de todo, también él caminó hacia ella, quien ya se había detenido como en un paso de tango.

En el preciso instante cuando ella giró la cabeza para atender sus palabras, cuando él había entreabierto los labios para decir cualquier cosa, cuando los dos pares de ojos brillaban con intensidad y cuando las manos de él comenzaban a sudar y las de ella se cruzaban colgando infantilmente tras de su espalda, llegaron los impertinentes. El enano se ofrecía a llevarla y una de las esperadas amigas llegaba en el peor momento saludando a Ulises con excesiva efusividad. Por el rabillo del ojo vio como la mujer azul-naranja pasó a su lado junto al tipo que se esforzaba por ganar su atención.

Ella miró por última vez a Ulises, entreabrió los labios, sacó la lengua, la colocó en una de las comisuras y luego sonrió, era una sonrisa que si se tradujera en palabras diría: ¡qué lástima...! Ulises la miró alejarse y sintió que la sala se quedaba sin ruido ni color. Su primera reacción fue salir raudo, tomarla de un brazo y por lo menos preguntarle el nombre. ¡Patético!. Por lo menos ver la dirección que ella tomaba. ¡No seas ridículo Ulises,! se dijo. Mientras su interlocutora seguía excusándose por el atraso, él forzó a su cerebro a pensar en algo para encontrar otra vez. a su dama azul-naranja. ¿Colombres? Ni siquiera somos amigos... Hasta que se le iluminó el rostro: quizás una pista podía ser ese círculo que tenía el calvo bajito inscrito en el pecho: “Pierda peso, pregúnteme cómo”.