Friday, September 29, 2017

Lavoe



Octubre 1997, llego a Portoviejo en un lluvioso domingo de fin de tarde. Dolido, pido a un taxi que me lleve al hotel más cercano. 

-No quiero amor a distancia, me dijo María Helena el día anterior. Te vas a Manabí y vendrás cada semana y luego cada quince y eso no quiero…, quiero vivir bien mis días, salir, farrear y si me enamoro, pues sin culpa.-

Accedo. Era lógico, ¿no?

El cuarto que me asignan no tiene ventana y no me molesto en pedir cambio. Quizás es mejor, con el ánimo sería mazoquista ver la lluvia en la ciudad costera que oscurece. El gran ventilador de tres aspas, situado en el centro, que al girar se sacude como si fuera a desprenderse del eje, comienza su trabajo. Saco el walkman que me ha prestado mi hermano, me coloco los auriculares y enciendo el aparato, sin saber el cassette que tiene dentro. Después del zumbidito que devela que no ha llegado la cinta magnetofónica, comienzan los trombones eternos y luego la percusión menor.

Entonces Héctor me recuerda: Todo tiene su final…

Lo recibo con dignidad, con la mirada en el eje del ventilador. Luego viene “Ausencia”, “Periódico de ayer” y la dignidad quiere dar a paso a un puchero que no termina de cuajar; y que no cuaja gracias al cambio lírico dado por “Triste y Vacía”… 

“Día de suerte” y “Todo poderoso”…, siempre mirando el techo, o hacia la pared barnizada de amarillo, allí donde debía estar una ventana. “El cantante” me saca del adormecimiento depresivo y cuando Héctor comienza el tararero mágico  que anuncia el inicio de “Mi gente” me incorporo. Disfruto de la música y me pongo a bailar tan embalado como Johnny Pacheco, a veces;  y en otras variaciones del ritmo, menenando la muñeca izquierda o pretendiendo que pongo el ritmo con las maracas, tal como lo hiciera el flaco Lavoe. Disfruto la letra, le pongo atención, y así, cantando y bailando me doy cuenta que por ellos estoy en Portoviejo. Por mi gente.

Cuando el cassette me regala “Juanito Alimaña”, repleto de ritmo voy caminando por la Pedro Gual, enfundado en camisa amarilla, manga mocha. Es una noche fresca donde comienzan a asomar escasos caminantes. El aroma del arroz con menestra del local que está junto a la “Flota” y la bella “miquita” que me da el ticket de la comida, hacen el resto. Estoy en órbita, entero y listo para empezar el lunes temprano mi viaje a Pimpiguasí.