Thursday, October 25, 2018

La casa 20


La casa era en verdad bella y el precio bastante bueno. Isaac y su esposa, los vendedores, nos daban muchas facilidades y luego de recorrerla con mi esposa, nos pareció que era una buena compra. Estaba en un conjunto con jardines y piscina junto a otras 24 casas similares. La primera noche no pude dormir bien, no conciliaba el sueño y no era en sí por mi hijo que se despertaba más veces de lo habitual, con un llanto inquieto, que callaba cuando su madre le daba de lactar. Me sentía acalorado, alerta sin razón alguna. Cuando Danny, mi bebé, volvía a dormirse, yo también trataba de hacerlo, pero sabía que él nuevamente despertaría y esta certeza me mantenía en vilo.

La siguiente noche, mi mujer tuvo que hacer algo y Danny y yo la esperamos jugando. Cuando consideré que debía dormir, comencé con los arrullos en la habitación a oscuras. El bebé, sin embargo, no cerraba los ojos, o si se adormecía luchaba para mantenerlos abiertos. Miraba con atención a un punto sobre mi cabeza. Cuando yo me volteaba, no había nada, como era de suponerse. Finalmente, después de arrullos y movimientos continuos y cadenciosos, Danny se durmió. Llegó mi esposa, apagamos la luz, pero tampoco dormí bien esa noche, tenía el mismo calor y sensación de alerta.

Una semana después, al igual que la vez anterior, Danny miraba sobre mi cabeza. Esto me incomodaba, me sentía observado, cosa que por supuesto era imposible, pues en el cuarto estábamos solo el bebé y yo. Cuando pareció que se por fin dormía, abrió súbitamente los ojos y comenzó a lanzar sus precarias sílabas, hacia ese punto sobre mi cabeza, como si quisiera conversar con eso que yo no veía. De pronto sentí frío e incluso se me hizo la carne de gallina. Cambié a Danny de posición y lo saqué del cuarto, entonces durmió.

En otras ocasiones, Danny además de dirigir su vocecita hacia ese punto sobre mi cabeza, movía su manito queriendo alcanzar algo. Yo trataba de que se imponga la lógica para explicar lo que ocurría: la casa era muy caliente pues el sol ingresaba directo por los amplios ventanales en el día (para mi mujer, antes siempre arropada, esa era una ventaja). Otra razón lógica de mi insomnio, me dije, era el estrés. En esos días era gerente de una sucursal y las cosas no marchaban bien, lo que junto a la falta de sueño alteraba mi sistema nervioso, causa y consecuencia a la vez. En medio de la precaria situación del país, yo me exigía mucho y pedía el mismo ritmo a mis subalternos, tenía actitudes impacientes con mis colegas y muy directas y frías con mi jefe. Sin darme cuenta, era serio en el trato con mi mujer y el primer mes en la casa lo celebramos con un altercado. Yo reflexioné sobre ello, me dije estás alterado, porque el trabajo es tenso y no duermes bien. Con cordialidad dije a mi esposa que necesitaba dormir más, que el niño despertándose varias veces me lo impedía y que temporalmente me movía a la habitación contigua. Ella accedió.

Dormía mejor y cada mañana, silencioso, iba a mirar a mi esposa y a mi bebé antes de ir al trabajo. Envidiaba su sueño, ella casi siempre ignoraba mi presencia. Por esos días pregunté a mi mujer, cuando Danny iría a dormir en su habitación, acordamos que lo hciiera a los seis meses y él tenía casi siete. Ella dijo que leyó que los bebés deben dormir con su madre hasta los 3 años, pues eso les da seguridad. Ignorante en la materia, accedí. El tiempo de regresar a la habitación matrimonial se fue alargando y yo cada vez me sentía más a gusto en mi cuarto, posteriormente bautizado por Danny, como el cuarto del papá. Pronto me pareció natural que yo tenga mi cuarto y mi esposa y el bebé el suyo.

Mi esposa fue ascendida en su trabajo y tenía que cumplir con muchas responsabilidades nuevas. Teníamos una señora que cuidaba del niño hasta las seis, hora en que normalmente uno de los dos, en turnos llegábamos del trabajo y el otro, lo hacía tres o cuatro horas después. Muchas veces, quien no cuidaba al bebé, no veía al otro pues este ya se había dormido. A veces, cuando cenábamos juntos, ella elegía lavar los platos, con ello yo debía dormir a Danny. una vez en el cuarto del papá, esperaba que mi esposa suba, pero luego de los platos, ella regaba las plantas, escuchaba música, chateaba en su celular… Al inicio me molestaba su demora, pero luego la esperaba leyendo hasta cuando apagaba la luz. A veces la sentía acurrucarse a mi lado, hasta cuando lloraba Danny e iba con él. En las semans sigueintes, luego de domrir a mi hijo, solo me encerraba en el cuarto del papá.

Fui despedido de mi trabajo, dentro de condiciones políticas desfavorables, lo que significó el cierre de muchas puertas. Empecé ese trabajo tedioso que es buscar trabajo, y que repleta corazón y cerebro de angustia; pero la alegría llegó cuando Danny dijo su primera palabra: papá y poco después mamá, por supuesto. La tercera palabra fue Pocho, la pronunciaba cuando le hacía dormir, con su mirada sobre mi cabeza. Alguna vez, encontré a mi hijo conversando con un punto de la pared. Cuando mi bebé pudo comunicarse mejor, me dijo que conversaba con su amigo Pocho. El calor, esa sensación de ser vigilado por quien mi hijo llamaba Pocho, el desempleo, la relación distante y las discusiones que se hacían más frecuentes con mi esposa, me ponían cada vez más tenso. Una noche, entre cervezas, compartí esto con mi amigo Omar, quien me dijo: debes hacer una limpia a tu casa. Debiste hacer un ritual de llegada para quitar la energía anterior y poner la de tu familia. Ahora busca alguna curandera que la limpie con yerbas y sahumerio… La idea me causó hilaridad, pero después la tomé en serio, al ver cómo se deterioraba mi relación de pareja y sobre todo después de ese día en que encontré a Danny, que hablaba ya con claridad, conversando con su amigo Pocho.
-¿Cómo es Pocho?, pregunté.
-Es como yo, pero tiene un sombrero grandote.
-¿Qué color es su ropa?
-Tiene  poncho, pero sus patas son de perrito… ah y tiene un rabo como de gato. ¿Qué no le ves…? mírale papá, ahora mismo se está riendo. 

Encontré al curandero, planifiqué su vista para un fin de semana. Esa cita, que fue otro motivo de pelea con mi mujer, nunca se concretó; antes llegó el pedido de separación, donde el abogado de mi esposa me conminaba a salir de la casa en un plazo de tres días.
A las pocas semanas de marcharme, encontré a la señora de la casa 12
-No le he visto, vecino, dijo ella, ¿estaba de viaje?
Yo respondí con la verdad.
-Usted también…, casi todas las familias que vivimos acá o nos hemos separado o se han marchado antes de que eso ocurra. Pasó conmigo hace 7 años, con la señora del 3, con la pareja del 18, con los anteriores dueños de la 9 y ahora con ustedes… Con muchos más antes de que yo venga a vivir acá. Y sé que los de la 24 también están en problemas… Es que..., sabe..., estas casas están sobre un relleno que antes era quebrada, esto era un muladar. Es más, según doña Justina, la viejita del parque, en la quebrada sobre la que vivimos, en los inicios coloniales de la parroquia, se arrojaban los cadáveres de los indios, negros y mestizos pobres, que no podían pagar las exequias. Después a sus orillas se hizo el primer cementerio, el que se cambió de lugar por falta de espacio y después le vendieron barata  a un arquitecto que dieñó el conjunto. Por eso es..., remató resignada la vecina.

En los días en que Danny se queda conmigo, apenas me ve, me dice que Pocho me mandó a saludar.
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