Monday, September 30, 2013

Azabache utopía

A MFW

Vagaba en un día soleado donde se unían ofertas electorales y navideñas. En una plaza, unos chicos cubiertos con gorras azules promocionaban su candidato detrás de una mesita, el cual era apoyado por socialistas y alfaristas, mientras trotskistas y comunistas apuntalaban al de los “chinos”. La izquierda no iba con candidato único, mas esto me importaba poco, menos aún, cuando reconocí entre una rubia y un chico somnoliento a la chiquilla de ojos almendrados, que hizo latir mi corazón en el mitin de la semana pasada.

Yo pertenecía a un ingenuo movimiento radical opuesto a la “democracia burguesa”, pero me acerqué sonriendo sin reparos, fingiendo interés en su propuesta. Ella, con pasión militante, describía las bondades de la liberación nacional y el socialismo, alternativas a la feroz dictadura civil que sufría el país desde hace 4 años. Por mi parte, demostraba mi atención frunciendo el ceño y con comentarios discretos, mi “conciencia de clase”. Hacía preguntas ingenuas para que se explaye y acreciente el brillo de sus ojos y el sensual movimiento de sus labios.

Supe que le llamaban Mafis, que como yo, tenía 17 años y que cursaba el último curso del colegio alemán. Para parecer más interesante, le dije que paliaba el intenso aburrimiento del curso prepolitécnico, en un club de teatro. Mientras estaba junto a  ella en ese día radiante, mi romántico imaginario de izquierda se vinculaba con la realidad. Desde los recovecos de sus ojos azabache y desde su apasionado discurso, mi corazón fue tomado por asalto por la “Ana Clara” de Viglietti y la “Compañera” de Savia Nueva, por los poemas de Dalton y Benedetti que cantaban al amor militante…

Me pidió afiliarme y me sudaron las manos, puse un pretexto y me alejé a grandes zancadas aún bajo los efectos del delicioso sopor romántico. De pronto fui despertado por unos aullidos cuasi guerreros. Eran “los chinos” coreando arengas radicales y agitando sus banderas de anchas astas. El partido maoísta, conocido por imponer su verdad a garrotazos, era una antítesis de la organización de mi heroína de ojos oscuros, cuyos compañeros eran progresistas blancos, habitantes del elegante norte, educados en colegios y universidades de élite. Si bien entre los “chinos”, había cholos de ojos rasgados que venían desde el sur urbano marginal, la mayoría eran mestizos que estudiaban en pobres colegios fiscales y en la universidad pública. Comenzaron sus consignas en contra del partido de Mafis y al pasar junto a ellos pude oler el ácido perfume del “odio de clase”.

Al día siguiente volví donde mi musa. Junto a ella y a la chica rubia, estaba un maduro dirigente de barba bien recortada que con sus instrucciones interrumpía nuestro diálogo. Para captar toda su atención dije a la Mafis que me afiliaría y conversamos animados mientras llenaba las fichas. Me entregó el trocito de papel y me invitó a la próxima reunión de la brigada juvenil. Me despidió con un beso en la mejilla y comencé a alejarme sintiendo la tibieza del carné de afiliación en el bolsillo de la camisa.

Un par de cuadras después escuché las chinas consignas dirigidas contra el candidato “revisionista”. Venían desde el camino que había andado, desde la mesa de afiliación de Mafis… Me di vuelta y comencé el regreso a toda carrera. A lo lejos, vi a  “los chinos” atacar la mesita, a las chicas de gorritas azules defenderse y luego correr para salvar el pellejo.

Cuando llegué jadeante, encontré fichas diseminadas en el suelo y banderines rotos. A poca distancia, el grupo estalinista concentrado como equipo de rugby, acomodaba en una camioneta la mesita de la que se habían apoderado. Busqué con la mirada a Mafis, sin encontrarla y me adentré en el parque contiguo, donde descubrí a la chica rubia sollozando arrimada a un árbol. Sus manos apretaban la gorrita azul, mientras una señora, paradójicamente, curaba con "mentol chino" el chichón frontal provocado por una bandera maoísta. Le pregunté por la Mafis y movió la cabeza negativamente. Seguí buscándola en vano, y mi rabia impotente creció al ver pasar al candidato Arteta y sus pocos simpatizantes, junto a la turba pseudo marxista. El representante de la rancia aristocracia y jurada derecha pasaba junto a los valentones garroteros de mujeres y estos le abrían paso en actitud colonial…

Meses después encontré a mi Dulcinea en una fiesta y enrojecí ante su saludo afectuoso. Me contó emocionada que estudiaría la universidad en el extranjero y éste fue un golpe a las aurículas. Luego vino el primer jab en el ventrículo, cuando un chico, apareció a sus espaldas y la tomó por la cintura. El segundo llegó cuando ella me lo presentó como su novio…

El knockout técnico no fue solo mío. La caída del Muro de Berlín un año después y la pérdida de los Sandinistas, mandó a la lona a toda la izquierda. Después de abandonar la politécnica, era un feliz educador popular inmune a esos golpes, hasta que en el 91, una división irresoluble dio al traste con mi organización.

Después la izquierda adulta tuvo su mutación: El maoista se hizo shamánico-andino y el troskista, demócrata-cristiano. Los elenos se trocaron en populistas, mientras el alfarista y el comunista en social-demócratas. Los miristas se mudaron al APRE o al socialismo y los socialistas se volvieron prósperos empresarios… Mas muchos jóvenes de todas las tendencias elegimos bajarnos “del tren de la historia y quedarnos en el andén de la alegría”, cobijarnos por un anarquismo epicúreo y un nihilismo sibarita de sexo y drogas, de salsa y rock and roll. Entre el humo del cannabis reconocí a la rubia de la gorrita azul, quién me contó que la Mafis estaba casada y residía en México.

Dos décadas después de nuestro último encuentro, volví a tenerla cerca. Ella estaba de vacaciones y coincidí con mi platónico amor juvenil, conversando en un bar con amigos comunes. Mi cabello, ahora largo y oscuro, una barba que parecía imposible en el lampiño rostro adolescente y los lentes, ayudaron a mi anonimato. Distinguí, sin embargo, la misma luz intensa en sus ojos de aceituna madura y disfruté del movimiento armónico de sus labios encarnados. La pasión que ponía al describir sus proyectos, revivieron aquella deliciosa ensoñación adolescente materializada en un carné partidario. Papelito cuyo valor actual es el tener mi nombre escrito por sus manos.