Monday, September 05, 2016

El salto



Estaba columpiándose como cuando tenía siete años, como un péndulo testigo del tiempo, de ese ratón que carcome la vida de los hombres. Se impulsaba desde el sillín al techo del mundo, mientras los gallos murmuraban la aparición del día.

Feliz, ensimismado en el vaivén del columpio recorría su vida en las subidas y bajadas. En el aire se sentía más contento que al ser premiado por sus méritos académicos, todavía más que cuando abrazó a su primer hijo, más aún que la tarde en que ella se marchó llevándose el frío. Paciente y melancólico partía en cada impulso del sillín hacia las estrellas que querían ocultarse y retornaba pletórico a rozar con las puntas de sus pies la tierra húmeda.

Era tan sencilla la vida columpiándose, mientras nacía el amanecer. Las piernas pateaban con violencia el aire, generando el impulso. Asido a las cadenas, evocaba su vida no muy feliz mientras iba hacia el cielo y retornaba a la tierra con las memorias que más alegría le dieron. En un  momento dado pensó que podría desafiar a la física y dar vueltas, como un experto gimnasta haciendo mostas, alrededor del eje del columpio de metal. Luego la fantasía fue más allá y creyó que si saltaba, cuando la silla estuviera en su mayor altura, volaría como un águila. Eligió lo segundo y se soltó de las cadenas. Dejó la terrena desidia y se impulsó con la mirada puesta en las pocas nubes de la mañana fresca. 

A un metro del columpio se convirtió en un gorrión que se alejó raudo del parquecito barrial. 

Los sábados a las seis de la mañana viene a posarse en la resbaladera y espera la llegada de los niños. Entre ellos, una chiquilla que le arroja miguitas de pan y le canta las mismas canciones que a su muñeca. El gorrión se acerca, se deja atrapar y mientras siente el calor de las manos infantiles, silba una melodía inentendible para la infantil carcelera. Cuando ella comienza con sus arrullos torpes, se calla y disfruta de la voz y de la dulce prisión de las pequeñas manos, recordando la mañana que saltó del columpio; ese día desde el que por fin se siente libre. El momento en que la niña decide abrirlas,  él va de nuevo hacia las nubes y ella se maravilla viéndolo achicarse hasta ser un punto en el cielo.  Ese rito simple que ocurre en el parque barrial cada sábado por la mañana, es su sola atadura.

4 comments:

Unknown said...

¡¡Precioso texto!! Gracias, Alexis

aleksis said...

A vos por tus palabras mi querida hermana

LETAL said...

Tierno.

Unknown said...

Cual es la idea principal