Wednesday, January 03, 2018

El bautizo de Rosario



Después de casi quince años sin aumentar la familia, les vino a la pareja una niña. A los diez días de nacida, sus padres creyeron conveniente ponerla bajo la protección de un Dios. Una noche duró la deliberación conyugal y finalmente se decidieron por aquel que tenía más clientela en este lado del mundo. 
Al mes siguiente, la pequeña fue bautizada como Rosario Michelle Auxiliadora, este último nombre, por el día en que nació y que según el Almanaque Bristol, correspondía a esta virgen madre del dios católico. Sería la primera de la familia que no usaría los nombres rusos con que fueron llamados sus ancestros, pueblerinos recios, acérrimos ateos y comunistas. Sus dos hermanas mayores eran Kalinka e Ivanova, y los hermanos Lenin y Trotsky. Las tías se llamaban Nadezhda y Svetlana, en honor a las esposas de los primeros patriarcas de la patria roja y los tíos Grushenko e Igor. Lo cierto es que todos los familiares tenían los nombres de un clan de las orillas del Volga o del Ural y no los de una ciudad a orillas del Zamora. Los apellidos de la pequeña Rosario eran Jaramillo Armijos.

Rosario Michelle era un nombre acorde con los tiempos. La discontinuidad de la tradición era comprensible ante las nuevas relaciones comerciales que la familia establecía con clanes adinerados del sector. El nombre de la niña era perfecto para los días que vendrían, puesto que Vasili, el flamante padre, consiguió  la representación exclusiva de una empresa eslovaca y el primer negocio se había pactado con el católico monopolio ecuatoriano libanés de Juan Eljuri, a quien pedirían además ser padrino de Charito. El nombre del nuevo miembro de la familia estaba totalmente justificado por la geopolítica y el declive ideológico del socialismo real, materia de furibunda discusión en las reuniones familiares. Reuniones que en su fogosidad se parecían en mucho a los congresos ampliados del rojo partido, del cual Don Floro Jaramillo, el abuelo, fuera secretario provincial. 

El bautizo de Charito, aunque desaprobado por el patriarca, se realizó con un cura de la capital y en la posterior comilona, la polémica hizo su infaltable aparición. Primos y tías, tíos y cuñados y la abuela ponían en el tapete sus posiciones encontradas, que iban desde la tibia socialdemocracia al anarquismo más violento defendido por los primos más jóvenes, pasando por el trotskismo y el castrismo, de papá Vasili y del tío Igor, respectivamente; la radicalidad de Grushenko a quién cariñosamente llamaban "el Chino" y el terrorismo ecológico de Nadezhda. El debate se ponía candente, mientras Svetlana soltaba mantras de shamanismo amazónico y Tania calmaba a su asustada hija Rosario, quien como única católica lloraba entre los herejes.

Marxistas andinos ensartados en feroz discusión política, se callaban un rato para dar paso a las reflexiones de doña Rosario Efigenia, la abuela, quien profética, vaticinaba desde la cocina el corto tiempo de vida que le quedaba al imperialismo yanky. De a poco los Jaramillo volvían a defender sus posiciones con enjundia, hasta callarse ante el grito destemplado de Don Floro. La firme exclamación del raquítico patriarca desde la cabecera, dejaba en el comedor por pocos minutos el aire de una iglesia en comunión. Don Floro dejaba su apacible sueño, levantaba su nariz, que hasta entonces estaba a escasos centímetros de su guiso, se ponía ágilmente de pie y con los ojos coléricos golpeaba su bastón de chota contra la pared más cercana. La quietud se imponía y el viejo gritaba a voz en cuello: ¡Lo que hace falta en este puto mundo es otro Stalin, carajo!

El patriarca se sentaba lentamente y luego se adormilaba. Los murmullos se transformaban otra vez en gritos, para entonces Rosario Michelle ya dormía plácidamente… 
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Julio 20 1999

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