Despierto en una cama que no es la mía con el silencio interrumpido por gorjeos que se cuelan no sé por dónde. No me duele la cabeza, pero tengo mucha sed. Es hora de agradecer por la hospitalidad y despedirme, por lo que me visto con agilidad. Voy hasta el cuarto contiguo al que me asignaron y veo que este sigue como en la noche anterior, el cuarto de Rafa está igual, con la puerta semiabierta que me permite escuchar sus ronquidos. Son las siete y algo de la mañana y decido esperar a que Rafa despierte y me guíe hasta la puerta de salida, pero la boca reseca como un cartón implora por un vaso de agua. Tengo una sed de caballo a pesar de que la noche anterior solo bebimos media botella de vodka sin fiesta alguna. Vodka para aclarar ideas y para poner enjundia al trabajo que llevamos a cabo.
Es Julio del año 1989 y con mi compañero de aulas diagramamos el primer número de nuestro periódico universitario, el que antes de imprimirse en una máquina Ricoh Offset, debe plasmarse en un machote en papel, un diseño básicamente manual donde se diagrama pegando en una hoja rectángulos que contienen texto o ilustraciones, propios o de otros lados. Esto requiere paciencia y tino, más aún si el texto va surgiendo desde letras de color naranja fosforescente que aparecen en la negra pantalla de un computador que no se sabe manejar bien. Fue solo media botella de vodka la que se diluyó en varias horas de trabajo nocturno plasmando esa idea loca que los dos y Carlos concebimos. Llegó la madrugada con el deseo de ver en esa misma noche nuestro producto terminado. Deseo que quedó inconcluso cuando Rafael dijo que no daba más y pasó a indicarme la habitación de huéspedes, mientras él ingresaba a esa que, por el hecho de no vivir ahí desde algunos meses, no dejaba de ser suya.
Era un soleado sábado y para no despertar a los ocupantes del resto de habitaciones, camino sigiloso hasta las gradas que llevan a la cocina, para tener un vaso de agua de la llave, del cabildo en el argot popular. Comienzo a descenderlas y escucho un murmullo, al bajar dos escalones percibo la luz del sol en su esplendor entrando intensa por el ventanal del comedor, entre árboles y plantas, inmenso ventanal de casa elegante del norte de la ciudad. Entre este y las gradas que desciendo algo que me deja estático y maravillado, de espaldas a mí y recibiendo los rayos a través del cristal está una hermosa mujer de largo cabello castaño oscuro, ataviada con un delicada pijama corta, sostenida por unas tiras en los hombros y que termina antes de la mitad de los muslos. Me detengo en la tercera grada y me pongo en cuclillas. El murmullo era su respiración rítmica al acompañar los movimientos lentos y armónicos de brazos y piernas, como si desperezara pacientemente a cada una de las partes de su cuerpo o como si preparase una danza iniciática previa a la ofrenda sacrificial. Jamás pudo imaginarse que la jornada íntima con la que arranca el día fuera observada por un inoportuno. Me siento en la grada, abrazo mis rodillas con los brazos y agacho la cabeza para ver sin ser visto y disfrutar de sus movimientos acompasados sin interrupción. La sed me atosiga, pero por un vaso de agua, no interrumpiré a la bacante, hacerlo sería un sacrilegio, más cuando el reflejo del sol provoca contraluces en la delicada prenda de seda, regalándome la silueta perfecta que aun cubierta me deja contemplar detalles prohibidos, así como cada músculo de los blancos brazos y las piernas en juego de sombras, que después contraen la pelvis, mueven de manera ascendente las nalgas y culminan balanceando las caderas en una danza que podría honrar al astro rey.
Los movimientos elegantes y elásticos siguen maravillándome mientras muero de sed. Ella ahora da pasos lentos, se desplaza apenas centímetros en lo que yo creo es danza contemporánea, hasta que gira 180 grados. Entro en tensión para evitar ser descubierto, peor me doy cuenta que tiene los ojos cerrados, libremente veo su rostro hermoso que entre los claros y oscuros no se descubre por completo. Descubro sus senos y más delicias que a un chico de 19 años le regala el sol al atravesar una prenda de seda. De a poco disminuye sus movimientos, ahora tengo la garganta totalmente seca y la respiración acezante. Cuando va se aproxima la quietud, quiero devolverme gradas arriba para no ser descubierto, pero ella abre los ojos y me mira. Me sonrojo. Ella sonríe.
- Buenos días señorita, atino a balbucear, venía por un vaso de agua...
- ¿Cómo está? Usted es el amigo de Rafa ¿verdad?, me dice, sin dejar de sonreir.
Es colombiana por su acento, debe ser la prima paisa de Rafael que vendría de vacaciones y a quien Carlos y yo esperamos ansiosos. El timbre cadencioso de su voz sigue retumbando en el comedor, mientras comienzo a descender las gradas…
- Soy María del Carmen, mucho gusto, me dice, ya les iba a despertar para que desayunen.
- ¡No!, disculpe yo solo quiero un vaso de agua...
- Ah, ¡está con resaca!, dice riendo. ¿No prefiere un jugo de naranja?
- No, solo agua, continúo atolondrado.
Da tres pasos descalzos y sensuales, toma un vaso y en otros tres pasos, se coloca frente a la nevera, aplasta algo, caen hielos y luego el agua.
- ¡Venga!, siéntese, no se quede ahí, me dice.
Al verla aproximarse me maravillo aún más. Mientras el vaso está a tres centímetros de mi pecho, a una yarda de distancia tengo a su frente amplia y sus hermosos ojos castaños, su nariz larga, sus labios carnosos y también sus senos cuyas formas se notan un poco más con la ligera transpiración.
- Muchas gracias, señorita María del Carmen,
- ¡Ay, no!, no señorita. María del Carmen, nada más. ¿Usted, cómo se llama?
- Martín.
- ¡Oh Martín!. cierto, Rafa me habló de usted. Usted es el comunista ¿verdad?, dice sonriendo ampliamente, mientras mueve lentamente su melena y entorna con picardía sus ojos castaños.
Como no se qué decir ante la vacilada, continuo con falso aplomo.
- En realidad, no tenemos resaca, digo luego de dar un sorbo de agua, porque solo tomamos un poco de vodka mientras armábamos el periódico.
- Ya me extrañaba que Rafa se haya ido de guaro largo. Ah, sí, me comentó que están haciendo una revista o algo. Cuente pues, qué más hacen ¿No se descuiden de los estudios por ponerse en esos temas?
Ahora siento su olor, los afeites cítricos mezclados con el sudor generan un aroma que me vuelve acezante la respiración y me da una suerte de mareo.
- ¡No, para nada! Somos buenos estudiantes, pero queremos generar conciencia, que piensen para qué escogieron esta profesión, que no solo imaginen el futuro desde la tradición familiar, la plata que pueden ganar o desde la fama que pueden adquirir.
Sigo contando atropelladamente los románticos objetivos que hay detrás de la publicación y ella, con una leve mueca cuasi sonrisa, me pide que saque desde una alacena los cubiertos.
- Para cuatro, por favor...
- Pensamos formar un grupo para atender en los barrios pobres, culmino.
- ¡Uy! qué lindo, que idealista es usted, más que comunista, me parece jesuíta, remata traviesa.
María del Carmen pregunta sobre el futuro profesión que escogimos, mientras coloca frutas en el centro de la mesa. Nuevamente pasa frente al ventanal, y contemplo algo que a mis 19 años no es fácil asumir. Cuando sus ojos castaños brillan al escuchar mis diatribas, cuando ladea su cabeza y hace un mohín que abulta más su labio inferior, siento las famosas mariposas en el estómago de las cuales solo tenía referencia. Seguimos poniendo la mesa y conversando. A veces sonríe y me deja ver sus dientes blancos y cuando coloca las servilletas junto a los cubiertos en los puestos respectivos, contemplo parte de sus senos.
- Vaya a despertar a Rafa, me dice, mientras se dirige hacia la cafetera.
Cuando bajamos no hay nadie, pero hay pan, junto al frutero mermelada y mantequilla, un vaso de jugo junto a cada puesto. Después de varios minutos aparece cubierta con un largo albornoz de terciopelo palo de rosa y luciendo algo parecido a un turbante que seca sus cabellos.
- Buen día, mamá, dice Rafa.
¿Cómo, mamá?, me pregunto y me bloqueo de inmediato. ¿No es la prima paisa que está de vacaciones? Rápidamente hago cuentas que no calzan, Rafa y yo tenemos 19… y ella, parece que no llega a los 30. ¡Mierda, que bochorno!. María del Carmen calza unas sandalias que resaltan sus deditos ordenados como si fuesen sacados de un cuadro de iglesia, si no tuvieran las uñas pintadas de rojo infernal y avanza con paso ágil. El hermano pequeño de Rafa, un somnoliento chico de 12, aparece. María del Carmen pregunta a Rafa sobre la revista y este comenta que con ella quiere mejorar el nivel académico, formar investigadores y hacerse conocer para las elecciones de la facultad. Cuando termino el desayuno y ella cuenta a sus hijos detalles del viaje de negocios del padre, espero un momento, agradezco y me despido. María del Carmen me da un beso en el cachete que me pone mis brazos con carne de gallina, por suerte invisible a todos, gracias a la manga larga.
Cuando voy en el bus no puedo dejar de pensar en ella, en la señora María del Carmen moviéndose frente al cristal traslúcido. No puedo sacarme de la cabeza su sonrisa, ni sus senos a los que imagino duros como naranjas. En el asiento del bus cierro los ojos para poner en mi oscuridad sus ojos castaños y su sonrisa. Aquella noche no puedo dormir y aunque no es mi costumbre, me toco y luego pienso cómo hacer para verla de nuevo, sabiendo que eso no tiene sentido, pues no habrá otro sábado por la mañana en que la mire hacer sus ejercicios de yoga. La culpa me flagela mientras me repite que soy un ser despreciable por tener pensamientos eróticos con la madre de mi amigo Rafael.
Un día Rafa nos dice a Carlos y a mí que le ayudemos a traer un anaquel de su casa. Escucho en la cocina trastos que se golpean y digo que voy por un vaso de agua. Al bajar encuentro a una señora con uniforme, quien me saluda reverente y se ofrece a servirme. Esa noche, en la fiesta de la facultad Carlos y yo estamos bastante borrachos Rafa, como siempre, solo ha tomado un par de cervezas. Cuando Carlos va al baño me confieso.
- - Rafa, discúlpame, pero que tu mamá me encanta. Es hermosa. Pensé que era tu prima paisa.
- Sí, lo es, me dice con una mueca de desparpajo.
Estúpidamente continúo.
- Qué suerte la de tu padre.
- Ese man es un idiota, loco. Si ella te da chance... dale, dice mientras toma lentamente su cerveza.
Me arrepiento de lo dicho, pido disculpas. Después veo que esas palabras cínicas y de pretendida desfachatez, explicitan la bronca edípica. Rafa vive en el pequeño departamento de Carlos, auspiciado por su madre, desde tuvo una fea bronca con el padre. Una de las tantas que surgían entre dos caracteres fuertes al chocar y que casi terminan en golpes. Meses después vez veo en la facultad a María del Carmen en su auto, elegante y hermosa, como siempre. Me saluda extrovertida y yo contesto respetuoso el saludo, repitiéndome que es lejana e inalcanzable.
Pasan algunas décadas y estoy en el registro civil celebrando el segundo matrimonio de Rafa. Ella está en primera fila con ese ese halo de dama distinguida que hace elegante hasta la viudez. Mientras mi amigo y su esposa culminan la ceremonia, ella me comenta al oído.
- Esperemos que esta sea la definitiva
- A la tercera es la vencida, le susurro.
El aroma de su perfume cítrico me invade. Desde esa fragancia alimonada, que fue la base de aquel olor penetrante que sentí tantos años atrás, mis sentidos recuperan en sus mínimos detalles esa espléndida mañana de sábado.
- ¡Que tonto es! musita, aunque ríe estrepitosamente, con sus dientes blancos y sus ojos castaños.
Yo esbozo una sonrisa sin renunciar a mirarla, dejo que mi mente me regale el juego de su danza frente al ventanal. Los invitados se ponen de pie y aplauden, María del Carmen se incorpora apoyada en mi brazo y mira llenad de dicha al hijo quien devuelve la mirada con su serenidad característica, mientras posa para las fotos junto al juez de paz y su nueva esposa. Yo levito, estoy sin estar, me solaza tener su muñeca apoyada en mi antebrazo, celebro estar adormilado por ese efluvio que retorna con esos hermosos recuerdos en donde la templanza y la sed me regalaron algo inolvidable que nunca pude imaginar.
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