Saturday, February 25, 2017

Fruición y apetito



Un par de ojos oscuros y una sonrisa me miran desde una cara morena. Entonces cae el agua tibia desde un pequeño jarro sobre mi frente y baja hacia la nuca, enjuaga el champú y evita que este entre en mis ojos. Mi cuello está sostenido por el antebrazo de mi tía Rebeca, me siento seguro, protegido, pleno. Tengo la certeza de que también sonrío al ver como su mano nuevamente toma el jarro y vierte otra vez el agua delicadamente. La tina es de latón y el jarro de loza, el agua tiene la temperatura perfecta. Es el primer recuerdo del que tengo memoria, el que aún me provoca un placer sublime.
Ella toma de un costado la toalla y con la coordinación perfecta para evitar que entre el frío, me envuelve y me acurruca entre sus brazos. Hay un hueco en la reminiscencia, pero luego siento como me voy quedando dormido entre el perfume de sus 19 años.

Es una mañana soleada pero al ser andina no es calurosa. Estoy retozando en el prado con la yerba crecida, camino torpemente y cuando casi caigo, ella toma mi mano y luego de pocos pasos me coloca en su regazo. A lado de nosotros se han sentado también Cecilia, Elena y María, sus amigas y las cuatro conversan sobre sus temas juveniles e incipientes estudios universitarios. Mientras Rebeca comienza a darme el refrigerio, una de sus amigas coloca flores en mi cabello, la otra dibuja mariposas en mi sombrero de cuero, la tercera hace muecas que me  hacen reir y me regala besos volados. Luego rotan en sus roles, quizás en el ejercicio de un juego previamente acordado.

Despierto y me encuentro con el hermoso rostro de mi madre enmarcado en su larga cabellera ensortijada. Entonces sé que es sábado. Su nariz recta, sus pequeños ojos claros se posan con dulzura en el hijo y me dice cosas bonitas que no recuerdo. Solo sé que es sábado.
Llega la mamita Chabica (quien para mí siempre fue anciana vital, amorosa y alegre durante los 35 años que me acompañó), se sienta en la cama y hace que yo me pare sobre sus muslos. Toma mis manos, tararea un albazo y me hace bailar. La risa va brotando de a poco en ambos y luego ella misma interrumpe su canto de tanto gozo. Como ya sé que es sábado, sé  también que horas más tarde iré con ella al mercado a comer carne ñuta con mote y a beber jugo de mora.

La vecina Paula y su hija Fanny, me colman de besos cuando me ven en el zaguán. Me regalan melcochas o cholas de Guano. Ahí siempre está mi coetárea Margarita, la hija de los dueños de casa, con su sucia falda vaporosa, descalza y con los pies lastimados,  siempre con la nariz y el hueco que separa esta de la boca, irritados por los mocos... Ella ejerce en mis escasos tres años la primera femenina atracción y repulsión. Ella completa el cuadro de las mujeres de mi casa infantil. Todas repletas de dulzura.

Un par de años después siento algo raro en el cuerpo al mirar a Gladys Ortega, la hermosa adolescente de la casa contigua. La misma reacción me provocan los acuosos ojos azules y rosados labios de la chica con la que sale mi tío Gonzalo, las manos largas de María -la misma de los paseos al pardo- ahora novia de mi tío Silvio, al acomodarse el cabello rubio. Siento ese estremecimiento inconsciente que nace ante el sonido que los tacones hacen en la acera, anunciando las largas piernas aproximarse en deslizamiento contoneante, antes de la ruidosa carcajada que precede al beso y al abrazo que recibe mi tío Alejandro, y se me eriza la piel ante las uñas rojas recorriendo lentamente mis mejillas. Poco tiempo después arribará a mi vida Beatríz Cordero, el primer amor escolar, pero esa es otra historia.

Por esa misma época, donde la curiosidad ilimitada busca todos los rincones, encuentro unas revistas de mi madre. Allí están mujeres aún más hermosas de las que había ya conocido, luciendo suéteres, gorros y guantes tejidos. Un día beso esos rostros impresos en las portadas y ahora estoy seguro que en ese día fue que caí irremediablemente en la fatal atracción por las mujeres hermosas. Seducción que me ha acompañado por décadas, dándome placeres muy intensos y dolores extremos.  
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